―¿¡Q-Qué!? Debe estar bromeando. Tiene que ser una broma. ¿Cuándo hice eso?
―Como escuchas.
―¿Y por qué diantres le llamaría si no le conozco?
―Ya lo descubrirás ―aduce engreído y sigue hablando cuando estoy a punto de replicar―. Eran las once de la noche cuando llamaste a mi línea; obvio que estabas sola cuando llegué. Supe que buscabas algo de acción cuando me invitaste a pasar sin siquiera mirar mis credenciales.
Apenas ha comenzado su supuesto relato y yo no lo puedo creer, estoy a punto de caer en shock. Algo se atora en mi garganta que no me deja hablar y creo que es mi propia saliva.
―No me extrañó notar que estabas toda empapada en sudor y caliente como el infierno. Lo primero que hiciste al verme fue abalanzarte sobre mí, atrayéndome dentro de tu casa, y luego me trajiste aquí, a tu habitación, demostrándome lo ardiente y necesitada que estabas, así que no te detuve cuando te...
Él pausa, como si se diera cuenta de la expresión en mi cara, que no doy crédito a lo que escucho. Mis ojos amenazan con salirse de las cuencas y traspasar mis lentes. Tengo que espabilar y acomodármelos, intentando tragar el nudo que tengo atorado en la garganta.
¿Qué era toda esa sarta? ¿Quién era esa mujer?
¡Mátenla!
Porque de verdad no la conozco. Estoy a punto de replicarle, pero él hace un gesto con su mano acallándome para continuar con su increíble relato.
―Como verás, ante tal invitación no pude negarme; puesto que tú ―me señala con su dedo índice―. Me atrajiste con toda tu fuerza, me hiciste quitar la chaqueta y luego arrancaste todos los botones de mi camisa en un desespero por abrirla, y de manera apasionada te pegaste a mí. El resto te lo puedes imaginar ―añade apretando sus labios con una sonrisa cínica y victoriosa.
Me quedo de piedra, o mejor aún, fo-si-li-za-da.
¡Qué diablos era eso!
Estoy aterrada. ¿Quién era esa desvergonzada mujer? ¡Porque no, no, no era yo!
No recuerdo haber fumado hierba. Ni consumo nada psicoactivo, psicotrópico o alucinógeno, solo Excedrin para la migraña fuerte; y estoy totalmente segura de que eso no me haría perder la razón ni la memoria. Nunca me había pasado nada igual. Chillo de euforia por dentro.
¡Migraña!
Eso es, debe ser solo eso, y no me va a hacer cambiar de opinión.
―¡Miente! ―chillo, recomponiéndome.
―¿Eso cree? ―aduce, ladeando su cabeza de forma lo bastante seria, diría yo que demasiado para la situación, porque eso solo quería decir que estaba totalmente seguro de su versión.
―Sí, porque esa persona que describes no soy yo y nunca haría tal cosa, ni siquiera borracha.
Acotaré que nunca tomo, no lo resisto.
―¿En serio lo cree? ―vuelve a decir, inescrupuloso, asomando una media sonrisa torcida en su boca.
―Sí ―reafirmo decidida.
―Gemías y lo disfrutabas ―afirma, usando ese tono seseante que empieza a volverme más loca.
―¡Miente!
¿¡Qué le pasa!?
―Estuviste maravillosa ―continúa diciendo con una excesiva seducción en su voz, tanta que estoy a punto de creerle y salir gritando que dice la verdad.
¡Que alguien me salve!
Eso es rematadamente imposible. Está claro que trata de confundirme y debo sostener mi negativa a creer lo que dice. Me cruzo de brazos de forma desafiante.
―Miente ―repito, apretando los dientes.
―¿Está segura de que miento? ―sisea otra vez.
―Sí ―contesto, manteniéndome en mi línea, en una sólida y concisa respuesta.
Mi tono puede que le parezca un poco inseguro, pero mi postura sigue siendo firme e inamovible; tanto que, en un momento, ese hombre rompe en carcajadas dejándome en un completo limbo. Me pregunto si es que yo tengo un payaso pintado en la cara o si mi expresión es tan seria que resulta cómica. En definitiva, se está burlando de mí.
Le miro ceñuda y estoy a punto de gritarle, cuando de forma inesperada deja de reír, y su rostro se torna serio, sin asomos de burla, como si fuera un camaleón que cambia de color con facilidad.
―Bien, entonces se lo diré y añadiré que estoy gratamente sorprendido ―dice, y ya sin siseos ni burlas.
¡Qué diantres!
¿Cómo debo tomar eso? ¿Como un cumplido? No lo creo. Más bien me deja con la boca abierta, ¿acaso hay más? ¡No era suficiente con toda la sarta que acababa de decir!
―Creí advertirte que te ahorraras los lujos y los detalles ―digo, ofuscada.
―Mujer, cualquiera en su lugar estaría dichosa con una noche tan excitante como esa.
Ese desgraciado sonríe al mencionar eso como si hubiera dicho una gran revelación. Solo logra que me indigne más.
―¿Una noche como esa o con alguien como usted? Explíquese.
―Eso lo dejo a tu elección.
Mi mandíbula cae de forma irremediable, y por como lo veo, seguirá haciéndolo muchas veces más. Omito su sugerencia causada por mi estúpido sarcasmo.
#177 en Otros
#83 en Humor
#545 en Novela romántica
romance, comedia y drama, comedia humor enredos aventuras romance
Editado: 12.06.2025