— Tú misión no era esa, Cleopatra. Tendrías que haber conseguido algo de información, no eso... —dijo Thalía, reprochándole con una mirada severa. Cleopatra bajó la cabeza, sintiendo el peso de la decepción en la voz de Thalía.
— Lo sé, pero las circunstancias cambiaron, una cosa llevó a la otra y fue demasiada la tentación. No tuve otra opción. —Respondió Cleopatra, tratando de justificar sus acciones. Su hermana la miró con las cejas alzadas y negando con la cabeza. Thalía suspiró, cruzando los brazos.
— Siempre hay opciones, hermanita, pero si eso era lo que tú querías no te diré nada.
Luego de aquella charla levemente incómoda que tuvieron, ambas continuaron con lo que estaban haciendo. Cleopatra y Thalía eran conscientes de que cada segundo que pasaba era crucial y que no había margen para el error. La decisión estaba tomada: la ruta más segura y discreta hacia la fábrica era a través de la antigua red de túneles subterráneos, un laberinto que Cleopatra había recorrido en su juventud y que ahora se convertiría en su pasaje clandestino. A pesar de ser un camino repleto de peligros y fácil de confundir, les ofrecía el anonimato necesario para ejecutar su plan sin fallos.
Antes de aventurarse, revisaron meticulosamente cada uno de los túneles, clasificándolos entre los transitables y los que debían evitar a toda costa. Cleopatra desenrolló un mapa desgastado y lo extendió sobre la mesa, marcando con su dedo la ruta que seguirían. El siguiente paso era preparar el equipo esencial: linternas, suministros médicos, y suficiente agua para sobrevivir. Como tercer paso, establecieron un sistema de comunicación codificada para mantenerse en contacto en caso de separación o descubrimiento de algo significativo. Por último, y más importante, Cleopatra recordó la existencia de una salida de emergencia oculta cerca de la fábrica, por si necesitaban una retirada rápida.
Con la oscuridad de la madrugada como aliada, partieron hacia la fábrica, planeando llegar con las primeras luces del amanecer. La travesía por los túneles abandonados y parcialmente inundados fue un desafío; no solo por las criaturas que habitaban en las sombras, sino también por los residuos flotantes que les acompañaban en su camino.
— Voy a morirme del asco, Thalía. —Exclamó Cleopatra, luchando contra las náuseas. Thalía soltó una carcajada y continuó avanzando.
— Fue tu idea, hermana. ¿Qué esperabas de túneles olvidados? —replicó con una sonrisa burlona.
— Recuerdo que este lugar estaba en mejores condiciones y definitivamente menos... contaminado. —Murmuró Cleopatra con una mueca, levantando una pierna y mirándola con desagrado, todos los residuos se le quedaban en la pierna del pantalón—. Me quedará el olor a mierda durante más de una semana, qué puto asco.
Al llegar a la entrada de la fábrica, ambas inspeccionaron los alrededores en busca de alguna pista del individuo que perseguían, pero todo estaba en calma, sin señales de presencia alguna. Una vez dentro, Cleopatra tomó la delantera, guiando a Thalía a través de un laberinto de pasillos y puertas. La escasa luz que se filtraba desde el exterior era insuficiente, y las linternas apenas revelaban los obstáculos en su camino, tropezando con cajas abandonadas y escombros sin sentido.
— ¿Y ahora qué? —preguntó Thalía, escudriñando las sombras en busca del escondite del sospechoso. Cleopatra exhaló un suspiro profundo, captando la atención de su hermana.
— Tendremos que esperar, no hay otra opción. —Respondió con firmeza.
— Sé que tienes un plan, Cleo. ¿Por qué no me lo cuentas? —insistió Thalía, bajando la voz intencionadamente. Cleopatra negó con la cabeza y continuó su marcha.
El silencio se apoderó del ambiente, y su estrategia parecía volverse en su contra. El sospechoso que esperaban no daba señales de vida, hasta que de repente, un estruendo rompió la quietud, proveniente de una sección específica de la fábrica. Intercambiaron miradas, confundidas y alertas; aquello no formaba parte de lo esperado.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó Thalía, al ver que su hermana se alejaba.
— Tengo un plan, pero necesito que confíes en mí y no me sigas. Alerta a los demás, que abandonen la casa, la situación se ha vuelto demasiado peligrosa. —Dijo Cleopatra, abrazando brevemente a su hermana. Sus ojos, brillantes y temblorosos, delataban el miedo que intentaba ocultar—. No es quien creíamos... es el verdadero asesino quien ha venido.
Antes de que Thalía pudiera protestar, Cleopatra se alejó a toda prisa, dirigiéndose hacia el origen de los ruidos en la planta superior. Avanzó con cautela por los pasillos hasta llegar a las escaleras, subiéndolas piso tras piso, hasta detenerse en el penúltimo. Al entrar, se quedó inmóvil, no quería ser sorprendida. Revisó su bolso sin apartar la vista del frente, extrayendo su arma y la linterna simultáneamente, tal como Thalía le había enseñado. El lugar parecía desolado, salvo por los objetos rotos esparcidos por el suelo.
Buscó habitación por habitación en búsqueda de aquella persona que le había arruinado todo, no lo encontró. En cambio, ella encontró un pequeño pendrive que había escondido poco antes de que empiece toda esa locura.
Mientras descendía las escaleras, un sonido inesperado resonó en la quietud del edificio: el eco de pasos que subían. El corazón de Cleopatra se aceleró, y sin perder un segundo, se adentró en el segundo piso. Este lugar, conocido por albergar telas polvorientas y máquinas obsoletas, ofrecía escondites improvisados entre sus reliquias. Con agilidad, se ocultó detrás de una de las antiguas máquinas de coser, su respiración contenida en la penumbra.
El intruso entró en la sala, y para sorpresa de Cleopatra, su rostro estaba descubierto. La luz tenue que se filtraba a través de las ventanas sucias iluminaba parcialmente su semblante, revelando una expresión tensa y ojos que escudriñaban el lugar. Cleopatra observaba, inmóvil, mientras el hombre se movía con cautela, ajeno a la presencia que lo acechaba.
Editado: 13.11.2025