Un bello y encantador Señor problema✓

18. Jefe mata a mensajero

La puerta se abre y unos pasos aligerados se acercan directos al salón.

―¡Arthur! ―exclama Dafne, la dueña de los insistentes golpes, deteniéndose en el acto en la entrada del salón donde nos encontramos Arthur y yo.

Aún estamos en la misma posición, por lo que ambos nos giramos al verla llegar. Debo agregar que me siento un poco incómoda. ¡Válgame, Dios! También estoy aliviada de que sea Dafne y no Masera; aunque si él entrara por esa puerta en este instante, mi alivio se iría al traste. Arthur es quien toma la palabra, y yo me limito a guardar silencio, permitiendo que él enfrente su brusca forma de irrumpir en mi oficina.

―Entra, no te quedes ahí parada ―dice, acomodándose en el sofá y alejándose de mí de forma considerable―. ¿Necesitas algo? ―agrega impaciente, causando sorpresa en su rostro.

De alguna manera, entiendo su forzada entrada. Ella es la secretaria privada de Arthur y quien lleva su agenda, no yo; por lo tanto, es su conducto regular. Pero al parecer, no tenía la idea clara de que Arthur había regresado.

Ella se coloca un poco más cerca de él. Tengo la impresión de que a esta mujer de rizos perfectos le está costando el habla, nerviosa por su expresión. La miro con arrogancia, sintiéndome bastante malvada, y también contenta de ponerla en mi lugar.

―¿Por qué no me enteré de tu llegada? Se suponía que tu arribo sería hasta la próxima semana.

Eso también pensaba yo.

―Dafne, si mal no recuerdo, no creo que tenga que darte explicaciones sobre eso.

―Se supone que soy tu secretaria y llevo el control de tu agenda... debo saberlo todo.

«Ya me sé ese guion».

―Supones bien. Tú manejas mi agenda, yo controlo mi tiempo. Y ya que estás aquí, espero que el asunto a tu cargo esté resuelto.

―Todo está tal cual como lo ordenaste ―responde muy diligente.

Eso me causa extrañeza, porque no sé a qué asunto se está refiriendo.

―¡Perfecto! Entonces ocúpate de lo tuyo y retírate. De ahora en adelante, y hasta nueva orden, Maggie trabajará conmigo.

«Vaya». Creo que Dafne y yo tenemos la misma objeción reflejada en nuestras caras, mentes y pensamientos.

―¿¡Qué estás diciendo!? ―exclamamos al unísono.

Con la sorprendente declaración de Arthur, toda su atención se posa en mí. Aun así, esto no va bien. Hago memoria de mi última conversación con ella y no fue para nada buena; sobre todo porque me acusaba de robarle a su amante. Dijo que quedaría entre las dos. Lo dudo mucho, considerando lo de ahora. Me siento como si estuviera caminando sobre una cuerda floja.

Maldigo para mis adentros porque lo quiero y no, ¡qué diantres! ¿Por qué ahora? Cuando todo parece ir bien. Puedo recordar muchas cosas, pero nada de lo que sucedió aquel maldito martes. Creo que estoy jodida, y más vale que Arthur no le siga echando leña al fuego. Hará que ella suelte su lengua, y eso no me conviene.

―Disculpa, Arthur. Creo que ese es mi trabajo, no el de Maggie.

Dafne se adelanta, conmocionada, tratando de mantener su compostura. Va a seguir hablando cuando Arthur le hace señas con la mano para que se detenga, impacientándola en el acto.

―Señorita Malone, es una orden. De ahora en adelante, y hasta nueva orden, ocúpese también del trabajo de Maggie, que, al fin de cuentas, también es responsabilidad suya.

Rememoro a Masera con su "Señorita Sawyer" cuando se le da por ser caballeroso o, mejor dicho, un maldito caballero. Y pienso: ¿acaso sonaría igual si Arthur me llamara así? No lo creo; de alguna manera, ese trato se había vuelto muy particular del señor Masera.

«Estás en lo cierto», ¿qué carajos?

De todos modos, con esta reacción, confirmo aún más mis impresiones iniciales. Algo en Arthur ha cambiado. Desde que empecé a trabajar bajo su mando hace cinco años, esta es la primera vez que siento que en verdad soy importante y él me da el rol que debería ostentar frente a todos.

Las dos fuimos contratadas el mismo día, y a diferencia de mí, que fui contratada por amistad, ella se ganó su puesto por mérito propio. Sin embargo, mi cargo se supone que es más alto que el de Dafne, pero nada de lo que hago llega a mis manos si antes no ha pasado por las suyas.

Arthur tiene razón al decir que mi trabajo también es el de ella. También entiendo su frustración, y aunque lo hago, debo aceptar que estoy rematadamente feliz, tanto que canto y bailo en una pata por dentro.

Muchas cosas van a cambiar entre tú y yo cuando regreses, tenlo por seguro.

Esas fueron sus palabras antes de irse de viaje. Si era de esto de lo que estaba hablando, ¿por qué no estar feliz? Empezando por el casi beso de hace un rato, después de tanto tiempo pensando que nada iba a suceder. Debo sentirme muy feliz por eso, porque ahora voy a estar más cerca de él. Quizás a la par.

¡Me muero de emoción!

―Tú no me puedes hacer esto... no es justo... ―solloza Dafne de repente.

―Señorita Malone, el jefe aquí soy yo. Retírese y haga su trabajo ―demanda Arthur.

Él me mira de nuevo y me sonríe con picardía, como si supiera que me estaba complaciendo. ¿Debo alegrarme por eso o solo llorar de emoción? Qué disyuntiva la mía. Dafne obedece a regañadientes la orden y se retira a grandes zancadas, visiblemente enojada.




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