Un bello y encantador Señor problema

21. Una fiesta desafortunada

Me estoy haciendo una enorme nota mental sobre preguntarle a Arthur qué fue todo eso. Pero por ahora, no tengo más opción que dejarlo pasar. Miro de nuevo a donde había estado el director Parrs y ya no está. Se ha esfumado. Exhalo con fuerza porque tendré que buscarlo otra vez.

Eso voy a hacer luego de haberme escabullido de Arthur diciéndole que iba al baño, y él se entretuvo con Anais Walter, una editora de una revista muy famosa. Empiezo a caminar y buscar con mi mirada hasta que siento unas manos alrededor de mi cintura, lo que me da un escalofrío y me hace girar con rapidez.

―¿Te asusté? ―Arthur se disculpa.

Pensé que se entretendría más con esa señora, pero parece empeñado en remarcar que soy su compañía y no debo separarme de él.

―No, solo me sorprendiste ―respondo, un poco contrariada.

Él suelta mi cintura y toma mi mano; enseguida casi que me arrastra fuera de la fiesta, sorprendiéndome aún más.

―¿Qué haces?

―¿Tú qué crees? Ya nos vamos.

―¿Irnos? ¿A dónde? La fiesta aun no acaba, falta la parte más importante ―expongo.

Y es cierto, aun no se muestra la premade.

―Esta ya acabó para mí, además, tengo reservado un mejor lugar. Ya estoy harto de esta fiesta ―dice haciéndome resoplar.

―¿No lo dices en serio?

―Muy en serio ―acota.

―Pero… no puedo irme. Necesito hablar con Parrs; además, tampoco puedes escabullirte, así como así.

―Puedes hacerlo mañana, y no insistas. También puedo y quiero largarme de aquí, y tú vendrás conmigo ―repone, usando un tono consentido al que no puedo negarle nada.

―¿Y los socios? No quiero irme sin ver la muestra. Se supone que es para nosotros… ―digo algo avergonzada cuando noto su punzante mirada.

―Maggie. La verás en el lanzamiento. No te preocupes, Dafne se encargará de hacer las últimas revisiones si es lo que te inquieta.

―Sabes que siempre me encargo de eso, ¿podrías pedirle que hable con Parrs de mi asunto? me gustaría tener una copia.

―Bien, si con eso por fin dejas de quejarte para no irte conmigo, ¡claro que lo haré! ―responde y de inmediato saca su iPhone para hacer una llamada.

Me hago a un lado y espero, hasta que cuelga y lo guarda otra vez en el bolsillo interno de su frac.

―¡Ya está hecho! Ahora, ¿nos vamos de aquí? ―dice, halándome con fuerza hacia él y besándome en el acto.

Creo que me desmayo por la sorpresa. Bueno, solo exagero un poco; aunque estuve a punto de hacerlo, no solo por el beso, sino por la audacia de Arthur embobándome con su galantería. Es la primera vez que hace algo así de osado conmigo. Resulta sorprendente cuando separa sus labios de los míos y me sonríe tan cautivador. Mi cara debe verse como la de una tonta a la que nunca han besado en su vida.

Después agarra mi mano entrelazando nuestros dedos y me conduce con mucha elegancia hasta la salida. Justo cuando nos damos a la fuga, mi madre aparece interponiéndose en nuestro camino.

¡Me lleva!

¿Acaso tengo quince años?

―¿A dónde van con tanta prisa, niños? ―nos pregunta.

Ella solo nos llamaba niños cuando tenía intenciones de evitar que hiciéramos alguna travesura. Pero quizás eso es lo que vamos a hacer.

―¡Mamá! ¿Qué haces aquí? ―le pregunto.

―¡Por Dios, Maggie! Por lo menos deja que salude a Arthy como es debido ―responde, dirigiéndose a él y extendiéndole una mano, que la toma y le saluda de modo afectuoso.

―¿Cómo estás, querida Thesa? ―dice seco.

Al parecer, está tratando de disimular de mala manera un malestar que para mí es notorio. Seguro se debe a que aún está ofendido por lo del lunes. Suelta su mano y se cruza de brazos con mirada desafiante.

¿Qué pasa entre ellos?

―Supongo que viniste a disfrutar de la velada, siendo así, espero que lo hagas. Nosotros ya nos vamos. Con tu permiso.

―¿Irse? ¿Tan rápido? No pueden hacer eso ―lo increpa mamá.

―Y estoy de acuerdo con Thesa.

Quien interviene a su favor con su intempestiva aparición es nana Elsa, la abuela de Arthur. Tan sobria y elegante como siempre.

―¿¡Abuela, qué haces aquí!?

Arthur se muestra sorprendido.

―¿Qué clase de pregunta es esa, querido nieto? ¿Acaso comer tanto tsukudani te dañó el cerebro? ―lo espetó risueña mostrándole su bastón.

―Deja eso, abuela; se supone que no vendrías por tu dolor de espaldas.

―Querido, milagrosamente me he curado ―sonríe la nana bastante pícara y mirando con complicidad a mi madre.

―Bueno, ya que estamos todos, vayamos juntos a la mesa ―propone mamá―. Los invitados deben estar aguardando por nosotros.

―Un momento ―se queja Arthur―. ¿Acaso planearon esto para ustedes? Porque si es así, Maggie y yo tenemos nuestros propios planes para cenar ―añade, impaciente y a modo de objeción.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.