Un Bebé como regalo de Navidad.

18. Un final feliz y bendecido.

Había pasado más de un año desde que Emmanuel llegó a la vida de Clarisa y Samuel en una inolvidable noche de Navidad. Ahora, faltaban pocos días para que diciembre comenzara, y con él, la celebración del primer cumpleaños del pequeño. Clarisa se encontraba emocionada; su hijo ya daba pequeños pasos, y cada día se convertía en un recordatorio viviente de la felicidad que ahora llenaba su vida.

El pequeño Emmanuel era el vivo retrato de Sandra, una mujer muy importante en la vida de Clarisa, a quien recordaba con cariño. Fue precisamente una señora llamada Maritza quien dejó al niño en su puerta aquella noche, y desde entonces, Clarisa había tomado la decisión de darle un hogar lleno de amor. Maritza regresó un día para visitarlos, y Clarisa, sintiendo gratitud por lo que ella había hecho, le permitió quedarse un rato. Aprovecharon el momento para tomarle una fotografía con Emmanuel, guardando ese recuerdo como un gesto de afecto y respeto. Incluso descubrío que a Sandra la mando a matar la Amante del señor Alexander.

—Que cosas más horrible. Sufrió Sandra.— pensó con tristeza.

Días después, otra visita inesperada llegó. Minerva, quien había sido la nana del padre biológico de Emmanuel, Alexander, apareció con noticias difíciles de procesar. Alexander, un hombre atormentado, había decidido quitarse la vida, pero antes dejó una considerable herencia para su hijo. Aunque Clarisa y Samuel inicialmente no querían aceptar ese dinero, entendieron que sería una protección para el futuro de Emmanuel y decidieron guardarlo en una cuenta bancaria que permanecería intocable hasta que el niño tuviera la edad suficiente para decidir qué hacer con ella. Minerva, sin embargo, les hizo prometer que jamás le revelarían al pequeño la verdad sobre su padre biológico. Clarisa y Samuel, aunque con dudas, aceptaron cumplir con esa petición.

Cuando llegó noviembre, el ambiente en el hogar estaba lleno de alegría y expectación por la celebración del primer año de vida de Emmanuel. La casa se llenó de actividad; los padres de Samuel y la madre de Clarisa estaban en la cocina preparando platillos deliciosos, mientras Clarisa decoraba el espacio para la piñata. Emmanuel, lleno de energía, intentaba corretear por toda la casa con pasos tambaleantes, mientras sus balbuceos llenaban el aire de risas.

Esa tarde, mientras Clarisa ayudaba con los preparativos, comenzó a sentirse mal. Una sensación de náusea la invadió, seguida por un fuerte mareo que la obligó a recostarse en la cama. Samuel, quien había llegado temprano del trabajo, preocupado, se acercó a ella.

—¿Qué tienes, cariño? —preguntó con ternura mientras se sentaba a su lado.

—Nada grave —respondió ella, tratando de restarle importancia—. Me siento un poco mareada, pero seguro es algo hormonal. Ya sabes cómo me pasa a veces.

Samuel la miró con preocupación.

—No te preocupes por nada, amor. Hoy pedí permiso en el trabajo y puedo ocuparme de todo. Además, mi mamá mandó a llamar a su amiga para que nos ayude con el pastel.

Clarisa sonrió, agradecida. Samuel trabajaba como gerente general en una importante compañía, un puesto que había conseguido después de años de esfuerzo. Con apenas ocho meses en el cargo, su desempeño había sido impecable, y los beneficios de su nuevo empleo les permitían vivir con mayor comodidad.

Tras un rato de descanso, Clarisa se levantó y bajó con Samuel para reunirse con los demás. En cuanto Emmanuel vio a su padre, gritó con emoción:

—¡Papi! ¡Papi!

Samuel lo cargó en sus brazos y el pequeño, estirándose, intentó darle un beso a su mamá.

—Ay, mi amor, te quiero tanto —dijo Clarisa mientras besaba a su hijo.

—¡Mami! —balbuceó Emmanuel con esfuerzo, y ambos padres rieron ante su tierna voz.

El cumpleaños del pequeño estaba rodeados de sus seres queridos, con risas y música llenando el ambiente, celebraron el primer año de vida de Emmanuel. Mientras Samuel y Clarisa miraban a su hijo soplar su primera velita, comprendieron que, a pesar de los obstáculos del pasado, la vida les había regalado una felicidad completa.

Esa Navidad sería especial; no solo celebraban el nacimiento de Emmanuel, sino también el amor y la familia que habían construido juntos.

***

Sandra contemplaba con ojos melancólicos las fotografías que su querida amiga Maritza le había enviado desde el otro lado del mundo. En ellas, la pareja sonriente abrazaba con ternura a un niño de cabellos dorados y mirada inocente. Emmanuel, su pequeño hijo, estaba ahora bajo el cuidado de esa pareja que había consagrado su vida al amor puro y verdadero. Desde el principio, la pareja había soñado con un hijo, y aunque las circunstancias les habían negado esa bendición su paciencia y constante oración los habían preparado para recibir el mayor regalo de sus vidas.

Sandra se encontraba en un hospital en Rusia, refugiada de un pasado que la perseguía como una sombra implacable. En ese lugar frío y distante, había encontrado una oportunidad de vida y, sorprendentemente, de amor. El doctor Picado, un hombre dedicado y noble, había sido el ángel que la rescató en su noche más oscura. Aquella noche, cuando la muerte parecía inevitable, ocurrió un milagro. Sandra, al borde del abismo, había regresado a la vida gracias a la intervención oportuna del médico.

Sin embargo, esa segunda oportunidad traía consigo una carga emocional que Sandra no podía ignorar. Consciente de los peligros que acechaban, le rogó al doctor Picado que fingiera su muerte. Temía que sus perseguidores la encontraran y lastimaran no solo a ella, sino también a Emmanuel. Con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos, Sandra confió todo al doctor, quien comprendió la magnitud de su dolor y aceptó ayudarla.

Maritza, tal leal, cumplió su petición al pie de la letra. Fue ella quien inventó su muerte, aunque el acto desgarró su corazón. Ahora, Emmanuel estaba a salvo, creciendo en un hogar lleno de amor y cuidado. Sandra, por su parte, había tomado la dolorosa decisión de alejarse para siempre, renunciando a su rol como madre, pero encontrando consuelo en la certeza de que su hijo estaba en las mejores manos posibles.



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En el texto hay: amor, amor dolor dulsura, fe

Editado: 26.12.2024

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