Creo que necesito una pala para que me recojan y me levanten de la cama. Al parecer, el relajante no me hizo efecto. Mi cuerpo parece haber absorbido todo el cansancio del día anterior, o de las últimas semanas; porque esta había sido un infierno para mí.
Todavía me sigo preguntando, ¿por qué a mí? Y, peor aún, ¿por qué está sucediendo todo esto? Aunque, viéndolo bien, el lío no está nada mal.
—¡Carajos! ¿En qué estoy pensando otra vez?
Me sacudo y mi cuerpo se resiente, haciendo que me queje como una viejita. Es entonces cuando a mi nariz llega un olor penetrante a café negro y cargado.
¡Déjà vu!
—A la única que le gusta preparar café de esa forma es a mi madre. Por suerte, está lejos de aquí —murmuro contra mi almohada, disolviendo esos pensamientos.
Pero debo levantarme; es lunes y tengo que ir a trabajar. Cierro mis ojos un momento y medito sobre el desastre en que se ha convertido mi vida a causa de una maldita migraña. Intento recordar de nuevo, y nada. Mis memorias de ese día aún no regresan de China, y aunque todavía tengo una versión de la realidad de los hechos siento que algo no cuadra.
—¿Por qué no dejas de darle vueltas al asunto y me cuentas cómo te fue ayer?
—¡Mamá!
—Aquí estoy, querida. Aun no me he ido lejos —dice quedándose de pie junto a la puerta de mi habitación.
—Solo era un chiste, madre.
—Bien, déjalo. ¿Qué tal tu domingo?
—Más bien mi pregunta es, ¿por qué estás aquí?
—¿Acaso no puedo visitarte, Maggie?
—Mamá, deja el drama. Sabes bien por qué te lo pregunto. Tenías un evento con tu famoso podcast.
—Te estuve llamando y no te dignaste a contestarme —me reclama.
—Siento haber hecho eso. Es solo que estaba molida física y emocionalmente.
—Vaya, entonces tuviste un día muy agitado.
—Sí, mamá, demasiado. Comenzando porque los parques no son mi atracción favorita.
—¿Qué hay de Peggy?
—Mmm... debo aceptar que tenías razón. Ha cambiado un montón en su físico, tanto que estoy aterrada de que haya vuelto a verse como en sus inicios, aunque emocionalmente sigue siendo la misma. Eso fue bueno.
—Sé que no quieres oírlo, pero te lo dije.
—¿Lo sabías, cierto?
—¿Qué cosa? —pregunta haciéndose la desentendida.
—No te hagas, mamá, sabes de qué hablo.
—No. Si no hablas claro, ya quisiera ser adivina, hija. Me evitarías muchos problemas.
—Me refiero al esposo de Peggy. Edward.
—¿Qué hay con eso?
—¿Por qué no me dijiste que se había casado con otra persona, que además fue su terapeuta, y no con Ewan? ¡Con Ewan! No te imaginas cuánto sufrí de pensar que los vería juntos y me encuentro con algo totalmente diferente. ¡Fue un shock! Me pregunto qué pasó con él y con Peggy para que terminara casada con un terapeuta.
—¿Ella no te lo contó?
—No con claridad, y tampoco se lo iba a preguntar.
—No fui yo quien prefirió no ir a su boda y comprobarlo, cuando preferiste hacer otra cosa. Así que no te quejes.
—Me estoy perdiendo de algo, mamá, y tengo que saberlo. Me pregunto si Arthur también lo sabía.
—No te diré nada. Ya es hora de que tú misma te percates de que habitas aquí en la Tierra, no en la luna que te fabricó Arthur. Y ¿qué esperas para prepararte? —espeta.
—¿Y para qué?
Miro otra vez el reloj; marcan las seis y treinta. Mi despertador se supone que sonará a las siete. Qué remedio, lo apago antes de que suene.
—Recuerda que tienes exámenes que hacerte. ¿Tengo que repetírtelo otra vez?
¿Exámenes?
—Lo había olvidado —murmuro.
—Bien, ya lo sabes. Así que apúrate —me apura, comenzando a salir de mi habitación.
—¿Viste a Erick? —le pregunto, deteniéndola.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no tengo tiempo para escuchar niñerías —declara.
—Deberías preocuparte más por él y tratar de arreglar las cosas.
—¡Soy la madre aquí, Maggie! Que no se te olvide —me riñe.
Sacudo mis manos en son de paz.
—¡Bien! Ya me voy a bañar.
Después de salir, me arreglo a mi gusto. Por fortuna, Arthur no regresará hasta el próximo lunes, así que puedo respirar profundo y tomarme con calma el asunto con el señor Masera, que resulta ser su verdadero apellido y muy italiano el condenado.
Cuando ya estoy lista, me fijo en la habitación de mi hermano y aún está cerrada. Debe estar durmiendo, porque sus clases no comienzan todavía. No quise llamarlo para no molestarlo. Esta noche, luego del trabajo, hablaré seriamente con él.
Por desgracia, no puedo comer nada debido a los exámenes de sangre que me voy a practicar, así que ni me acerco a la cocina. ¡Los odio! «Sí, algo más en mi lista, señor Masera».
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Editado: 28.07.2025