Un bello y encantador Señor problema

15. La fuente del pollo

Muy a mi pesar, los lentes de Masera me van bien, y es extraño, porque cada fórmula es única. Medito sobre si él tiene el mismo problema de deficiencia visual que yo, y la respuesta a mi suposición llega de inmediato. No lo creo. Él parece ver perfectamente, y tampoco quiero averiguar a quien le pertenecen, que por lo visto es una ciega igual que yo. Con todas las señales que Peggy y su familia me hacían, no me resulta difícil llegar a la conclusión.

—¿Ves? No tienes pérdida, llegaste bien —fue lo primero que dice al acercarse.

—Peggy, deja de portarte como una mamá conmigo, ¿quieres?

—No puedo, Maggie, ¡soy una mamá! —responde con efusividad.

Era imposible negar su convicción; tan intensa que me sorprende la seriedad con la que lo expresaba. Edward me examina con la mirada, luego entorna los ojos, acaricia su bigote y me pregunta, con cierta preocupación en el rostro:

—¿Cómo te sientes?

—Uh… bien. ¿Por qué la pregunta? —contesto un poco abrumada.

Se acerca y me dice en tono confidencial, mientras Peggy se distrae con uno de sus gemelos:

—Es por Peg, no deja de preocuparse por ti. Dice que tú odiabas este tipo de aventuras, y, tú sabes, también soy doctor.

Contengo como puedo una carcajada que moría por asomarse, todo por la cara de Edward. Se supone que es doctor en traumas psicológicos, no físicos. Me pregunto qué tanto le había contado Peggy de mí. Me limito a responder antes de que piense que me estoy burlando de él.

—Solo tengo un leve dolor en mis tobillos y perdí mis lentillas. De resto, todo bien. Todo en orden —reafirmo mi estado físico.

Peggy vuelve su atención hacia nosotros.

—¿De qué hablan? ¿Puedo saber?

—De ti, tonta preocupona —la espeto.

—¡Maggie! —protesta, haciendo una cara exagerada de espanto, y todos nos echamos a reír, incluidos los gemelos.

—¿Qué vas a pedir? —me insta Edward, señalándome la carta del menú.

Seguro para librarse de la cara amenazante de Peg. Tomo la carta que hay sobre la mesa y, tras meditarlo un momento, pido lo que me parece un plato decente.

—Alitas a la barbacoa, ensalada y una soda bien fría. Necesito calorías, urgente —digo sobre mi elección.

Edward llama al mesero y le entrega mi pedido; también hace uno igual para Peggy, con su consentimiento. Luego me mira, seguro de que ha captado mi cara de sorpresa.

—No te preocupes, nosotros ya comimos nuestro almuerzo. Peg insistió en esperarte.

Él acaricia la mano de Peggy al decir esto, y ella le sonríe. Miro a Peg y le guiño un ojo, seguido de un cariñoso “gracias”.

—Oh, Maggie, ¿qué clase de amiga sería si te dejara almorzar sola? —responde complacida.

Edward se levanta de la mesa y lleva a los niños al baño, con el pretexto de que Peggy y yo tengamos nuestro agradable almuerzo de amigas. Los despedimos y, al rato, nuestro pedido llega, junto a otro que no estaba incluido.

Alitas a la Lawra.

Ambas la miramos frunciendo el ceño.

—Sí, acaso no te das cuenta —responde Peggy, haciendo uso de un extravagante sarcasmo. Lawra hace lo que puede por disimular su enojo con una risilla.

—Eso está súper, y todo va por cuenta de Challenge Group, así que disfrútenlo —alardea.

Peggy va a replicarla, pero Lawra se esfuma antes de que ella pueda articular la primera sílaba.

—Creo que no le agradamos —dice muy seria.

Miro a Peggy y, sonriendo.

—¡Déjalo! No te desgastes con eso. Ni siquiera la conozco.

—¿Así que ellos están juntos? —replica, algo irritada.

—¿Quiénes? —pregunto con indiferencia.

—Ella, ¡quién más! Y tú italianucho, por supuesto.

—No sé, y no me importa. Tampoco es mi italiano. ¿De dónde sacas esa tontería? No vuelvas a decirlo ni en broma —le reprocho, irritándome también.

Peggy hace silencio. Creo que me he ido de la lengua nuevamente. Así que le digo que no es para tanto; tampoco la estaba regañando, bueno, un poquitín, y solo porque su comentario fuera de lugar me exasperó bastante. Ella parece comprender mi punto, y eso me alivia.

Empezamos a comer, y mientras lo hacemos, iniciamos una nueva conversación, algo más agradable. Hablamos de las cosas lindas que la vida le había dado y de cómo Edward se convirtió en su segunda mejor oportunidad: la boda, el nacimiento de los gemelos y lo mucho que sufrió con su primer parto. Estoy a punto de decirle que pare, porque no creo que hablar de partos, placentas o ombligos umbilicales enredados en medio de una comida sea un buen tema. Por fortuna, escucha mi súplica mental y lo cambia. Después de eso, me pone al tanto de su familia, de cómo ahora sí se lleva bien con su madre. Me pregunta por Arthur, y al mencionar su nombre, recuerdo que no he devuelto sus llamadas ni mensajes, invadiéndome por primera vez un sentimiento de culpa.

Le comento que, tras graduarme, empecé a trabajar con él en el negocio que le dejaron sus padres, y también que hacía más de un mes que no lo veía porque estaba en su acostumbrado viaje a tierras niponas. Peggy demuestra mucha emoción al escucharme decir estas cosas; me pregunto por qué y qué parte son tan espectaculares.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.