Un Bebé como regalo de Navidad.

13. Un bebé como regalo de Navidad

Maritza no podía contener el llanto mientras caminaba por las calles desiertas. No habia nadie, algunas casas se escuchaba una musicas navideñas de alegría y otras nostálgico. El frío de la noche se hacía más intenso, y con cada paso sentía que su corazón se rompía un poco más. En sus brazos llevaba al pequeño Emmanuel, envuelto en una manta que apenas lograba mantenerlo caliente. El bebé, con tan solo veinte días de nacido, balbuceaba débilmente, ajeno al dolor y la desesperación que inundaban a Maritza.

Había pasado horas buscando la casa donde él pequeño estaria seguro, la señora Sandra aseguraba de que él recibiría el amor y la protección que necesitaba. Finalmente, encontró una pequeña tienda que vendía Moisés decorados con cintas navideñas. Aunque no tenía mucho dinero, no podía dejar al niño en el suelo; cuando lo llevara a dejar, necesitaba algo digno para él. Compró el más simple que pudo permitirse y, con manos temblorosas, acomodó al bebé en su interior.

Mientras caminaba hacia la dirección que su patrona Sandra le había dado, los recuerdos de los últimos días se agolpaban en su mente. Sandra estaba en estado crítico, su pulmón perforado y su cuerpo al borde de la muerte. Los médicos le habían dado apenas 72 horas de esperanza, y aunque su corazón aún latía, parecía que su alma ya había partido. Maritza sabía que no podía hacerse cargo del bebé. Su vida era demasiado precaria, y el niño necesitaba algo que ella no podía ofrecerle.

Pero lo más aterrador era el peligro que acechaba. Lorena, esa mujer cruel y despiadada, ya había demostrado de lo que era capaz al ordenar el ataque que casi mató a Sandra. Maritza temía que si Lorena descubría la existencia de Emmanuel, también intentaría hacerle daño. Era una certeza que no estaba dispuesta a poner a prueba.

Finalmente llegó a la casa. Era un lugar cálido y acogedor, muy diferente a la fría mansión donde Alexander, el marido Sandra, permanecía. Maritza colocó al bebé en el Moisés, cuidando de que quedara bien arropado, y dejó un sobre con los papeles del niño debajo de la canastilla, y la carta que escribio su patrona. Emmanuel abrió los ojos brevemente, mostrando un azul profundo que parecía reflejar la inocencia.

Maritza lo miró por última vez. Su corazón latía con fuerza desbocada, y sus manos temblaban mientras se acercaba al timbre. Antes de presionarlo, una lágrima rodó por su mejilla, sacó la cadenita de oro y se lo coloco al pequeño.

—Lo siento, pequeño —susurró con la voz quebrada—. Esto es lo mejor para ti.

Timbró y dio un paso atrás, observando la puerta con el alma rota. Luego, se giró y se alejó rápidamente, sin mirar atrás, mientras el llanto del bebé se mezclaba con el eco de la noche. Sabía que en manos de esa familia, Emmanuel tendría una oportunidad de ser amado y protegido. Aunque su corazón estaba destrozado, Maritza supo en ese momento que había hecho lo correcto.

***

Era la madrugada del 25 de diciembre la noche silenciosa y fría, pero llena de calidez en casa de Clarisa y Samuel. Ambos estaban ya en pijama, disfrutando de una cena sencilla junto al árbol de Navidad, que lucía espléndido con sus luces parpadeantes. Clarisa había insistido en pasar esta Navidad a solas con Samuel. Su madre estaba de viaje con su nuevo novio, y las palabras de su suegra la habían herido más de lo que quería admitir, por esa razón ni siquiera la llamo a saludar. Sentados juntos bajo la luz tenue de la chimenea, disfrutaban del calor del fuego y de una película navideña, brindando por ese momento íntimo y especial.

De pronto, el timbre sonó insistentemente, rompiendo la tranquilidad. Samuel se levantó, extrañado quizá escucho mal pero luego escucho un pequeño llanto , y al abrir la puerta no encontró a nadie. Miró a su alrededor, desconcertado, hasta que bajó la mirada y se quedó sin palabras. En el suelo, dentro de un Moisés adornado con un moño rojo, había un bebé bien arropado, balbuceando suavemente con los ojos entreabiertos. Sin perder tiempo, llamó a su esposa.

—¡Clarisa, ven rápido! —exclamó.

Clarisa acudió al umbral de la puerta, y al ver al bebé, soltó un grito ahogado de sorpresa. Sin dudarlo, lo tomó entre sus brazos, sintiendo una mezcla de conmoción y ternura. Afuera hacia frío.

—Pobre bebé, quien lo habrá dejado aquí.— Preguntó Clarisa sorprendida.

—No lo sé, cariño.

Samuel miró nuevamente hacia afuera, buscando alguna señal de quién lo había dejado, pero no había rastro de nadie. Entraron a la casa aún soprendidos. Dentro del Moisés encontraron un sobre con documentos y una carta.

—Samuel, mira esto... —mencionó Clarisa con un nudo en la garganta, mientras desplegaba los papeles.

Entre los documentos había un acta de nacimiento y un poder notarial que establecía a Clarisa como la madre legal del bebé. Al leer la carta, ambos quedaron paralizados. Estaba escrita a mano y firmada por una mujer llamada Sandra:

"Querida Clarisa,
Me alegra haberte conocido. Si estás leyendo esta carta, es probable que yo ya no esté. Lamento tomar esta decisión tan difícil, pero sé que mi hijo estará en las mejores manos contigo y con tu esposo. El destino nos unió aquel día en la tienda, gracias a que me llevaste al hospital, cuando mi pequeño nació y tú estuviste a mi lado. Espero que no veas esto como una carga, sino como el regalo que siempre soñaste.

Mi salud no me permite quedarme con mi hijo. Tengo leucemia avanzando, sabía que este día llegaría. No podía dejar que mi bebé cayera en manos de su padre, un hombre que me engañó y me abandonó en mi peor momento.

Aquí encontrarás un poder legal que te permite ser su madre y ponerle el apellido de tu esposo. Te ruego que cuides a mi pequeño Emmanuel y que nunca permitas que nadie lo aleje de ti. Confío en que le darás todo el amor y la vida que yo no pude darle. Gracias por aparecer en mi vida. Dios quiso unirnos, nuestros destinos estaba escrito, por esa razón te pido que protejas a mi bebé... gracias ante mano.



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En el texto hay: amor, amor dolor dulsura, fe

Editado: 26.12.2024

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