Un bello y encantador Señor problema

23. ¿Y entonces que hago aquí?

George camina hacia el lugar que le indica Masera. A veces me pregunto por qué una mujer tan linda y un poco desagradable de carácter como Lawra se habrá casado con un hombre que bien puede doblarle la edad. Esa quizás sea la razón por la que le anda coqueteando a Masera. Bueno, esa es mi impresión. Pienso que George es muy bueno o está más ciego que yo, claro.

Ella se separa del grupo y se dirige a él con una sonrisa, justo cuando él se acerca; no puedo negar que es adorable con su esposo y, al menos, lo trata con amabilidad. Observo de nuevo el lugar donde había estado el grupo deliberando y todos han desaparecido.

Masera aún está a mi lado, y creo que está observando lo mismo que yo. No hago comentarios al respecto, me los guardo. Lo más probable es que si hablo, él responda con sus ingeniosos y defensivos argumentos.

―¿Dónde están mis acompañantes? ―me decido a preguntar lo evidente.

―Con el grupo ―responde casi sin prestarme atención. Está acomodando la lente de su cámara, enfocándola hacia el cielo.

―¿Y qué hay de mí? ¿Qué hago? ―pregunto.

―Hoy no hará nada, así que relájese ―responde, preparándose para irse.

―¡Espere un momento! ―exclamo―. Si lo único que voy a hacer es relajarme, entonces ¿para qué demonios me citó hoy? ¿Me lo explica?

Me acomodo las gafas de sol, porque ya se me estoy descolocando. Diviso un banco de madera, me siento cruzando brazos y piernas, con una mirada ofuscada. Él parece meditarlo y luego hace lo mismo, sentándose a mi lado.

―¿Y ahora, por qué está enojada? ―pregunta dirigiendo su lente hacia mí.

―¿A qué juega? Se supone que usted es el que anda de malas pulgas.

Él baja su cámara hasta la altura de mi rostro.

―Lo que dijo Lawra es cierto, hoy no es necesaria. El tema es global, se necesitan muchos pájaros al aire, así que...

―Entonces, déjeme ser uno de ellos ―respondo decidida, ignorando su sinceridad.

―¿Acaso no escucha lo que digo? ―apartó su lente de mi cara.

―No voy a perder mi tiempo. Vine a hacer de modelo y eso haré. Es un trato, ¿no?

―¿Por qué hoy está tan obstinada? ―pregunta mirándome directo a los ojos.

―¡No lo soy! Se le olvida que esta es una forma de saldar nuestro trato, o ¿es que lo reconsideró y va a acabar con toda esta tontería? Aparte, estoy perdiendo mi valioso tiempo ―respondo sosteniendo su mirada, esperando que note la convicción en mis ojos.

Él se ladea sonriendo, como si lo que hubiera dicho le pareciera un chiste y no se lo creyera. Por un momento, verle sonreír así me hace sentir aliviada; pero mi antigua yo no está para chistes.

―¡¿Qué?! ¿Le parece que tengo payasos pintados en la cara? ¿Qué le resulta tan gracioso? ―replico impaciente.

―Respóndame una cosa ―dice, ignorando mi réplica.

―¿¡Qué!?

―Si esto no fuera un negocio y le pidiera hacerlo por voluntad propia, ¿lo haría?

―¿Qué cosa? ―respondo, interrogante.

La verdad, no estaba entendiendo a dónde quería llegar con la pregunta o sugerencia.

―Olvídelo ―resopla. Se levanta del banco y acomoda la cámara en su cuello―. Entonces venga, que se nos hace tarde, es hora de saltar ―agrega, comenzando a caminar.

Me levanto muy confundida del banco y le sigo.

―¡Maggie! ―me llama Erick, levantándose del sitio donde estaba apostado dentro de la estación, donde suben y bajan los teleféricos hacia la cima del cañón.

―¿Por qué aún están aquí abajo? ―les pregunto.

―Lawra dijo que podemos subir, solo que decidimos esperarte ―responde Sheyla, tomando la palabra.

―¿Lawra? ¿Acaso tienen miedo de subir? ―les acuso.

―¡No, tonta! ―se queja Erick en respuesta inmediata.

―¡Listo! Es hora ―nos interrumpe Masera, señalando el cubículo que ya está disponible para ascender.

Él se había separado para ultimar algo de lo que no tenía idea. También había leído que se podía hacer la subida por tierra. El inconveniente es que es más demorado. El vagón al que entramos es cómodo y soporta seis personas. Entramos de uno en uno, y la verdad, ya estoy empezando a asustarme, sobre todo recordando la subida en el ascensor para hacer el salto bungee. Masera entra al último y se queda junto a la puerta. Una vez que la cierran, Erick y Sheyla se colocan junto a mí.

Erick toma mi mano y me pregunta si estoy asustada. Obvio le respondo que no. Le hago la misma pregunta a él y contesta quejándose que no. Mi hermanito y yo somos unos cobardes; ambos estamos asustados. Sheyla se ha pegado a la ventana, entreteniéndose con la vista y mucho más relajada y emocionada que nosotros. Yo no lo estoy, porque solo de ver la altura a la que vamos me empiezo a marear.

Eso me trae recuerdos; miro instintivamente hacia Masera. Noto que ha desviado la mirada, quizás... me observaba. A mi mente viene su pregunta anterior.

¿Lo harías?

«¡Obvio que no!», me respondo mentalmente, sacudiendo la cabeza.




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