―Tienes razón, de seguro hará lo del hotel ―menciona con un deje de enojo en su tono que no me pasa desapercibido.
Enseguida se levanta y se arregla su ropa y yo hago lo mismo, aunque solo aliso la cortísima falda del enterizo que se me ha remangado hasta la mitad de los muslos cuando me senté. Por alguna razón me siento aliviada de que me haya hecho caso. Sin embargo, me queda una duda. Sé lo que pasó, pero tal vez no la causa de que mamá me llevara de allí.
―¿A qué te refieres con eso?
―¡A que más Maggie!, ella parece empeñada en arrancarte de mí.
Debe estar bromeando.
―¿Hay algún problema entre tú y mamá para que decida hacer eso tan absurdo? Porque jamás he pensado alejarme de ti.
―No ―responde evasivo cuando pensé que me diría algo más confluyente.
―¿Me lo dirás si pasara? ―continúo.
―¡Claro, Mag! Sabes que no te guardo secretos ―resopla las palabras dejándome un poco helada, porque esa es la impresión que tengo.
Con esa contrariedad me dispongo a salir de la habitación para adelantarme y él me detiene tomándome del brazo.
―Tengo algo para ti, y te traje para entregártelo ―me dice.
Suena como si se acordara de su propósito inicial y sin demora se dirige a su vestidor regresando con un paquete en sus manos. Me lo entrega. Me sorprendo porque ya de por si el envoltorio es hermoso con inscripciones y grabados japoneses. Está atado con un elegante moño satinado que me apresuro en desatar, y encuentro en el interior un vestido rojo de corte japonés y de tela muy suave.
―¡Es precioso! ―exclamo, al sentir la tela en mis manos.
―Está hecho para ti Maggie. No lo guardes. Quiero que lo luzcas mañana. ―Él se acerca preguntando―. ¿Lo lucirás para mí? ―Asiento hipnotizada―. Recuerda que debes probar que eres digna de mí.
―¿Qué va a pasar mañana en el lanzamiento?
Me entra la curiosidad con tanta reserva en sus palabras. ¿Tal vez hay una gran sorpresa para mí? ¿Oficializará nuestro noviazgo frente a todos? Creo que estoy pensando demasiado.
―¿Confías en mí? ―pregunta mirándome a los ojos.
―Sí ―contesto sin dudar.
―Entonces no seas impaciente ―responde pellizcando mi nariz.
Después se dirige a la puerta, y antes de que salgamos vuelve a besarme.
―Pase lo que pase. Tú siempre vas a ser mía. No lo olvides Maggie.
No me deja reaccionar a eso porque salimos de inmediato de su habitación mientras yo abrazo mi hermoso regalo. En efecto, nos encontramos a mamá de camino, quien me mira extrañada. Así que para aplacarla le muestro mi regalo y se suaviza un poco. Volvemos al comedor, la cena ya está dispuesta, y nos sentamos todos a comer.
Arthur se sienta frente a mí, levanta su copa y la bebe en mi honor, haciendo que sus palabras resurjan en mi mente.
¡Pase lo que pase, tú vas a ser mía!
Y de forma imprevista también... las de Masera
Es solo que quiero estar a su mismo nivel para conocerla.
¡Qué diantres!
Sin embargo, y por laguna loca razón las palabras de Arthur me sonaron vacías y las de Masera... sinceras. ¿Arthur en realidad me conoce? Tal vez si estoy un poco zafada con estas locas divagaciones.
¿Por qué tengo que hacer esas odiosas comparaciones, y locas deducciones justo en este momento?
La abuela ordena que empecemos a degustar el delicioso plato de entrada que consiste en un apetitoso ceviche de corvina. Comenzamos a comer y la charla que fluye en la mesa alrededor de la comida, por momentos se torna algo seria con la abuela incordiando a Arthur, es más, creo que lo hace porque su querido nieto no le dio aviso de que regresaría antes de tiempo de su viaje de negocios.
Llega la hora del plato fuerte, costillas de cordero con risotto de quínoa y salsa parrilla a la miel. Mamá aplaude el exquisito gusto de la abuela, apoyándole en todo. En todo ese tiempo Erick se limita a comer y respirar. No obstante, mi intuición me dice que entre mi madre y Arthur no todo era amores porque algún raro resentimiento estaba creciendo entre esos dos; a veces me da la impresión de que de los ojos de ambos saltan chispas. No obstante, a ese dúo parece unirse también la abuela con su inquina y sus insinuaciones a las que empiezo a prestarle un poco más de atención.
―Entonces, ¿todo marcha bien con el negocio de Japón? ―le pregunta ella.
―Si abuela ya te lo dije ―responde cauto.
―¿Te irás? ―lo inquiere sin tapujos esta vez. Arthur va a protestar y ella le detiene levantando su mano sin apenas mirarlo―. No será hasta después de la boda, ¿cierto?
―¿Boda?
Se me sale la pregunta sin pensar.
―Claro. Querida no se irán a vivir en concubinato a Japón.
¿De qué habla la abuela?
―¡Abuela por favor! ―exclama Arthur un poco exaltado.
―Yo quiero entender lo que dices abuela ―emito muy curiosa, a pesar de la protesta de Arthur.
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Editado: 28.07.2025