Un Baile Con El Diablo.

un baile con el diablo

El aire era espeso en aquel viejo salón de San Telmo, ese que se ocupaba cada viernes por la noche para socializar. El humo de los cigarros flotaba como una neblina espectral sobre las mesas, y las notas de un viejo piano llenaban el ambiente con una melancolía casi palpable. Sin embargo, esa noche parecía diferente y nadie entendía la razón de que la atmosfera fuera pesada e incluso hasta intimidante. Entre las sombras de la noche, él apareció.

Vestía un traje negro impecable y unos zapatos que relucían con un brillo antinatural. Su sonrisa era afilada como una navaja y sus ojos, dos pozos oscuros de misterio. Aquel misterioso sujeto camino por en medio de la pista de baile, con su mirada buscaba a alguien y parecía haberla encontrado. Extendió la mano a la mujer más hermosa del lugar: Isabela. Nadie sabía mucho sobre ella, solo que su belleza cautivaba y su baile era legendario, esa era la razón por la que muchos hombres venían cada semana, solo para verla.

—¿Bailas? —preguntó con una voz profunda y seductora.

Ella dudó un segundo. Algo en aquel hombre le revolvía el estómago y le erizaba los bellos del cuerpo, pero la emoción del peligro era irresistible. Aun dudosa tomó su mano y, en ese instante, el mundo pareció apagarse. Las luces parpadearon, la música se tornó más intensa y el suelo vibró con cada paso que daban.

Giraron en la pista con una sincronía perfecta. Su cuerpo se movía con una precisión imposible, guiando a Isabela con una firmeza hipnótica. A cada giro, sentía que su alma se desprendía un poco más. Sus pies ardían, su pecho se comprimía, pero no podía detenerse. El aire se hizo más denso, y las sombras en el salón parecían cobrar vida.

—¿Quién eres? —susurró ella, jadeante.

El hombre sonrió y acercó su boca a su oído.

—Algunos me llaman Diablo —susurró—, pero esta noche solo soy tu compañero de baile.

El corazón de Isabela martillaba en su pecho, esas simples palabras la llenaron de temor, el presentimiento de que él era peligroso se instauro en lo más profundo de su ser. Intentó soltarse, pero sus piernas no respondían. La música seguía, el público observaba con rostros hipnotizados. Nadie parecía notar la lucha en sus ojos.

Con un último esfuerzo, clavó su tacón en el pie de su misterioso acompañante. Un gruñido de furia se ahogó en la música, y el hechizo se rompió. Las luces volvieron a su tono habitual, el aire se despejó y él... simplemente dio la vuelta dirigiéndose a la salida por donde desapareció.

El piano calló. Isabela se tambaleó hasta una mesa, recuperando el aliento. Nadie dijo nada. Nadie preguntó. Solo la miraban con una mezcla de curiosidad y temor. Ella se quedó unos minutos tratando de apaciguar las emociones que recorrían su cuerpo, tenía que volver a casa

Salió a la calle tambaleándose. La noche estaba más fría de lo normal, y un viento gélido recorrió su piel, guardo las manos en los bolsillos de su abrigo en donde sintió algo; al sacar la mano vio una rosa negra marchita, con los pétalos cayendo como cenizas. Era la única prueba de que no había sido un sueño. Decidida a olvidar aquello, tiro la rosa y emprendió su camino a casa.

Pero la historia de Isabela con aquel misterioso hombre no terminó allí. Días después, comenzó a notar sombras en los rincones de su casa, movimientos fugaces en los espejos. Frente a su puerta siempre aparecía aquella rosa negra, que por más que tirara a la basura volvían a aparecer; nunca terminaba de marchitarse por completo. A veces, en la quietud de la madrugada, el eco de aquella melodía que había bailado con el desconocido sonaba en la distancia.

Una noche, mientras se miraba en el espejo, notó algo aterrador: su reflejo se movía un instante después que ella. Sus ojos se oscurecían por momentos, como si algo dentro de ella estuviera cambiando. Un susurro la rodeó:

—El baile aún no ha terminado.

Isabela intentó huir, pero su cuerpo se congeló. Su reflejo sonrió con la misma expresión afilada del hombre de la taberna. Y antes de que pudiera gritar, la habitación se oscureció por completo.

Al día siguiente, la taberna volvió a abrir sus puertas. Nadie vio a Isabela de nuevo, pero en la pista de baile, al centro, había una nueva rosa negra.

Desde aquella noche, se decía que, en San Telmo, a veces, el Diablo venía a bailar... y no todos los que aceptaban su invitación vivían para contarlo.



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En el texto hay: misterio, paranormal misterio, textos cortos

Editado: 08.03.2025

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