Un Bebé como regalo de Navidad.

14. Una horrible noticia

Alexander deambulaba como un león enjaulado por su mansión, el eco de sus pasos resonando con furia y desesperación. Llevaba días tratando de localizar a su esposa y a su hijo, quienes habían desaparecido sin dejar rastro. Su teléfono sonaba constantemente, pero ignoraba todas las llamadas, incluidas las de Lorena, su amante, cuyo rostro ya no podía mirar sin sentir un profundo desprecio. Nada importaba más que encontrar a su familia, aunque el remordimiento lo devoraba por dentro. Sabía que sus propios errores lo habían llevado a esta pesadilla, y ahora estaba pagando el precio más alto.

El sonido del teléfono lo sacó de sus pensamientos. Contestó de inmediato, con la esperanza de que fuera alguna pista.

—¿Quién habla? —preguntó con voz tensa.

—Soy Maritza, señor Alexander —respondió la voz al otro lado de la línea.

Alexander se congeló. Maritza había sido una empleada cercana a su esposa.

—¿Maritza? ¿Dónde están mi esposa y mi hijo? ¿Sabes algo de ellos?

Un largo silencio se instaló antes de que Maritza hablara, su voz temblando.

—Señor, lamento darle una mala noticia. Su esposa y su hijo... han fallecido.

El mundo de Alexander se detuvo.

—¿Qué demonios estás diciendo?

—Su amante, Lorena, mandó a disparar contra su esposa mientras tenía al bebé en brazos. Fue un atentado en el que ambos perdieron la vida. Sus cenizas están en el cementerio Las Colinas.

Alexander se negó a creerlo.

—¡Eso es mentira! ¡No puedes decirme algo así!

—No tengo motivos para mentirle, señor. Incluso su esposa le dejó una carta en el cementerio. Debería ir a leerla.

Antes de que Alexander pudiera replicar, Maritza colgó. Limpió sus lágrimas y salió de la colina donde había dado la llamada, ella debia cumplir a como se lo pidió su patrona. Incluso mentir sobre la muerte del pequeño.

Mientras Alexander, destrozado, lanzó el teléfono contra la pared.

La rabia y el dolor lo consumían mientras destruía todo a su paso en la habitación. Finalmente, salió de la mansión, subió a su coche y condujo como un loco hasta el cementerio Las Colinas. Allí, el paisaje sombrío parecía reflejar su alma rota. A lo lejos, divisó una pequeña urna rodeada de flores marchitas. Sobre ella, descansaban una carta y un anillo: el mismo anillo de bodas que él había puesto en el dedo de Sandra siete años atrás.

Cayó de rodillas frente a la urna, temblando mientras tomaba la carta con manos temblorosas. La abrió, y al leerla, sintió que su corazón se desgarraba. Era la letra inconfundible de Sandra, sin embargo se notaba distorsionada la escritura.

Alexander:
Sé que cuando leas esta carta ya no estaré en este mundo. Ni yo, ni nuestro hijo. Tu amante decidió que debíamos sufrir, y lo logró. En mis últimos días descubrí que tenía leucemia, y confieso que llegué a considerar dar en adopción a nuestro bebé para que tuviera una oportunidad mejor. Pero nunca tuve esa oportunidad. Nos arrebataron la vida antes de que la enfermedad me consumiera, esta carta la escribí antes de entrar a la sala de cirugía. Por lo que si llega a tus manos significará que ya no estoy.

No te odio, pero tampoco puedo perdonarte. Dejaste ir a una esposa que te amaba y a un hijo que algún día te habría llamado 'papá'. Decidiste mil veces a tu amante antes que a nosotros, y este es el resultado. Ahora, gracias a ella, te quedarás solo.

Fuiste mi primer amor, Alexander, y mi último. Pero me decepcionaste. Adiós para siempre.

Alexander apretó la carta contra su pecho, sintiendo que miles de dagas perforaban su alma. Un grito desgarrador salió de su garganta mientras golpeaba el suelo con los puños. El peso de la culpa lo aplastaba. Había perdido todo por su propia ambición y egoísmo.

Pasaron minutos, tal vez horas, hasta que finalmente se levantó, con lágrimas en los ojos y el alma rota.

—Sandra... juro que tu muerte no quedará impune.

De regreso a su mansión, Alexander llegó como un huracán, tirando todo a su paso. Minerva, la nana que lo había cuidado desde pequeño, trató de calmarlo.

—Señor Alexander, ¿qué está pasando?

—¡Sandra y el bebé están muertos! —gritó con furia, su voz quebrándose.

Minerva dio un grito ahogado, llevando las manos al rostro.

—Pero... ¿cómo es posible? Hace solo unos días salió de la casa...

Alexander la ignoró y siguió destruyendo todo a su alrededor. Finalmente, Minerva lo dejó solo, incapaz de soportar su dolor.

Esa noche, en la soledad de la mansión, Alexander se derrumbó en el suelo de su habitación, abrazando la carta de Sandra. Su llanto resonó en las paredes vacías mientras la promesa de venganza ardía en su pecho. La muerte de Sandra y su hijo no quedaría sin justicia.

***

Lorena se sentía extasiada. Había logrado lo impensable: Sandra estaba muerta, y junto con ella, el bebé que tanto significaba para Alexander. Ahora no había nada que se interpusiera entre ellos. En su mente, aquello era un paso hacia la felicidad absoluta. Alexander la amaba, estaba segura de ello, y aunque Sandra había sido una molestia, su desaparición aseguraba que su camino estuviera libre de obstáculos.

Su teléfono sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Al ver el nombre de Alexander en la pantalla, una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Hola, mi amor —dijo ella con un tono meloso.

—¿Dónde estás? —preguntó Alexander con voz tranquila, casi casual.

—Aquí, pensando en ti. ¿Qué pasó?

—Necesito verte en el penthouse.

—¿En serio? —La emoción era evidente en su voz.

—Sí, quiero darte una noticia que te encantará.

—¿Qué noticia?

—Por fin estaremos juntos, sin ningún obstáculo. ¿Puedes creerlo?

Lorena sintió que el corazón le daba un vuelco. Todo estaba saliendo como había planeado.

—Claro que sí —respondió emocionada.

Cuando colgó la llamada, se apresuró a elegir un vestido elegante. No escatimó en detalles: maquillaje impecable, joyas que brillaban bajo la luz y tacones que resonaban en el piso como un recordatorio de su poder. Estaba lista para enfrentar cualquier cosa, convencida de que Alexander la adoraba, incluso a pesar de sus actos. Después de todo, gracias al dinero de su padre, él vivía en la comodidad que tanto apreciaba.



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En el texto hay: amor, amor dolor dulsura, fe

Editado: 26.12.2024

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