Un bello y encantador Señor problema✓

19. ¿Qué le pasa a mamá?

Arthur y yo nos dirigimos al restaurante del hotel y encontramos la mesa dispuesta para los dos. Pedimos solomillo de buey, puré, ensalada César y vino tinto, solo para él. Para mí, prefiero un refresco. Yo elijo del menú y él está de acuerdo, lo cual me complace, pues me siento como si actuara como una verdadera novia a la que su novio le deja elegir todo. Sigo reafirmando que como de todo.

Excepto pasta, señorita Sawyer.

Me parece escuchar su voz en mi cabeza, y lejos de provocarme enojo, esta vez me sonrío con desgano y espontaneidad. Arthur me mira con extrañeza.

—¿Qué es lo divertido? —pregunta.

Me encojo de hombros, sacudiendo la cabeza de forma infantil, rogando porque el servicio sea más rápido. El difunto padre de Arthur tenía acciones en este hotel, y al ser su heredero, siempre que viene —que es muy a menudo cuando está en la ciudad, aunque pocas veces me invita— lo atienden con celeridad. Una vez servida la mesa, la observo con ansiedad.

—Adelante, sé que te mueres de hambre, al igual que yo —dice, congraciándose.

—Gracias y buen provecho —respondo, empezando a comer.

Debería darme vergüenza que él note cómo el hambre me devora. Arthur levanta la copa de vino tinto que le han servido y me imita.

—Buen provecho.

Aclaro que no soy así, tengo modales. Solo es debido a mi situación de vida por los exámenes de la mañana. Mientras almorzamos, aprovecho para iniciar una conversación haciéndole preguntas sobre Japón, y él parece encantado con mi iniciativa. Me cuenta muchas de las cosas que hizo durante su estadía allí y promete llevarme para el cierre del negocio, según él, esto no demorará mucho en finiquitarse.

—Es una buena inversión la farándula pop —manifiesta, rellenando otra vez su copa.

Para el postre, pido un Balcarce, otro de mis postres favoritos, y a Arthur una taza de café macchiato, porque odia el dulce. Omito pensar que le he ordenado una bebida caliente italiana.

—¿Irás a ver a la abuela? —pregunto mientras saboreo una cucharada de mi postre.

—No —contesta, rotundo.

—¿Por qué?

—Deja la curiosidad —prosigue, cruzándose de brazos y piernas, adoptando una postura seria—. ¿Por qué tanto interés?

—Bueno, tú sabes cómo es de preocupada.

—Ya dije que no quiero oír sermones; y si tanto te preocupa, ve y escúchalos conmigo —dice, relajando su postura.

—¡No! También sé cómo es la abuela de quejumbrosa —suelto, exasperada.

Él ríe.

—No me digas que aún sigues con eso.

—No te burles, y no es por eso, ya lo superé.

—¿En serio? Porque no lo parece. Pero pienso que el trasero de Maggie ha mejorado un montón. Por eso no tienes de qué avergonzarte, ni siquiera por lo que diga Nana.

—¡Arthur! —grito, espantada, y tengo que taparme la boca porque otros comensales nos miran.

Mi cara debe ponerse de todos los colores. Termino mi postre de manera apresurada. Escucharle decir eso me trae recuerdos vergonzosos de mi casi primera vez con él, y de su abuela descubriéndonos y diciendo que mi trasero aún era demasiado pequeño para ser digna de un Eindheart. Él se levanta de la mesa cuando termina su café y me extiende la mano.

Entonces medito que con Arthur todo siempre ha sido “un casi” y nada ha terminado sucediendo en realidad. Quizás sea el momento, me digo, optimista con su cambio.

—Ven conmigo —pide.

Recojo mi bolso y me levanto. De nuevo, agarra mi mano y me dejo arrastrar frente a todos los que están allí, sintiéndome realizada y con un novio envidiable.

—¿A dónde vamos?

—¿Qué tal un descanso? Lo necesito, ¿no? Además, prometiste acompañarme —susurra, inclinándose ladino en mi oído cuando estamos frente al ascensor.

—Sí, así es —respondo, toda ingenua, cuando me premia con un insinuante beso en la mejilla, haciendo que otra vez me sonroje.

Subimos hasta la suite que siempre reserva. Cuando llegamos a la lujosa habitación, ahí están sus maletas, que debió subir Morris. Él se excusa para tomar una ducha y me pide que lo espere, que tiene algo para mí. Mientras lo hace, aprovecho para revisar mi móvil en busca del mensaje no leído de Marco, y debo admitir que tengo mucha curiosidad. Lo único que escribió fue un mísero:

"Ja y ja".

Río como tonta; ¿acaso esperaba alguna respuesta diferente? Me quito los tacones y me acomodo en un mullido y suave sillón con vistas a la panorámica de la ciudad, meditando si responder a su burla. Después de pensarlo mejor, decido no hacerlo. Mi meditación dura poco porque mi teléfono vibra otra vez. Miro la pantalla con un poco de expectación y, creo que me he vuelto tonta. ¡Dios mío! ¿Qué esperaba? La llamada es de mi madre, no de Marco.

—¿Mamá? —contesto.

—¡Sal de allí de inmediato!

—¿Salir de dónde? ¿De qué hablas, madre? Y no, no puedo. Estoy ocupada.

—Claro que puedes. Así que hazlo ya —demanda.




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