Las ganas habían ganado, Aaron y Cleopatra se encontraban comiendo helado y recostados en el sofá del salón mientras miraban una película. Estaban viendo la de "Bajo la misma estrella", una de sus favoritas cuando estaban juntos. Durante toda la película hubo algunos acercamientos entre ellos, pero poco notorios. Aaron pasaba su brazo por los hombros de ella, intercambiaban miradas cada rato, se recostaban apoyándose entre ellos, Cleo apoyaba su cabeza en el hombro de él y viceversa. Y, como era de esperarse, cuando termina la película ella termina llorando como si no hubiera un mañana.
— Se murió Augustus. —Llora y toma otro pañuelo— ¡Augustus!
— Ya, tranquila. —Aaron la abraza mientras ríe— Es una película, ya sabías que eso pasaría, no te pongas tan mal. —Acaricia su espalda.
— ¡No te rías, insensible! Nadie se ríe de Augustus.
— No me estoy riendo, ya la he visto tantas veces que me acostumbré a que se muera.
— Yo nunca me acostumbraré a su muerte, así que no tienes derecho de reírte.
— ¿Y si vemos otra película? —propone.
— ¿Y si hacemos un muñeco? —le responde ella y suelta una carcajada.
— No hay nieve para hacer un muñeco. —Aaron la mira fijamente mientras se acercaba— Tienes helado en tu cara.
— ¿Dónde? —Cleopatra fruncía el ceño, confundida, y se llevó una mano al rostro para limpiar cualquier rastro de helado que pudiera haber. Pero antes de que pudiera hacerlo, vio a Aaron acercándose con una sonrisa traviesa.
— Aquí. —Desliza suavemente su lengua por el borde del labio de Cleopatra, sintiendo como esa chispa de deseo volvía a activarse. Sus manos recorren la silueta de ella buscando acercarse cada vez más, fundiéndose en un beso que sólo ellos sabían lo que significaba. El beso pasaba de ser apasionado a dulce y suave, no obstante, siempre volvían a buscarse como si dependieran de ello.
Cleopatra responde con urgencia y necesidad, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello. Sus manos se entrelazan alrededor de su cuello, y sus lenguas se encuentran en una danza íntima y familiar. El beso se prolongaba, lleno de deseo y urgencia, pero también de ternura y una profunda conexión que sólo ellos parecían entender. Sus cuerpos se acercan cada vez más, sin espacio entre ellos. Cleopatra siente el pulso acelerado de Aaron, y sabe que el suyo debe de estar delatando lo mismo. Cuando sus labios se separan por un momento, buscan aire, pero aún se mantienen cerca, sus frentes tocándose y sus corazones latiendo al unísono.
Aaron acaricia su mejilla mientras observaba sus labios, hinchados y enrojecidos por los besos, sus ojos brillaban de deseo al igual que los de ella, sus narices se rozaban como sus cuerpos, pero habían muchas cosas que estorbaban—. ¿Tengo mejor toque que el castañito ese, no? —Preguntó, bromeando. Cleopatra soltó una carcajada, al presenciar los celos de Aaron.
— No lo sé, no lo besé todavía. —Respondió, siguiéndole el juego. Él la miró, incrédulo.
— Lamentamos interrumpir esta bella velada, pero por si no se dieron cuenta, búsquense una habitación. —Resuena la voz por la sala y Aaron mira a Eva bufando—. Sin rechistar, Hendry.
— No estábamos haciendo nada. —Levantó las manos, en forma de rendición.
Jordan entra a la casa seguido de Hanna, él tenía algo oculto en la cinturilla de su pantalón, pero no dejaba ver qué. Cleopatra lo descubrió a los pocos segundos, también se había comprado un arma, pero no entendía la razón de ocultarla a sus amigos. Se acerca lentamente y se acomoda a su lado, mirándolo.
— Dime. —Le dice él, con su vista enfocada en otra cosa.
— Te compraste un arma, ¿cierto? —Indagó ella, recibiendo una mirada irritada de su parte.
— No algo que sea de tu incumbencia, Cleo.
— Dime si o no. —Insistió. Jordan bufó, asintiendo.
— Sí, es sólo por seguridad como la que tienes tú, así que deja de hacer interrogatorios al respecto.
Cleopatra abrió los ojos, sobresaltada. Al girarse de manera rápida sobre su cama, vio la silueta de Aaron sentado en uno de los bordes, ella lo miró con el ceño fruncido y terminando de despertarse.
— ¿Qué haces aquí, Aaron? ¿Qué hora es? —Observó el pequeño reloj sobre su mesa de noche, eran casi las cuatro de la madrugada.
— Discúlpame, mi intención no era despertarte, quería saber si estabas bien. —Respondió Aaron, acercándose un poco más hacia ella, encendiendo la luz de noche. Cleopatra parpadeó, ajustándose a la poca luz que había en la habitación por culpa de Aaron.
Él asintió, no muy convencido. La habitación estaba iluminada solo por la tenue luz de la lámpara de la mesita de noche. El silencio de la noche se rompía ocasionalmente por el sonido distante de los coches en la calle. Cleopatra, al sentarse en el borde de la cama, sintió un dolor punzante en su cuello que la hizo soltar una mueca de dolor.
Aaron la miró preocupado, sus cejas fruncidas en una expresión de genuina preocupación—. ¿Estás bien? —preguntó, su voz cargada de inquietud.
— Sí, creo que necesito dormir y descansar un poco. —Respondió ella, intentando sonar convincente, aunque su voz temblaba ligeramente. Aaron se acercó y se arrodilló frente a ella, tomando sus manos entre las suyas.
— ¿Estás segura? —insistió, sus ojos buscando los de ella, tratando de leer más allá de sus palabras. Cleopatra asintió lentamente, pero el dolor en su cuello no cedía.
— Eso creo. —No lo estaba, pensaba que se quedaría sin cuello luego de esos dolores que estaba sintiendo, pero no quería volver al hospital y cruzarse a los médicos, con sólo pensarlo le daban escalofríos. El total arrepentimiento de no haber ido llegó pocas horas después, cuando al despertarse sintió algo que no podía ni describir, ese pinchazo le provocaba mareos y náuseas. Lo despertó a Aaron con lágrimas en los ojos mientras suplicaba que la lleve al hospital. Ella tuvo la suerte de cruzarse con una de las enfermeras que la habían atendido hace algunos días, los ubica en una sala y comienza a revisar su cuello con cuidado. El área se encontraba infectada e inflamada costando su correcta cicatrización, tuvieron que quitarle los puntos y volver a suturar, para limpiar la infección.
Editado: 13.11.2025