Un Bebé Para El Jefe

1: El monstruo es mi jefe

10 de marzo, 2024.

Apodado el monstruo por los medios de comunicación y dueño de un carácter de lo más insoportable, ese era Akim Mikhailov, el magnate petrolero de Rusia. La prensa lo tenía en el peor concepto después, que él le pidiera el divorcio a su ex esposa, quien tras ser detectada con cáncer fue abandonada por el magnate sin que él sintiera remordimiento.

El monstruo es mi jefe, pensó la joven mujer de cabellos rubios oscuros, mientras corría para registrarse a tiempo, sacó su identificación y la pasó por el escáner, a pesar de haberlo logrado no paró hasta ganar la maratón. Se suponía que debía ingresar más temprano y por minutos se salvó. Era un manojo irreconocible, debajo de sus ojos se remarcaban las ojeras y su ropa de vestir al menos estaba decente.

Tan pronto las puertas del ascensor se abrieron, salió disparada saludando con la mano lo más rápido que podía a las personas, que le hablaban. Su jefe la iba a enterrar, de eso estaba segura. Sudó por todo el rostro cuando llegó a su escritorio, dejó sus cosas sobre este y cuando iba a sonreír un carraspeo la hizo ponerse pálida.

Pensó que su jefe aun no llegaba.

—¡Hasta que se aparece, Ivanova! ¡A este paso terminará despedida, no le pago para que sea una maldita turista! —exclamó prepotente, recalcándole y limpiando el piso con su rostro para que entendiera, que no le daría preferencia por ser la sobrina de su antigua secretaria, quien se encontraba de licencia. La muchachita agachó la cabeza juntando sus manos con nerviosismo ante el regaño de su jefe. —No lleva ni dos semanas en el puesto y ya tiene cuatro faltas. Mandará mi empresa al demonio por su falta de profesionalismo. —fue cruel, sin detenerse y llegando al extremo de causarle temblores en las piernas debido al miedo.

No podía perder el empleo, se dijo ocultando lo apenada que estaba.

—Y-yo, lo siento, señor Mikhailov. —tartamudeó, disculpándose con el corazón brincando contra su caja torácica. Se hizo pequeña cuando su jefe soltó una carcajada, incrédulo. No se atrevía a levantar la mirada y toparse con esos ojos destructores.

—¿Acaso no le gustaría llegar el día de mañana un poco más tarde? —todo el sarcasmo y la cólera bordeó su pregunta, pero la muchacha no lo captó, no se dio cuenta que su jefe solo estaba siendo sarcástico.

Su secretaria inocentemente y con sorpresa elevó sus ojos, brillando de ilusión. ¿Acaso le cambiaron a su jefe y este sí tenía humildad? Debía tratarse de un milagro.

—¿Enserio, señor? Yo le estaría muy agradec…

El magnate le hizo trizas sus ilusiones en la cara.

—¡Por supuesto que no, Ivanova! Despierte de ese mundo rosa en el que vive. —gritó molesto, oyéndose su voz amargada e intolerante hasta los otros pisos y oficinas, que se ubicaban en la planta. El corazón de la muchacha latió con fuerza, temblándole los labios. —Deje de verme con cara de víctima y póngase a trabajar, que no recibirá su cheque por holgazanear. —dictaminó muy enserio y determinado.

La joven volvió a agachar la cabeza. Vivía en un mundo todo menos rosa.

—S-sí, señor. —contestó sumisa, subyugándose al poder de su jefe.

—Y que sea la última vez que llegue tarde, no volveré a pasarle ninguna falta más, Annika. —terminó el regaño, dictaminándole el último aviso. Soltó un bufido y se aflojó la corbata, se giró y caminó en dirección a su oficina, encerrándose de un sonoro golpe a la puerta, descargando toda su furia e ira.

La muchachita apretó sus labios sintiendo que los ojos le escurrían, no estaba acostumbrada a que le gritaran y fueran tan crueles, pero esta era la vida real. Nunca fue de carácter rebelde, siempre fue dócil y obediente. Sintiéndose incompetente se acercó a su escritorio y se sentó en la silla, prendió el computador y se limpió algunas lágrimas que empezaron a desbordarse de sus ojos. Sorbió por la nariz y le dio inicio a su trabajo porque si no terminaba lo que estaba retrasada, el señor Akim no la dejaría salir a almorzar.

***

Verificó la nómina de empleados de las otras plantas, arregló la agenda de toda la semana, redactó los informes con el resumen de administración y confirmó la asistencia de su jefe a las conferencias para empresarios, que se llevaría a cabo la siguiente semana. Cuando finalizó la primera parte, tomó en brazos las carpetas completas y caminó con torpeza hacia la oficina del magnate.

Tocó dos veces de manera suave, si lo hacía con mucha fuerza lo fastidiaba, detestaba el ruido y lo alteraba la impuntualidad. Ella lo sabía mejor que nadie. Una vez su jefe la dejó pasar, entró cabizbaja, nada inusual tratándose de ella, pensó Akim mirando a su incompetente secretaria presentarse.

—Terminé lo que necesitaba, señor. —informó con la mirada en el suelo.

El ruso asintió, aunque era estúpido hacer aquel gesto si ella no lo vería.

—Déjalo en el escritorio y retírate. —ordenó dominante. Estaba bebiendo vodka en un pequeño vaso mientras miraba a través del ventanal. La muchacha así lo hizo, pero cuando iba a girarse se enredó con sus propios pies sintiéndose descompensar, no había tenido tiempo ni el dinero para desayunar y por eso fue que casi termina tirada de no ser porque se sostuvo del borde.

El magnate petrolero giró al oír sus tacones desestabilizarse, haciendo un ruido molesto.

—¿Está haciendo puntos para ponerme furioso? —recriminó, tensionándose. Ignorando preguntarle si se encontraba bien, estaba en cuclillas y sosteniéndose para no irse hacia atrás. La muchacha tomó una gran bocanada de aire y temblorosa se puso de pie.

A pesar de su rostro totalmente blanco, dibujó una sonrisita miedosa.

—N-no e-es mi intención, señor.

—Entonces ¿qué espera que no se retira? —dijo bruscamente, irritándole que ella fuera tan lenta para captar las cosas. Su joven secretaria se disculpó por su ineficiencia y movió sus pies fuera de su oficina, corriendo rápidamente al baño con su bolso.




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