Marco acelera nuevamente y se pone en marcha. El lugar hacia donde nos dirigimos no me es para nada conocido, por lo que empiezan a asaltarme las dudas. Él no había vuelto a dirigirse a mí, ni siquiera cuando sugirió que yo haría de conejillo de sus experimentos extremos otra vez, o tal vez decidió simular que yo era un bulto invisible a su espalda. Estuve un poco inquieta al comienzo del viaje; sin embargo, de un momento a otro me relajé en su espalda, y hasta disfruté un poco de la brisa que se colaba por el casco en mi rostro.
Al parecer llegamos a nuestro destino, o eso creo porque se detiene frente a lo que se ve como un gran portón. Apaga la moto y espera a que yo me baje porque lo cierto es que estoy renuente.
―¿Dónde estamos? ―pregunto apenas hube puesto mis pies en tierra.
Me retiro el casco y se lo extiendo. Él no contesta. Solo me recibe el casco y lo acomoda en su maletero, luego toma mi bolsa y me la devuelve y la arrebato de su mano.
―Le hice una pregunta señor Masera, ¿por qué no me responde?
Me vuelve a ignorar yendo hasta el portón y teclea una clave. Este se abre después revelando una enorme casona antigua.
―Le dije...
―Entre ―gruñe cortando mis palabras.
Después toma su moto y la lleva dentro. Le sigo y al cerrarse el portón, dos enormes canes se abalanzan hacia mí, a lo que yo busco escudarme detrás de él.
―¿Qué diablos es este lugar? ―pregunto empezando a ponerme histérica―. ¡Van a morderme! ¡Haga algo!
En realidad, no me habían atacado ni nada parecido, solo me asustan los perros tan grandes. En cambio, Masera, apenas deja su moto en lo que parece un garaje interno se agacha y abraza a los dos perrotes como si fuesen suyos.
―Rufus, Astor, ¡venire qui!
Se oye la voz de una mujer mayor con acento italiano, que al parecer llama a los dos perros por sus nombres. Estos le reconocen yd e inmediato se dirigen a ella. Me asomo un poco de detrás de la espalda de Masera que se endereza, para ver quién es la dueña de esa voz, percatándome que en efecto pertenece a una anciana con muchas canas.
Eso me hace pensar en gustos raros, recordando al marido de Lawra, aunque no es tan anciano como esta señora.
―¡Nonna! ―le llama él.
―Mio bambino, vieni, vieni ―contesta la anciana que se acerca a la claridad de la única farola del patio. Estaba vestida con una túnica blanca, y tenía la apariencia de una matrona enorme―. ¿Che è con voi? ―sigue diciéndole palabras que yo no entiendo.
Él se acerca yendo a su encuentro. Ella le besa en la frente.
―Benvenuto mio figlio. ¿Che è con voi? Marco ―le insiste con algo y no dudo que se refiera a mí por cómo me mira por sobre su hombro.
Él le sonríe y le murmura algo al oído. Ella asiente de inmediato y le besa ahora ambas mejillas. Masera me hace señas para que saliera de mi escondrijo. Salgo de la penumbra en la que había permanecido viendo este cuadro tan maternal. Y al hablarle en el mismo idioma, imagino que debe ser su abuela o algo parecido, por como la llama. Dudo por su apariencia que sea su madre.
También tengo que admitir que estoy impresionada por la forma tan cariñosa en que se trataban. Apenas me ve la anciana se acerca y toma mis manos entre las suyas haciéndome tragar con fuerza.
―¡Bienvenida! ―dice emocionada en un imperfecto español.
Su tono es tan extrañamente agradable, que me pone la piel de gallina.
―Gra-Gracias ―respondo algo atolondrada.
Solo no pretendo parecer descortés después de la forma en cómo me trajo él aquí. Mi risilla nerviosa empieza a asomarse.
―Tú debes ser Margarita ―afirma―. Marco me ha hablado mucho últimamente de ti. Por eso ansiaba conocerte y le pedí que te trajera a casa.
Y dicho esto que me deja un poco trastornada, me arrastra hacia el interior de la casona dentro de la propiedad mientras yo no salgo de mi asombro. Miro a Masera y de forma disimulada le hago señas con el dedo hacia la anciana que me está arrastrando. Él en respuesta solo se encoge de hombros haciendo que resople al verle seguirnos escoltado por los perros. Me hago una gran nota mental sobre exigirle una explicación, además de por qué demonios le habla a una extraña de mí cuando ni siquiera le conozco muy bien a él.
«Lo dejaría pasar. Por ahora» Solo porque la cosa no salió tan aterradora como esperaba. Una vez en el interior todo se ve tan acogedor; y muy a pesar de mi disgusto, se siente agradable y familiar como solo lo son las casas de las abuelas. Hay una enorme chimenea en el centro del que imagino es el salón principal. La decoración es antigua; desde los muebles de la sala y sillas del comedor hasta los marcos de los cuadros y las fotos que estaban sobre una repisa de madera de talla.
El salón es grande y espacioso, y tiene dos escaleras que dan al corredor de un piso superior. Marco carraspea interrumpiendo mi concentración y agradezco que lo haga. Me da un poco de escalofríos darme cuenta de lo anonadada que estoy por el lugar. La anciana por fin suelta mi mano y me hice señas de que me siente en el sillón próximo a mí. Después repara en Marco.
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Editado: 12.06.2025