Bailar, esa palabra de seis letras que tiene un gran significado para mí. Es sinónimo de libertad, es la forma en que tenemos de expresarnos, de decirle al mundo lo que sentimos en cualquier momento, en cualquier lugar. Con tan solo un movimiento, un solo paso puede ser significado de muchas cosas, como a la misma vez no puede significar nada. Es la forma en que tenemos nosotros los seres humanos para decir: estoy enojado, estoy feliz, estoy triste o simplemente decir: estoy enamorado.
Pero jamás me imaginé que en un baile toda mi vida cambiaría, que conocería el amor verdadero y una de las pasiones más oscuras que jamás pensé vivir.
Y uno de mis peores infiernos, unos que jamás pensé que me los volvería a encontrar.
Y todo empezó en mi cumpleaños número 18.
Qué maldita noche...
—¡Queen! —gritó mi madre como una loca. Tomé mi almohada y me la puse en la cabeza tratando de no escuchar. Trataba de seguir durmiendo, tenía un sueño terrible, mi cuerpo parecía un imán pegado a mi cama y mis ojos parecían pegamento. Me quité la almohada y la observé atentamente.
«¿Por qué mamá me mira como si estuviera drogada y por qué tiene un bizcocho de chocolate?» —me dije a mí misma tratando de encontrar alguna respuesta coherente.
—Feliz cumpleaños, amor —felicitó mamá mientras sostenía el pastel. Abrí los ojos como platos. Joder, se me olvidó que hoy es mi cumpleaños. ¿A qué clase de persona se le olvida su cumpleaños y más cuando son dieciocho? «Sí, señores, a mí» —me dije a mí misma, reprochándome por tener una mente tan débil.
—Gracias, mamá —respondí mientras me levantaba de mi cama y después iba hacia donde ella para darle un beso en la mejilla. Después, con mi dedo cogí un poco de crema de fresa para luego ponerla en mi boca y saborearla.
—¡Queen! —regañó mi madre al verme con la crema en mis dedos—. Vamos, al baño ahora, señorita. Estás tarde para la escuela y ni te creas que porque tienes dieciocho años te puedes gobernar. Aún eres mi bebé —dijo con sus ojos aguados y riendo.
—Ya voy, mujer —respondí. Observé el reloj que estaba en mi mesa de noche. Son las 7:30, tenía media hora para prepararme. Corrí como loca al baño, me miré al espejo y me di el susto de mi vida: parecía una demente, cualquier persona que me viera en este estado le provocaría un paro cardíaco. Entré a la ducha, abrí la regadera para después dejar que el agua tibia relajara mis músculos. Me lavé el cuerpo y salí para luego lavarme los dientes. Fui a mi armario, tomé unos jeans oscuros, una camisa manga larga de cuadros color blanco con negro y unas botas negras. Cogí mis cosas y fui corriendo a la cocina. Tomé un trozo de pastel y un vaso de leche. En ese mismo instante escuché la bocina de un auto. Debió ser Bella.
—¡Ya me voy, mamá, bendición! —grité mientras corría hacia el auto de Bella.
—Dios te bendiga —escuché la voz de mi madre mientras subía al auto.
—¡Feliz cumpleaños, perra! —gritó Bella con una sonrisa.
«¿Por qué todos tienen que gritar al momento de felicitarte? En vez de alegrarme el día, me dejarán sorda».
—¿Gracias? —respondí sarcásticamente. Bella encendió el auto y arrancó. Mientras tanto, puso "Umbrella".
—¿Qué piensas hacer hoy? —preguntó Bella mientras conducía.
—Pues ir al cine contigo y Tyler —respondí obvia, mientras comía mi pastel. «Dios, mi mamá cocina como los dioses» —gemí mentalmente mientras saboreaba aquel trozo delicioso de pastel.
—¿Qué, estás loca? —gritó Bella, frenando de golpe, espantada por lo que le acababa de decir. ¿Qué le podía decir? ¿Que iría al supermercado más cercano y jugaría la lotería para convertirme en millonaria? ¡Pues no, desgraciadamente no tenía ideas geniales para celebrar mis dieciocho! —Son dieciocho años, Queen West —respondió ella toda alarmada mientras fruncía el ceño.
—¿Qué tiene de malo ir al cine? —pregunté mientras comía.
—Que son dieciocho, Queen, eres mayor de edad, puedes hacer lo que quieras —respondió Bella bien dramática.
—¿Qué tienes planeado? —pregunté observándola.
—Mejor lo hablamos con Tyler cuando entremos ahora —respondió. Llegamos a la escuela, nos bajamos del coche y caminamos hacia la entrada. Entramos y vimos a Tyler en los casilleros.
—Feliz cumpleaños, preciosa —dijo Tyler, entregándome unos globos junto con una cajita envuelta en un papel de regalo color rojo. Lo abro y me encuentro con un collar de oro con mi nombre y en la "Q" tenía una corona. Era realmente hermoso.
—Dios, Tyler, esto es demasiado. De verdad, muchas gracias —dije mientras lo abrazaba—. Si no fueras gay, diría que te gusto —bromeé mientras le despeinaba su cabello.
—Qué graciosa, ya quisieras —dijo sarcásticamente—. Pero, linda, qué te puedo decir, lo lamento, pero este cuerpazo es de mi adorado John. Además, ya sabes que tengo ciertos beneficios al ser hijo de un dueño de una joyería. ¿Qué piensas hacer hoy, Queen?
—Pues tu querida Queen pensaba celebrarlo en el cine —respondió Bella, cruzándose de brazos.
—¿¡QUÉ!? —gritó Tyler como si le hubiese arrancado el cabello. Justo en ese momento en que iba a responderles, sonó el timbre. Los tres nos fuimos para el salón de español. Me senté en mi silla, Bella se sentó a mi izquierda y Tyler a mi derecha. Mientras llegaba la maestra, Bella se giró hacia mí.