Deduzco que tal vez tenga un poco de razón, pero no había necesidad de ser tan borde. Ser consciente de esa realidad me hace percibir su cercanía, lo que me lleva a saltar lejos de él. Me cruzo de brazos a la altura del pecho, olvidando que tengo las piernas al aire como hasta ahora, y trato de ser más razonable.
Es cierto que el ambiente ha mutado hacia un asunto más complicado que haber tenido una desbordante noche de lujuria y pasión con un desconocido.
—Está bien, no preguntaré nada más. Ya está más que aclarado lo sucedido anoche y la razón por la que está en mi casa. Y ah... —titubeo un poco antes de confesar lo siguiente, que resulta aún más vergonzante—. Responderé por los daños a sus ropas; es lo menos que puedo hacer.
La verdad es que me siento avergonzada, pero aún debo mantener mi dignidad. No soy una mala persona, ni tampoco una mala trabajadora.
—No hace falta —responde de manera bastante seca.
—Insisto —recalco.
—Verá —comienza a hablar nuevamente con su tono misterioso y sin prestar atención a ninguna de mis palabras—. Como podrá percatarse, aún estoy en su casa, así que mientras se recuperaba y despertaba, me he tomado la libertad de usar su cuarto de lavado. Lavé todo el desastre: el suyo y el que hice sobre mí. Me disculpo porque creo que usé demasiado suavizante; fue por el olor, ya sabe a qué me refiero.
—Necesito una caja —murmuro bajo, agradeciendo que no me preste atención.
—Mientras esperaba, me preparé un poco de café, así que no debe molestarle que haya usado su cafetera, ya que he estado despierto por más de siete horas. Hoy es un día normal de trabajo. Como veo que está perfectamente bien... —comienza a moverse para salir de la habitación, despistándome—. Va siendo hora de que me vaya. Mi turno empieza a las nueve y... —mira su reloj mientras lo observo hacer todas esas cosas—. Son las siete y media de la mañana. Eso es todo. ¿Qué opina?
—¡Mierda! —grito, saliendo de mi trance y sorprendiendo a ambos. Debió pensar que soy bastante vulgar; pero acabo de caer en la cuenta de algo real en todo este relato—. ¿Qué pasó con el material que tenía que enviar? —pregunto, llena de desesperación, porque era algo que debía hacer.
¡Cielos! Empiezo a divagar, diciendo que debía conectarme con mi jefe para ello, y estaba inconsciente.
No puede ser y...
Él corta con mi divagación antes de que me convierta en un manojo de nervios. La realidad es que mi irresponsabilidad me descoloca.
—Ya está hecho —dice, espantándome.
—¿Cómo que ya está hecho? ¿Y cómo es eso posible? Si según su versión no podía ni sostenerme en pie. ¡Estaba moribunda!
—Tomé su lugar y la suplanté para poder enviarlos. Eso hice y fue sencillo porque no tiene bloqueos de pantalla —dice con tanta frescura que casi me desmayo.
No puedo evitar reír a carcajadas de forma frenética. Y no tiene razón, porque solo yo uso mi computadora. Ahora sí ha roto toda mi compostura, dejándola en una verdadera histeria.
—Dígame que es una broma.
Me exalto al máximo.
—No, porque eso hice debido a la urgencia, y creo que estuvo bien. Tu jefe ni siquiera notó que era otra persona quien enviaba la información. Tuvimos una charla bastante animada —expone, dibujando en su rostro una sonrisa llena de satisfacción.
¡Animada!
—¿Quién le dijo que podía hacer eso? ¿Qué le dijo? ¡Espere un momento! No me diga, ¿se puso a coquetear con él en mi nombre?
¡Que me parta un rayo!
Quiero arrancarme todas las greñas. Esto es lo peor. He pasado de ser una mujer lujuriosa a una conquistadora inmoral. A mi amado, a mi adoración, a quien nunca le he faltado al respeto en mis pensamientos.
¡Qué demonios!
Es cierto que quiero conquistar a Arthur, pero no de una forma tan vulgar.
¿Qué pensará de mí?
Pero él sabe que no soy así.
—No exagere, no fue tanto como coquetear. ¿Por quién me toma? En fin. Solo fue una conversación agradable —dice con picardía en su rostro.
—¿Es gay? —gruño la pregunta, indignada.
Esa debía ser la explicación para semejante hazaña.
—¡Diablos, no! —responde con una rapidez sorpresiva.
—¿Dígamelo? Quiero saber exactamente de qué hablaron, ¿y qué demonios le envió? —le exijo.
—No lo creo, tendrá que averiguarlo por sí misma —dice, negándose a responder, y eso me pone más nerviosa.
—¿Dígame qué diantres hizo? ¡Dígamelo! —vuelvo a exigirle, agarrándolo del cuello de su camiseta blanca.
¡Cielos!
Estoy perdiendo el poco pudor que me queda, pero la rabia me supera. No quiero ni imaginar lo que estará pensando Arthur de mí.
—Cálmese, donna, solo anexé unas fotos al archivo que estaba a punto de enviar en su computadora a su jefe. Fue todo.
—¿¡En serio!? —digo con una risa nerviosa y totalmente desconcertada.
—Sí —afirma de nuevo; sin embargo, no parece disfrutar con mi frustración.
#170 en Otros
#80 en Humor
#552 en Novela romántica
romance, comedia y drama, comedia humor enredos aventuras romance
Editado: 12.06.2025