Un bello y encantador Señor problema

25. Italia, no es solo pasta

Llegamos a un pequeño restaurante a orillas de la carretera. Tengo que admitir que me encanta la idea de que estuviera al aire libre. El lugar para aparcar estaba al lado de la entrada. Masera me indica que le siga hasta un espacio disponible y nos estacionamos allí. Saco mi bolsa de debajo de la silla del copiloto y extraigo de la guantera el estuche con sus lentes, que meto luego en mi bolsa, ya que debo entregárselos pronto.

La entrada es empedrada, y sopla un viento cálido, porque ya pasan las dos de la tarde, lo que me resulta un clima muy agradable. Rebusco mis gafas de sol en mis bolsillos y me doy cuenta de que creo que las he extraviado.

—¿Qué es este lugar? —pregunto acercándome a Masera mientras caminamos sobre el empedrado.

Los chicos van adelante y parece no tener la misma expectativa que yo.

—Ya lo verás. Solo que aquí no se expende comida japonesa, ¡su favorita! Claro.

—¡Ya déjelo, sí! Es más, me apetece una muy buena pasta —dije con entusiasmo, haciéndole abrir los ojos con sorpresa.

—¡Habla en serio, Sawyer! ¿Y qué pasó con... ¡Odio la pasta! —Su originalidad al imitarme hace que me quede con la réplica en la boca—. Lástima que en este lugar no se venda... precisamente pasta... pero puede arreglarse —añade mirándome con una complicidad que me espanta.

Paso de él, dejándolo con una sonrisa de oreja a oreja mientras en mi mente afloran las palabras de mi madre diciéndome: "Por qué no pruebas esa deliciosa pasta". Sacudo mi cabeza y me uno a los chicos. Él hace lo mismo, poniéndose al lado de Erick con quien parece haberse hecho su mejor amigo. En el sitio nos recibe un anfitrión bastante joven que nos da la de bienvenida. Masera se adelanta y charla algo con él. Mientras esperamos que se ponga de acuerdo con quién sabe qué rebusco en mi bolsa y saco mi teléfono. Lo reviso y tengo muchas llamadas perdidas. Cinco de mi madre, una de Arthur y una de Peggy. Decido devolver la llamada de Peg, después. Mamá de seguro está hecha una fiera porque agarré su Volvo, ¿y Arthur? ¿Me habrá descubierto la mentira que le eché?

Me encuentro en ese dilema cuando Masera llama mi atención para que los siga, porque me he quedado atrás. Guardo mi teléfono por el momento y voy hacia ellos que están por llegar a una pequeña cabaña, también al aire libre. La verdad es que se siente un ambiente campirano fenomenal. En la mitad hay una mesa circular con seis sillas alrededor, y todo en madera rústica. De inmediato ocupamos nuestros lugares, en la mesa tiene un asador de carbón encendido en el centro.

—¿Cómo se llama este lugar? —le pregunto.

—¡Cielos, Mag! ¿Olvidaste leer el enorme letrero en la entrada? —me responde Erick, regañándome.

¡Qué le pasa a este mocoso! Le miro ceñuda.

—Il Paesaggio —contesta Masera en un más que perfecto italiano, aclarando mi tonta duda, según mi hermano que se encoge de hombros con mirada inocente.

—¿Es un restaurante italiano? —prosigo indagando.

—Por supuesto.

Vuelve a responderme y hay mucha complacencia en su voz.

—Y, ¿por qué dijo que aquí no venden pasta?

Pongo mis manos sobre la mesa y mis ojos en blanco. No sé por qué sigo negándome a creer lo cierto. Marco Masera se ríe sin piedad de mí.

Signorina Sawyer, para su información, Italia no es solo pasta. Y si tanto le apetece comerla, haga de cuenta que yo soy la única pasta italiana en esta mesa. ¿Capisci?

Después de decir esa barbaridad se levanta de la mesa, mientras yo veo como Erick abre sus ojos como platos, y Sheyla suelta una risa escandalosa que tuvo que refrenar de inmediato con sus manos. Supongo que no capto la indirecta. Me está llamando tonta, o está insinuando que me lo coma.

Las palabras de mi madre vuelven a mi mente, y mi yo consciente y caritativa, las echa de vuelta. No necesito seguir machacándome más sus palabras en la cabeza.

—¿Qué desean ordenar los signores? —pregunta muy oportuno el mismo joven que nos recibiera.

Esto sacude de mi cabeza mi tonto dilema. Miro la carta de menú que puso el hombre frente a cada uno y tengo que aceptar que Masera tiene razón. Si lo hubiera hecho antes, no habría preguntado burradas. Es italiano y su especialidad eran los asados de toda variedad de carnes al carbón.

¿Signora? —él muchacho llama mi atención. Me espabilo, pero no tengo idea de qué pedir. ¿Y por qué me llama señora? ¿Tan vieja me veo?—. Lo mismo que ellos —señalo a Erick y a Sheyla, un poco deprimida.

Ellos me miran sorprendidos. Y Masera aún no vuelve. Suspiro, y me pregunto a donde habrá ido.

—¿Algún vino en especial?

—No, por favor. Solo jugo, y de preferencia de fresas.

El joven anota la orden y acto seguido se retira.

—¿Maggie, te pasa algo? —pregunta Erick.

—No, ¿por qué? —digo curiosa.

¿Será que, aparte de viejita, me veo enferma? Le miro aburrida.

—¡Es obvio! "Lo mismo que nosotros" —se mofa, haciendo muecas y comillas con sus dedos.

—¿Qué tiene de malo? Y, a propósito, ¿qué pidieron?




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