Un Año Problemático [completa]

Capítulo Veintiocho

Cleopatra había conducido durante una hora antes de llegar a esa dirección solitaria, situada en una parte olvidada de la ciudad, donde alguna vez Leo y sus padres habían llamado hogar. La casa se encontraba vacía y con una oscuridad inquietante, con sus ventanas como ojos vacíos que los observaban. El asesino de Leo había elegido este lugar para su juego macabro.

Ella descendió del coche y se dirigió hacia la entrada; la puerta entreabierta era una invitación silenciosa a un abismo desconocido. Avanzó con cautela, cada paso resonando en el silencio sepulcral mientras escudriñaba las sombras que se cernían a su alrededor. La necesidad de encontrar un escondite era palpable, un lugar para protegerse de la amenaza invisible que sentía pesar sobre él.

Se refugió detrás de la isla de la cocina, su respiración contenida. Los crujidos de las escaleras anunciaban la llegada de alguien... o algo. Un disparo rompió el silencio, confirmando sus peores temores: era una emboscada. Se agachó instintivamente, extrayendo su arma con manos temblorosas.

La casa se llenó de ecos de disparos, una danza mortal de plomo y pólvora. El atacante hizo una pausa para recargar, y en ese momento de silencio, se dio cuenta con horror de que su arma estaba vacía. Sin balas, sin tiempo, su única opción era huir. Aprovechó la distracción para correr hacia la puerta trasera, su corazón golpeando con fuerza en su pecho.

Alcanzó el coche con desesperación, pero al llegar, un grito ahogado escapó de sus labios: las llantas estaban cruelmente pinchadas. La realidad de su situación lo golpeó como un puño helado; estaba atrapada. Con manos temblorosas, abrió la puerta del coche y tomó su celular, su última esperanza. Comenzó a correr por las calles desiertas, enviando frenéticamente un mensaje a sus compañeros, implorando ayuda y compartiendo su ubicación en tiempo real, mientras la oscuridad de la noche parecía cerrarse sobre él.

Cleopatra corría sin detenerse por los estrechos callejones de su ciudad. Su respiración era agitada y su corazón latía con fuerza. Dobló un par de esquinas, intentando despistar a su perseguidor, pero pronto se encontró en un callejón sin salida. El eco de los pasos se acercaba cada vez más, resonando en las paredes de ladrillo.

La encontró.

― Mi querida Cleopatra, nos volvemos a encontrar... ―dijo una voz familiar y fría. Cleopatra se dio vuelta lentamente, y ahí estaba él, Luciano, después de tanto tiempo. Por fin estaban frente a frente.

― Luciano Rossi, pensé que nunca volvería a cruzarte, qué lástima por mí por ser tan ingenua. ―Murmuró ella, con una mezcla de sorpresa y valentía. Luciano sonrió con desdén y levantó un arma, apuntando directamente a la cabeza de Cleopatra.

― Voy a decir la típica frase, ―dijo, rodando los ojos con sarcasmo― di tus últimas palabras antes de morir. Aunque sabes perfectamente que esta no era la forma en la que se tendrían que haber desarrollado las cosas, sabías desde un principio quién era el culpable, ¿Por qué no me buscaste? ¿Por qué no me delataste? —Cleopatra lo miró fijamente, sin mostrar miedo.

― Primero, no son palabras, es más bien una pregunta. ¿Por qué lo mataste? —Luciano arqueó una ceja, divertido por la pregunta.

― ¿A Leonardo? La respuesta es simple. Él siempre obtenía todo lo que yo quería. Tenía el apoyo de nuestros padres para todo, nunca sacaba notas bajas y, lo mejor de todo, lo que yo más quería... te tenía a ti. Nadie se oponía a que ustedes estuvieran juntos, tu madre lo quería y lo aceptaba. —Cleopatra sintió una punzada de dolor al escuchar esas palabras.

― ¿Lo has matado por celos? ―preguntó, incrédula. Luciano apretó los dientes, su expresión se endureció.

― No eran solo celos, Cleopatra. No lo entenderías.

― Mataste a tu propio hermano, mi mejor amigo, ¡Por celos! ―exclamó ella, con la voz quebrada por la indignación.

― ¡Cállate! ―gritó Luciano, su dedo temblando en el gatillo. Su brazo no podía mantenerse firme, ahí fue donde ella se dio cuenta de lo esencial, él nunca había utilizado un arma.

Cleopatra sabía que estaba en una situación desesperada, pero no podía dejar de pensar en Leonardo, en cómo había sido arrebatado de su vida por la envidia y el odio de su propio hermano. Miró a Luciano, buscando alguna señal de arrepentimiento, pero solo encontró frialdad en sus ojos.

El tiempo parecía detenerse mientras ambos se miraban, el arma aún apuntando a Cleopatra. Ella sabía que tenía que hacer algo, cualquier cosa, para salir de esa situación con vida.

— Y segundo, —decidió continuar con lo que estaba diciendo anteriormente— ¿Tú realmente piensas que iba a ser tan idiota? Tienes a miles de personas trabajando para ti, que morirían por ti. ¿Crees que delatarte hubiera ayudado en algo?

— Tienes razón, ¿Entonces por qué decidiste hacerla tan larga? Sabes que no tienes escapatoria, aún así también decidiste involucrar a todos tus amigos. Primero a Jordan, qué lástima sospechar de él, tú misma nos mandaste al mismo lugar para que cruzáramos palabras. Luego tuviste que mandar al idiota de Aaron, ¿Con qué necesidad? Se supone que ya había salido de tu vida, pero lo volviste a meter en asuntos que no lo involucraban. A tus amiguitas lo entiendo, también eran muy cercanas al imbécil de mi hermano. Y por último a ese rubio, ¿Cómo era que se llamaba?

— Si supieras, Luciano, tan sólo si supieras... —dijo Cleopatra, revelando una pequeña sonrisa maliciosa. Él la miró confundido, por primera vez aparecía en su rostro una expresión que no revelaba maldad alguna. Cleopatra lo observó de pies a cabeza, evaluando cada uno de sus movimientos—. Por dinero baila el perro, ¿sabías?

— ¿A qué mierda te refieres? —escupió con enojo, mirándola despectivamente. Una falsa tos sonó detrás de él, sorprendiéndolo. Thalía Marino apareció en escena, junto a los demás amigos de Cleopatra, cada uno con su arma, acorralando a Luciano.

— ¿Piensas que estos amiguitos tuyos podrán detenerme? Si me llegase a caer una sola bala encima, todos ustedes quedarían liquidados en pocos segundos —dijo Luciano, con una sonrisa arrogante.




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