Un bello y encantador Señor problema

1. Un extraño despertar

Hay días en que una migraña puede noquearte y dejarte en un limbo con su intensidad, y al parecer hoy era uno de esos. Intento abrir mis ojos, pero mis párpados pesan por lo que apenas son unas hendijas. Por fortuna no tengo dolor de cabeza, pero me siento abotargada, como si me hubiera ido de juerga sin saberlo. Lo intento de nuevo con todas mis fuerzas hasta que lo consigo. Hay mucha claridad por lo que debe ser muy temprano en la mañana o tarde que se yo, puesto que todo se ve borroso y distorsionado para mí debido a mis problemas de visión.

Trato de recordar lo que ha pasado con mi vida estas últimas horas y no puedo, mi mente está en blanco y tengo la sensación de que algo extraño me ha sucedido. Largo un bostezo rascando mi cabeza, mi cabello es una maraña rebelde y desordenada. Trato también de enfocarme porque empiezo a notar cosas diferentes en mi habitación.

No recuerdo haber cambiado mis sábanas, ni siquiera haberme quitado la ropa. Me inspecciono y me doy cuenta por lo poco que logro ver, que llevo puesto un camisón y que no recuerdo haberme colocado. Por suerte llevo mi ropa interior puesta.

Me encuentro absorta tratando de recordar que demonios me ha pasado, porque lo último que tengo en mi cabeza es que tenía una crisis migrañosa de esas que me noquean y de ahí nada más. Por más que lo intento no logro recordar lo que me pasó. Parece que mi memoria voló.

¿Acaso me sobrepasé con la dosis para el dolor?

Y en esas estoy, tratando de hacer memoria cuando percibo un aroma de un rico, delicioso y recién preparado café. Mi olfato no miente con mi bebida malsana favorita.

¡Un momento!

Me freno de mi ambrosía mental porque, aunque anhelo uno en verdad, una duda me asalta.

¿Por qué huele a café cuando apenas acabo de despertarme?

Eso hace que me ponga a gatas y recorra como un rayo la cama hasta alcanzar mi mesita de noche. Es allí donde siempre dejo mis preciados lentes. Palpo sobre la superficie con desespero porque no los encuentro.

―Esto debe ser lo que estás buscando.

Escucho una voz grave y varonil a mi espalda y que hace que mi nublado cerebro tenga un cortocircuito mental, porque eso tiene que ser una alucinación. Así como estoy a gatas me vuelvo con bastante lentitud hacia el extremo de la procedencia de la voz.

Con mi precaria y borrosa visión percibo que en efecto hay un hombre en mi habitación, de pie y que extiende algo hacia mí.

―Qué bueno que despiertas ―habla de nuevo trastornando como no tengo idea mi cabeza.

Abro grande mis ojos para notar que lo que me está entregando son mis lentes, que le arrebato de un tirón. Cuando los tengo empuñados en mis manos, eso hace que me espabile sacándome de sopetón del estado de aturdimiento en el que me encuentro.

Sacudo mi cabeza tratando de hilar mis pensamientos. Me niego a creer que no estoy soñando; porque en efecto no lo estaba. Es literal que hay un hombre en mi habitación, y tengo la extraña sensación de percibir un ligero e imperceptible acento extranjero en su pronunciación.

¡¿Qué cuernos me pasó?!

No puedo evitar llenar mi cabeza con conjeturas sobre lo que he olvidado

¡Cielos no!

Yo no…

Ahogo un gemido tapando mi boca con mis manos con la primera idea loca que cruza por mi cabeza.

¿Acaso he dormido con un extraño?

«Muy malo por supuesto, se supone que soy virgen... o lo era».

¡Diantres!

«No sé qué pensar». Mejor no pienso.

Lo siguiente que hago es recomponerme y colocarme mis lentes, sin ellos no logro enfocarlo bien por mi trastornada visión. Mi cabeza también lo está, pero no puedo perder mi norte. Con ellos puestos ahora veo la realidad de la voz del hombre que me ha estado hablando.

Estoy atónita tratando de reconocerlo ―y no lo logro―. Hay algo en sus ojos que me es familiar y espero que no sea por lo que pudo ocurrir anoche. ¿De dónde puede ser? No tengo ni la más remota idea, o peor aún, no lo recuerdo, y para rematar, tengo que admitir que no estaba nada mal.

«¿¡En qué rayos estoy pensando?!», me regaño sin demora. Me alejo de él como si fuera un espanto que ha aparecido en medio de la noche.

―¿¡Quién eres!? ¿Y qué diablos haces en mi casa? ―le reclamo cuando retomo mi concentración.

Me niego a reconocer que en efecto la presencia del hombre... es real.

«Hermana, afronta tu realidad». ¡Es real!

¡Me lleva!

Ahora se encuentra de pie junto al borde de mi cama, con una cara entre seria y divertida y la segunda más que la otra. De paso sosteniendo una taza de café que reconozco es mi preferida porque me la había regalado alguien especial, y para colmo estaba disfrutando con mi confusión.

―¿Cómo que quien soy? ―pregunta con un deje de malicia en la voz casi sonando a una insinuación. Seguido arquea una ceja mirándome de forma perversa o esa es mi imaginación―. ¿Acaso ya lo olvidaste? ―sisea haciendo que se me erice la nuca por la forma en que arrastra la pregunta con un deje de insinuación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.