» Por lo que él me había dicho, ha estado en el pueblo desde que pasó el accidente, pero no quería que nadie se entere. —Cuenta, no obstante, la duda aparece en el rostro de Cleopatra. Su ceño se fruncía levemente mientras organizaba en su cabeza todo lo que había pasado, ya que eso le resultaba un poco sospechoso.
— Pero ¿Cómo se enteró que fue provocado? —Insistió— Es decir, de alguna forma tenía que haber empezado a sospechar de eso, pero no creo que él haya estado presente. ¿Cómo sabe lo del coche? ¿Cómo sabe todo eso? ¿No te resulta extraño?
— No lo sé, Cleopatra. Yo sólo te estoy informando lo que me dijo a mí, más que eso no sé, tal vez vio las cámaras, tal vez testigos del choque, no tengo idea de qué es lo que está pasando.
Jordan no se quedó mucho tiempo junto a ella, debido a que tenía que seguir buscando información sobre todo lo que se había enterado. Cleopatra aprovechó la situación, y que todavía estaba a la luz del día, para volver a esa fábrica. Todo lo que le dijeron la había mareado por completo y necesitaba meditar, sabía internamente que tendría que tomar cartas en el asunto, pero pronto. Otra vez se encontraba allí, en esa vieja fábrica, dónde los recuerdos comenzaron a llover por su mente.
Cleopatra se encontraba sumida en la nostalgia, cada recuerdo de Leonardo era un hilo dorado en el tapiz de su memoria. Dos años atrás, en la fábrica abandonada, la risa de Leo resonaba mientras jugaban con retazos de tela sucios y abandonados, su rostro iluminado por una sonrisa traviesa y sus mejillas teñidas de un rojo carmesí. Cleo lo perseguía, entre risas y regaños, una danza de amistad y complicidad que terminaba con ambos en el suelo, entre risas y advertencias juguetonas.
Las lágrimas brotaban sin cesar al recordar esos momentos, el vacío que dejó su ausencia era un eco doloroso en su corazón. En otro recuerdo, la voz de Leo se alzaba por encima del grupo, siempre el alma de la fiesta, con chistes que solo a él se le ocurrían, dedicados a su "pequeña Cleo". A pesar de ser malos, esos chistes eran el sello de su cariño, una muestra de la ternura que se escondía detrás de cada broma.
Jugando a las escondidas, la adrenalina de la juventud los llevaba a esconderse en los rincones más insospechados de la fábrica. Cleo y Aaron, ocultos bajo las escaleras, compartían susurros y risas, un beso robado que sellaba un momento de pura emoción, interrumpido por la curiosidad de sus amigos. La complicidad de aquellos juegos era un tesoro que Cleopatra guardaba con celo.
El recuerdo más dulce llegaba con la sorpresa de su decimosexto cumpleaños, la fábrica se transformaba en un escenario de celebración, velas guiando sus pasos hacia una terraza adornada con el afecto de sus amigos. La sorpresa, el canto, las lágrimas de felicidad, todo era un abrazo al alma. Leo, con su habitual exuberancia, proclamaba su amor y amistad, nombrándola madrina de un futuro que prometía ser tan brillante como las estrellas bajo las cuales celebraban.
Ahora, abrazando sus rodillas, Cleopatra lloraba por el amigo que ya no estaba, por los recuerdos que se aferraban a su ser, por el amor que persistía más allá del tiempo y la distancia. Cada recuerdo era un capítulo de una historia que aún latía en su interior, una historia de amistad, amor y eternidad.
— Cleo, ¿Por qué estás llorando? ¿Pasó algo? —Le pregunta Aaron acercándose a ella y sentándose a su lado. Cleopatra levanta la mirada, sus ojos estaban hinchados y rojizos de tantas lágrimas, pero aún así frunció el ceño sin entender en qué momento apareció él allí.
— Se supone que yo iba a ser la madrina de su primer hijo y también se suponía que íbamos a tener un final como el de cuentos de hadas. —Más lágrimas caen— Seríamos mejores amigos hasta el final de nuestros días, nos queríamos mudar juntos y —él pasa su mano por el rostro de ella para secarle las lágrimas— y queríamos adoptar un perrito. Ahora todo eso no se podrá hacer porque él ya no está.
— Cleopatra...
Ella se derrumbó en sus brazos, las compuertas de su dolor se abrieron y las lágrimas fluyeron como un río desbordado. Desde la partida de él, había mantenido su duelo oculto, un lamento silencioso que solo la soledad conocía. Pero en ese abrazo, en ese refugio seguro, se permitió ser vulnerable, se permitió sentir la magnitud de su pérdida. Era el momento de enfrentar su dolor, de dejar que el mundo viera su corazón roto, de aceptar que la ausencia de él era una herida que aún sangraba. Y en ese abrazo, encontró la fuerza para comenzar a sanar, para recordar que, aunque él se había ido, el amor que compartieron seguía vivo en cada recuerdo, en cada lágrima, en cada suspiro de su alma.
El atardecer se teñía de tonos dorados y púrpuras en la terraza de la fábrica, donde Cleopatra se encontraba sumida en sus pensamientos, las lágrimas ya habían dejado un camino silencioso por sus mejillas. Aaron, al encontrarla en tal estado, se había sentado a su lado, ofreciéndole un silencio comprensivo antes de entablar una conversación que fluía tan natural como el viento que acariciaba sus rostros.
— A veces pienso que el destino se divierte entrelazando nuestras vidas de formas inesperadas, poniendo pruebas en nuestro camino. —susurró Cleopatra, su voz apenas audible sobre el murmullo de la ciudad a lo lejos.
Aaron asintió, su mirada perdida en el horizonte que se oscurecía lentamente.
— Es cierto, pero creo que cada situación nos ofrece una lección, aunque a veces sea difícil de descifrar. —Respondió con una serenidad que parecía emanar de su alma. Un recuerdo fugaz cruzó la mente de Cleopatra, un destello de tiempos más simples.
— ¿Recuerdas cuando formábamos ese dúo inseparable? Tú con tu guitarra y yo con mi voz, éramos el complemento perfecto. —dijo, una sonrisa involuntaria iluminando su rostro. La pregunta de Aaron llegó con un deje de nostalgia.
— ¿Aún cantas? —inquirió, esperanzado.
— Bueno, si consideras cantar en la ducha como una práctica válida, entonces sí. —bromeó Cleopatra, y su risa contagiosa se elevó en el aire, arrancando una carcajada de Aaron.
Editado: 13.11.2025