Esta noche espero que se haga eterna, me había dicho; sin embargo, no fue así. De hecho, parece que pasó volando, aunque he despertado debido a unos golpes en la puerta. Es Erick que toca insistentemente. Estoy agotada, y eso es resultado del ajetreo de la semana y de la estresante velada de anoche. Intento ignorarlo, pero no tengo éxito, así que me levanto con dificultad de la cama.
—¿Qué diantres te pasa? ¿Por qué no haces de cuenta que estoy fuera del país? —digo al abrir la puerta e intento volver a cerrarla.
—Eso no es gracioso, Mag. ¿Ya viste la hora? —responde Erick, trabando la puerta con el pie.
Me encojo de hombros. Él acerca el reloj de su muñeca a mi cara.
—Borroso —digo y me vuelvo a encoger de hombros. Iba a dar media vuelta hacia mi cama cuando él me detiene.
—Maggie, son las ocho de la mañana. Si quieres seguir durmiendo, adelante. Si no necesitas mi compañía, haz de cuenta que me fui del país.
Destrabó su pie.
—¡Espera! —le detengo—. ¿Es en serio?
Erick asiente con la cabeza y luego se encoge de hombros.
—¿Sheyla? —menciono, llevando mis manos a la cabeza para alisar mi maraña de pelo.
—Ya está aquí.
—¿Cómo? ¿Ya la recogiste?
—No, claro que no, tendría que haber ido en bici. Ella llegó hace media hora; la trajo Simon. Está en la cocina.
—¡En serio! —le espeto—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Y mamá?
—¡Cuando te he mentido, Mag! Y mamá está encerrada en su cuarto... creo. Tú sabes que a ella no le agrada la hija de Simon.
Nos dirigimos a la cocina y allí está ella, untando un pan tostado con Nutella. Hay desayuno sobre la mesa. Eso me alegra la flojera.
—Siéntate, Mag; también hay para ti —dice, apenas me ve.
Qué amable. Erick también asiente, aunque no necesito su permiso. Me siento a desayunar con Sheyla, puesto que él ya lo ha hecho. Con el apremio de la hora, como rápido, y tras terminar, ella lo ayuda a recoger la mesa mientras yo me alisto como una flecha. Erick tiene toda la razón. Mamá odia a la hija del tío Simon, mientras que a mí me da ternura. Le he insistido para que salga más seguido con ella y nunca me hace caso. Siempre pone de excusa que es demasiado pequeña para él.
¡Eso es increíble, cuando ambos aún están en pañales! Solo que Shey tiene trece, pero vaya gran diferencia de edades, aunque eso habla bien de mi hermanito quinceañero.
Estoy lista en un santiamén, aunque omito muchos detalles en mi arreglo y me limito a lo primordial: jeans, camiseta y tenis deportivos. Incluyo en mi bolsa todo lo necesario para acicalarme cuando esté en el lugar. Me coloco lentillas y me tomo un segundo para enviar un mensaje a Masera, advirtiéndole sobre mi posible demora.
"Surgió un evento de última hora, pero no te preocupes, ya salgo para allá. M. Sawyer."
Voy a la habitación de mi madre y toco varias veces su puerta. No contesta; tampoco voy a esperar a que lo haga. Dejo una nota bajo su puerta y tomo prestadas las llaves de su Volvo Concept, ya que la mía aún está en el taller, y, pensando en ello, mamá dice que la choqué... aunque no recuerdo nada de eso. Le dejo a mi hermanito el privilegio de guiarnos hasta el lugar y, a diferencia de la montaña salvaje, este es un poco menos aterrador.
«Aunque para mí, todos lo son».
Según Erick, todo lo que vimos en las imágenes del cañón se ve mejor desde lo alto. Lo que indica que habrá que subir. Hacía algo de sol, así que me coloco mis lentes de sol con protección UV y busco un lugar donde aparcar. No fue muy difícil encontrar espacio para la camioneta; el área de estacionamiento está algo desierta. Después que la ubico en su lugar siento golpes en la ventana. Me asomo y mi corazón da un brinco. ¿Del susto? Obvio.
«¡Sí, claro que sí!», me parece redargüirme con sarcasmo mi inconsciencia.
Masera está frente a la ventanilla del auto y algo me dice que está de muy malas pulgas. Miro mi reloj: diez y media. Obvio que quiere matarme. Apago el motor y bajo el vidrio.
—Creo que su falta de modales a esta hora bien podría acabar con un negocio —me espeta antes de que pueda insinuar una palabra.
Parece muy impaciente.
—No exagere, señor Masera. Hice mi labor escribiéndole para avisar que llegaría un poco tarde.
Aparento indignación ante su reclamo.
—¡Baje! —continúa, y esto suena más como una orden.
¿Qué le pasa?
Guardo mi bolso debajo del asiento y bajo de la camioneta. Les indico a Erick y a Sheyla que también salgan, y una vez fuera, pongo la alarma y los presento a Masera.
—¡Benvenute! —les responde, mostrando una mejor cara que la que me había puesto a mí hace un segundo.
Lleva puesta una chaqueta color verde aceituna, una camisa a cuadros, jeans y botas de acampar. De su cuello cuelga su Nikon y a su espalda su acostumbrado maletín. Nos hace señas para que le sigamos. ¡Cielos! No creo que llegar tarde sea tan trágico. ¿Andropausia tal vez? Eso es lo que lo agobia, uff, pienso y me río como un diablillo para mis adentros. Él parece notarlo y, tanto es así que se da media vuelta y se detiene frente a mí.
#177 en Otros
#83 en Humor
#545 en Novela romántica
romance, comedia y drama, comedia humor enredos aventuras romance
Editado: 12.06.2025