A ella le gustaría poder contar un final feliz, donde todos terminan juntos y reunidos, donde todo haya sido un sueño. Pero no es ese tipo de escritora. Prefiere los finales abiertos, donde los lectores se imaginen el final que les hubiese gustado. Para algunos, Cleopatra podría salvarse, mientras que para otros, no.
Después de varios meses, incluso podría decirse que más de un año, finalmente había terminado la novela que tanto le había costado. Observó la pantalla de su computadora con orgullo. Recordó todo el trabajo y el esfuerzo que había puesto en ello. Su sonrisa se ensanchó cuando, después de tanto tiempo, pudo tocar el botón que decía "finalizar".
El proceso había sido arduo. Cada capítulo había requerido una dedicación meticulosa, revisando y reescribiendo hasta que cada palabra encajara perfectamente. Había noches en las que el sueño la eludía, su mente llena de ideas y personajes que exigían ser escuchados. Pero ahora, al ver el resultado final, sentía que todo había valido la pena.
La habitación estaba en silencio, solo el suave zumbido de la computadora llenaba el aire. Afuera, la ciudad seguía su curso, ajena a su pequeño triunfo. Pero para ella, este momento era monumental. Había creado un mundo, había dado vida a personajes que ahora existían más allá de su imaginación.
Se levantó de la silla y se estiró, sintiendo cómo sus músculos se relajaban después de horas de estar sentada. Caminó hacia la ventana y miró hacia afuera, permitiéndose un momento de reflexión. Pensó en los lectores que algún día sostendrían su libro, en las emociones que experimentarían al leer su historia. ¿Se sentirían tan conectados con los personajes como ella? ¿Se perderían en el mundo que había creado?
Volvió a su escritorio y tomó una taza de café que había dejado enfriar. El sabor amargo le recordó las largas noches de escritura, pero también le dio una sensación de logro. Había terminado. Había llegado al final de un viaje que había comenzado con una simple idea.
Con un suspiro de satisfacción, cerró la computadora. Sabía que este no era el final, sino el comienzo de una nueva etapa. La etapa en la que su novela encontraría su camino hacia los lectores. Pero por ahora, se permitió disfrutar del momento, saboreando la dulce victoria de haber terminado lo que había comenzado. Por cierto, aquella persona tan orgullosa de lo que había logrado...
Soy yo, Cleopatra Marino.
De un momento a otro, veo cómo mi hija, mi bebé más grandecito, entra por la puerta de la pequeña oficina y me mira con curiosidad. Ella siempre había estado orgullosa del trabajo de su mami, así que le conté que había finalizado la novela que tanto tiempo me había costado y ella nuevamente me felicitó con entusiasmo.
— ¡Eso es increíble! Sé que esto lo suelen decir los padres, pero me siento orgullosa de ti, mami —me dijo Chloe mientras me estrechaba entre sus brazos—. ¿Sabes si la van a publicar?
Negué con la cabeza, una pequeña sonrisa se escapaba de mi interior.
— Eso no se va a saber todavía, Chloe. Recién la he terminado. Ahora lo que queda es tener paciencia y que pase lo que tenga que pasar.
Necesitaba llamar a Leo.
Cuando Chloe salió de la oficina, aproveché para tomar el teléfono y marcarle a mi mejor amigo de toda la maldita vida, la persona que tanto la había ayudado a hacer posible este logro. Esperé un poco hasta que él atendió.
— ¿Buenas noches? ¿Quién es Cleopata sucia? —preguntó una vocecita, sacándome una ligera carcajada.
— Soy yo, mellizo cuerdo. —Le respondí, divertida.
— ¿Tía? —Escuché la voz de mi sobrino, Noah, un poco confundido.
— Noah, ¿Podrías pasarme con tu padre?
— Ya te paso, tía. ¿Has finalizado la novela? —preguntó él.
— Sí, después de tanto tiempo.
—¡Felicidades! —dijo, muy alegre—. Ya apareció mi padre. Después te veo, te quiero mucho, tengo que ir con Alex.
— Yo también te quiero, Noah. Nos vemos. ¡Mándale saludos a la melliza maléfica!
— ¿Cleopata? ¿Cómo estás? —preguntó Leo.
— Siento muchas ganas de llorar, esto es muy emocionante. —Le comenté, sintiendo cómo mis ojos se humedecen. Tenía una sensación que me llenaba rotundamente el pecho, había logrado uno de mis objetivos luego de tantos años modificándolo, terminar mi segundo libro.
— No voy a olvidar que en esa novela me mataste, pensé que yo era tu alma gemela. —Dijo Leo, fingiendo un tono decepcionado.
— No te pediré perdón por eso, era necesario para el drama. —Respondí.
Estuvimos hablando durante una hora completa. Luego, Leo tuvo que irse a cenar con Mérida, su esposa. Al colgar el teléfono, me dirigí hacia la habitación de mi pequeño hijo, Marco. Toqué la puerta, esperando la supuesta regla de los veintiocho segundos, pero nadie contestó. Al abrirla, noté que no había nadie.
— Chloe, tesoro. —Golpeé la puerta de la habitación de mi niña, ella la abrió casi al instante.
— Dime mami. —Respondió, haciéndose a un lado y dejándome pasar.
— ¿Marco dónde está? ¿Lo has visto? —Le pregunté mientras inspeccionaba un poco su habitación, típica habitación de adolescente. Posters y fotografías pegadas en las paredes, la cama completamente deshecha, la silla cubierta de ropa sucia.
— ¿Mamá? —Captó mi atención— Dije que Marco puede estar en el jardín, jugando con el perro ese raro que se trajo a la casa.
— Está bien, y no es un perro raro, es el perro del vecino que tenemos que cuidar hasta que vuelva de las vacaciones. —Le respondí, negando con la cabeza, y cuando estaba por salir de la habitación noté algo extraño en su comportamiento— Chloe...
— ¿Si, mamá?
— ¿Qué estás haciendo en tu laptop? —Le pregunté y ella abrió sus ojos de manera exagerada, alertándome—. ¿Puedes mostrarme?
— No. —Me dice de forma seca, cerrando la laptop de golpe, logrando que yo la mire frunciendo el ceño.
— ¿Cómo que no? ¿Qué es lo que estás haciendo, Chloe Marino Alvani? —Comencé a acercarme lentamente, notando cómo ella se iba poniendo más y más nerviosa.
Editado: 13.11.2025