Por fin llego a casa, pero al meter la llave en la cerradura me encuentro con que no está asegurada, a pesar de que esta mañana recuerdo haberlo hecho. Pienso en las posibilidades de por qué esto sucede: la primera es mi madre, la segunda, mi adorado hermano, y la tercera mejor no la pienso. Ellos son los únicos autorizados con la llave de mi hogar. Bueno, mi madre es la propietaria y mi hermano... es mi hermano.
Sin embargo, debería considerar una tercera posibilidad: ¡un ladrón! Disipo de mi mente ese último mal pensamiento y abro la puerta. Entro y no escucho ruido; todo está a oscuras. Conozco muy bien mi casa, así que voy directa a encender la luz. Al intentar hacerlo, me llevo una sorpresa que casi me mata del susto: un montículo se dirige hacia mí. Retrocedo espantada, con el recuerdo de aquello que aún permanece como una nebulosa en mi mente.
—No otra vez —digo en voz alta, presionando el interruptor.
—¿No otra vez qué, Maggie? —pregunta Erick cuando se enciende la luz.
—¡Qué diablos te pasa! ¿Acaso quieres matarme? —reacciono frenética, llevándome la palma de mi mano derecha a mi agitado pecho.
—¡No! Como crees, no era esa mi intención —se defiende Erick, poniendo su famosa cara de puchero, que, por cierto, se parece mucho a la mía.
—Es en serio, Erick. Por lo menos enciende una luz y así sabré que hay un alma viviente en esta casa y no pensaré que se ha metido un ladrón —le espeto.
—No exageres, que no es para tanto —masculla, aunque parece un poco desanimado.
—¿Y ahora qué es? —le increpo—. Solo tengo dos opciones para que estés aquí —digo y empiezo a enumerar con mis dedos—. Una: te peleaste con mamá. Dos: Ray te echó a la calle.
Él pone los ojos en blanco.
—Tres: ¿no crees que estoy un poco preocupado por ti? —arguye enfadado.
—¿Te lo ha contado? ¿Fue mamá, cierto? —le acuso, poniendo cara de aburrida.
Reconozco que una de las cualidades más fiables de mi hermano es que no miente, y su rostro da la impresión de no saber de qué le estoy acusando.
—Bien, acertaste en una. Pero Ray no me ha echado... solo... —pausa un momento y levanta la vista hacia el techo con expresión impaciente—. Solo... tuvimos una diferencia. Dice que, si no le ayudo, no va a regalarme el auto que me prometió para cuando entre a la universidad, y esa es la razón por la que estoy aquí, hasta que resuelva cómo hacer lo que quiere.
—¿Por qué no me lo explicas con más claridad? No lo estoy entendiendo y créeme, mis neuronas se están durmiendo —digo, haciendo cara de cansancio.
—¡Dios! Deja de hacer esa cara, que te ves espantosa. Ya pareces anciana —me regaña, haciéndome enfurruñar.
—Trabajar sería una buena opción para ti, jovencito, ¿no lo crees?
—No digas eso ni en broma.
—¡Qué flojo!
—¡Mira quién habla!
—¿Por qué no avanzas? Es en serio, estoy agotada. ¡Y ten más respeto con tu hermana!
Me alejo de él y me siento en el conflictivo sofá. Allí dejo mis cosas en el suelo y me acurruco con un cojín en el que apoyo mi rostro. Le observo, esperando su explicación, que por lo general siempre resulta en una niñería. Tengo que aceptar que, a pesar de que nos tratemos como perro y gato, le quiero un mundo. Erick tiene solo quince años, pero a veces llega a ser mucho más adulto y maduro que yo.
—Papá quiere deshacerse de mamá —dice, espantándome.
—¡¿Qué diantres estás diciendo?! —exclamo alarmada.
—¡No pongas esa cara, que no es lo que piensas! Es solo que está cansado de darle dinero sin ninguna garantía, y con la demanda de divorcio, sabes que debe seguir manteniendo todos sus gastos. El último pago que hizo casi lo mata de un infarto. Dice que, si sigue así, lo va a arruinar y de paso me dejará sin herencia. Así que fui a quedarme en casa de mamá y ver si podía encontrar aquellas pruebas que papá había recogido en la demanda y que misteriosamente han desaparecido para su conveniencia. ¿A que no adivinas? —dijo casi sin aire.
—¿Por qué no me lo dices tú? —digo, haciendo un gesto con las palmas de mis manos—. No soy adivina, habla de una vez.
—¡Bien! Pensé que eras más astuta. —Mi hermanito sí que me hace arrugarme cada vez más—. En fin, descubrí que quizás fue ella quien las robó. Papá quiere recuperarlas para llevarlas ante el juez e impugnar la demanda, y así que le quiten esa obligación.
—Ese cuento está de muerte y, aunque así fuera, estás frito si crees que mamá te va a dar su carta de defunción. En dado caso de que las tuviera, las debe tener muy bien guardadas.
—Lo sé, por eso le pedí que me dejara quedarme con ella. Tú y yo sabemos muy bien dónde están guardadas esas fotos, pero ya no la soporto y tuve que irme.
Con estas palabras, su voz se apaga y empieza a colorear su rostro de un rojo furia, o, mejor dicho, ardiente.
—Vaya, toma aire, cálmate o vas a reventar. Y, a propósito, ¿cuánto duró tu rigurosa búsqueda?
—Solo una semana, hasta que... pasó... lo que pasó —balbucea entrecortado.
—No entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra; además, ¿en dónde encajo yo en este asunto?
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Editado: 28.07.2025