Un bello y encantador Señor problema

5. Una llamada decisiva

Dentro de mis necesidades básicas, también está como prioritaria relajarme; si no lo hago, juro que voy a enloquecer, y eso no es tan difícil en mí. Pero antes de ducharme, necesito verificar la información con Agnes. Según ese hombre, Arthur no había respondido, y es cierto, pero él las ha visto. Debe ser porque tal vez se dio cuenta de que era yo y está pensando lo peor de mí, que me estoy aprovechando de mi posición. No obstante, jamás se me habría ocurrido hacer una tontería como esa.

¡Me lleva! «No te apresures a los hechos», me digo para calmarme, y por primera vez me tomo una pausa para evitar cometer más errores. Contacto sin demoras a Agnes, con la excusa de verificar lo acontecido. Para mi aterradora sorpresa, efectivamente me confirma lo del pedido urgente a Marco, el mensajero, de quien apenas descubro la existencia. También me corrobora que él le dio el aviso de mi percance, y que los archivos ya estaban en manos de mi jefe. Añade que Arthur se había comunicado con ella para notificarle de mi ausencia por enfermedad, y que todo está en orden; espera verme restablecida en los próximos días.

Estoy asombradísima de que no mencionara irregularidades con los informes ni con las fotos. Le daré el indulto por el momento, porque ella es una excelente ayuda y no puedo quedarme sin secretaria; aunque me dio la impresión de que me estoy perdiendo de algo en toda esta historia maravillosa y perfecta, opacada solo por la inventiva de ese gracioso mensajero.

«Mis últimas memorias, claro», ¿qué le vamos a hacer? Pensando eso, caigo en la cuenta de que no sé nada de ese hombre, ni siquiera cómo se llama. Ella lo mencionó, pero debo confirmarlo, así que me hago una nota mental para organizar mi montaña de papeles y estar más atenta a quién entrega mi mensajería.

―¿El mensajero, me dijiste? ―pregunto a Agnes, retomando la conversación con un toque de curiosidad espontánea.

―Sí ―responde a mi pregunta―. Marco, el nuevo mensajero ―recalca.

No me pasa por alto un deje de incomodidad en su voz, como si estuviera cansada de repetir la misma cosa diez veces. Él no mencionó que fuera recién contratado, pero su nombre no me suena de nada. Eso me frustra.

―¿Todo en orden, señorita? ―insiste Agnes en la línea.

Esa es su forma habitual de llamarme, siempre con respeto. Suena extraño, porque es como si me recordara mi estatus de novata sin experiencia, y para mí eso es algo gracioso. Después de todo este embrollo, parece que esta situación se hará latente, porque ese maldito me recordó que tal vez me quede virgen para toda la vida. Suelto un hondo suspiro.

―Sí, todo en orden ―retomo la conversación con un esfuerzo―. No dudes en avisarme si algo pasa; estaré al pendiente.

―¡Así lo haré! Y por ahora es mejor que descanses ―me dice y cuelga, antes de que pueda replicarle que soy yo quien da las órdenes.

Me hace reír, hasta que me espanto cuando el teléfono suena de nuevo en mi mano, dándome un susto de muerte. «Debo tranquilizarme», solo es el tono de mi celular. Sin embargo, al mirar la pantalla y el nombre de la llamada entrante, me quedo pasmada: Arthur. Mi corazón se agita con fuerza mientras me siento rara, porque nunca había tenido tanto terror de hablar con él.

Ver su nombre me recuerda que hace dos meses se fue de viaje de negocios a Japón, y aunque siempre hablamos por chat para temas de trabajo, hoy me resulta particularmente extraño todo lo acontecido. Dudo un instante si contestar la llamada, ante la incertidumbre de no saber en qué consistió la supuesta conversación. Arthur y Marco "supuestamente yo"... En fin, no le doy más largas. Contesto.

―¡Hola, Arthur! ―digo, tratando de mostrar toda mi efusividad.

Lo cierto es que todo esto me tiene nerviosa.

―Maggie, me tienes preocupado. ¿Cómo lo estás pasando?

Por fortuna, su pregunta no tiene nada de irregular; suena como las pocas veces que me pregunta cómo estoy.

―Bien... no te preocupes.

―¿Seguro?

¡Qué diantres!

No es la primera vez que hablo con él. Siempre es así, sin embargo, siento como si me estuviera interrogando.

―Sí, claro. ¡Te lo juro! Ya me pasó lo peor

¡Al demonio!, sigamos la corriente. Necesito descubrir si alguien está mintiendo, aparte de mí.

―¿Maggie? ¿Estás bien?

―Sí, estoy perfectamente. Solo es migraña. Obvio sabes que a veces me superan.

―No hagas que me preocupe, no cuando estoy tan lejos, ¿quieres?

Vaya, eso me ha conmovido.

―Arthur, no es la primera vez que me da migraña...

Debería añadir que tampoco es la primera vez que él no está para cuidarme. ¿Tendrá remordimiento de conciencia porque aún no se decide con el compromiso? Eso me alegraría; no obstante, hay silencio al otro lado.

―De acuerdo, solo cuídate. Tú bien sabes lo mucho que me preocupo por ti.

¿En serio dijo eso? Quiero gritar.

¡Un momento! Aun no.

Me calmo.

―¿Arthur?

―¿Qué es, Maggie?

Su tono parece extraño y a la vez que condescendiente. ¡Demonios!, tengo que preguntar de todos modos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.