Un Bebé como regalo de Navidad.

11. Una difícil decisión

Sandra caminaba con tristeza hacia el edificio donde se realizaban los trámites para registrar a los recién nacidos. Llevaba días retrasando esta gestión debido a los conflictos con su esposo, pero ya no podía posponerlo más. Había tomado una decisión difícil y desgarradora: cambiar el nombre de su bebé y dejar un poder legal que asegurara su bienestar en caso de que algo le ocurriera. Quería que el pequeño creciera en un entorno seguro, lejos del hombre que alguna vez amó y de su amante, cuya presencia solo traía caos y peligro. Su hijo ahora se llamaría Emanuel, un nombre que para ella simbolizaba esperanza y un nuevo comienzo.

Con el corazón cargado, Sandra se dirigió a la notaría. Allí, firmó los documentos que le otorgaban a Maritza, su confidente, la responsabilidad de proteger al pequeño Emanuel. También dejó establecido que, si algo le sucediera, una pareja de confianza, cuyo nombre completo figuraba en los documentos, se encargaría de criarlo. Con cada firma, Sandra sentía cómo una parte de su alma se desgarraba, pero estaba convencida de que era lo correcto. Sabía ella, que su hijo estaría con personas que lo amarán a como ella notó aquel día, esa chispa de amor puro y sincero.

Al salir de la notaría, una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Miró a su bebé, que comenzaba a abrir sus pequeños ojos y a explorar el mundo. Emanuel cumpliría un mes en enero, pero la incertidumbre de si ella estaría para verlo crecer la atormentaba.

Cuando llegó a la entrada del cuarto que alquilaban, el sonido de un disparo rompió la quietud. Antes de entender lo que ocurría, una bala atravesó su pecho, derribándola al suelo. Maritza, quien la acompañaba, gritó con horror mientras sostenía al bebé entre sus brazos. El atacante, un hombre desconocido, huyó rápidamente.

—¡Sandra! ¡Sandra! —exclamó Maritza desesperada, arrodillándose junto a patrona.—. ¡Señora, está sangrando mucho! ¡No se mueva!

—Mi bebé... Maritza, por favor... mi bebé... —balbuceó Sandra con dificultad, sus labios temblando por el dolor.

—Está bien, señora, solo se asustó. Pero usted... ¡usted está perdiendo mucha sangre! —Maritza intentaba contener el pánico, buscando ayuda frenéticamente.

—No te preocupes por mí... —susurró Sandra con esfuerzo—. Huye con mi hijo... no permitas que Alexandro ni esa mujer lo toquen. Prométemelo, Maritza...

Antes de que Maritza pudiera responder, una pareja se acercó al escuchar los gritos.

—¿Qué ocurre? ¿Necesitan ayuda? —preguntaron alarmados.

—¡Por favor, ayúdenme! ¡Mi señora está herida! ¡Llévenla al hospital! —rogó Maritza con lágrimas en los ojos, mientras protegía al bebé con sus brazos.

Sin dudarlo, la pareja los subió a su auto y condujo a toda prisa hacia el hospital. Durante el trayecto, Sandra intentaba mantenerse consciente, aferrándose a la esperanza de que su bebé estaría a salvo.

Al llegar, los médicos la llevaron de inmediato a la sala de emergencias. Maritza, temblando, esperó con el bebé en brazos mientras trataba de mantenerse fuerte. Un enfermero salió y le indicó que podía ver a Sandra antes de la intervención. Al entrar sintió que una horrible angustia su señora estaba pálida y se notaba débil. Ella se sintió asustada.

—Cumple mi última voluntad, Maritza... —dijo Sandra débilmente cuando Maritza se acercó—. Todo está en mi cartera: la dirección, los documentos... hazlo por mi hijo. No dejes que caiga en manos de Alexandro ni de esa mujer. Prométemelo.

Maritza, con lágrimas rodando por su rostro, asintió con firmeza.

—Lo haré, señora. Lo prometo. Pero no me deje... usted tiene que vivir, su hijo la necesita... —sollozó, sosteniendo la mano de Sandra.

—Maritza no le digas nada a nadie de esto. Tu solo huye con mi hijo.

—Ya no hable más, señora Sandra debe vivir.— Sandra sonrió débilmente.

—Pensé que moriría por la enfermedad, pero resulta que la amante de mi esposo adelanto mi muerte.

Maritza negó llorosa. Su patrona está muriendo y ella no sabía que hacer.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, Sandra besó la mejilla de su pequeño Emanuel antes de desmayarse. Los médicos la llevaron rápidamente al quirófano, dejando a Maritza afuera, con el corazón roto.

Sosteniendo al bebé contra su pecho, Maritza se sentó en la sala de espera, preguntándose cómo cumpliría la promesa. Sabía que no tenía los medios ni un lugar para criar al niño, pero también sabía que no podía fallarle a Sandra. Miró al pequeño Emanuel, que lloraba suavemente, y juró en silencio que encontraría la manera de darle la vida que su madre deseaba para él, sin importar el sacrificio.

La noche había caído, y Maritza caminaba por los pasillos del hospital con el corazón en un puño. El pequeño había tomado la mamila, lo dejo limpio mientras lo mecia en sus brazos, los médicos salieron de la sala de urgencias, sus rostros tensos. Uno de ellos se dirigió a ella, su voz grave y pausada.

—¿Usted es familiar de la paciente?

—Sí... sí, yo estoy aquí para ella. —Maritza intentaba mantener la calma, aunque el miedo le apretaba la garganta.

—¿Dónde están sus padres o algún otro familiar?

—No hay nadie más... solo yo.

El médico asintió con pesar.

—La situación es crítica. La bala perforó un pulmón. Hicimos todo lo posible, pero la señorita Sandra está en coma. Ahora solo podemos esperar. Las próximas 72 horas serán decisivas.

Maritza sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.

—¡No, por favor! ¡No puede decirme eso! ¡Sálvela, se lo suplico!

—Lo siento mucho. Por ahora está en cuidados intensivos.

La desesperación inundó a Maritza mientras veía al médico alejarse. Se quedó en el pasillo, paralizada por el dolor y la incertidumbre. En sus brazos, el bebé de Sandra, empezo a llorar sin cesar, buscando el calor de su madre. Maritza miró al pequeño y sintió que el alma se le partía.

Sandra, su jefa, le había confiado la vida de su hijo. Apenas unos días antes, ambas habían salido de la mansión con la esperanza de comenzar una nueva vida lejos del peligro. Pero la tragedia las había alcanzado. El ataque había sido rápido y brutal. Sandra había recibido un disparo, y seguramente fue la tal Lorena, no tenia pruebas contundente pero seguro que esa maldita mujer mando a matar a los dos, por suerte la señora Sandra había logrado proteger al niño, su vida ahora pendía de un hilo.



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En el texto hay: amor, amor dolor dulsura, fe

Editado: 23.12.2024

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