―¿Que hace él aquí? ―increpo a Arthur sin demora.
―¿A quién te refieres? ―pregunta interrogante.
―¡Como que a quien! Creí que le despedirías ―manifiesto exaltada y él ensancha su mirada con incredulidad.
Lo cierto es que ver a ese traidor allí, me descoloca.
―¿¡Despedirle!? ¿A quién? ―interroga lleno de confusión.
―A Fergus, ¡a quien más! ―resoplo perdiendo un poco de mi glamour.
―¿Por qué? ―pregunta tan extrañado que me enerva.
―¿Por qué va a ser?, ¡por su falta de profesionalismo! ―flipo sorprendida.
Arthur me mira con escepticismo, como si las palabras que salen de mi boca le hubieran sorprendido o ¿aterrado?
―No hablas en serio, ¿cierto?
―¡Claro que lo hago!
―Maggie no me defraudes. No hoy. Por favor ―dice tan incómodo que me estoy preguntando por qué.
Ahora soy yo quien le mira con desconfianza.
¿Defraudarle?
―¿Que estás tratando de decir?
Una risilla tonta delata mis nervios.
―No tengo ninguna razón para despedir a Fergus ―arguye tajante.
―¡Claro que sí la hay! Él es el causante del lío con la foto de la portada ―me quejo.
Medito tarde sobre si este es el momento indicado para ventilar todo esto, pero no me puedo contener. No después de todas las evasivas que me ha dado con respecto al tema y por qué ese tipo sigue como si nada. Nunca me la he llevado bien con él y ahora menos. Sin embargo, si no lo encaro ahora, que pasará después.
―¿Qué pasa con eso?
Arthur me mira severo, como si ya no tuviera miradas amables para mí.
―Se supone... que son las que te envié... porque él dejó el trabajo botado... ―revelo y no puedo ser más argumentativa. ¡Que me parta un rayo! Pero esto es para seguir con la farsa de Masera―. Prometiste que te encargarías de él ―añado un poco aturdida por su seria actitud.
Entonces se ríe con un cinismo que me deja tiesa.
―Eso no va a pasar ―declara―. Fergus jamás ha dejado tirado su trabajo como tú pretendes hacerlo ver. Todo este tiempo estuvo a mi lado en Japón recibiendo y cumpliendo, con mis instrucciones al pie de la letra ―declara dejándome horrorizada.
Eso no puede ser cierto, tiene que ser una broma.
Arthur no dice nada más, solo apresura su paso y me arrastra con él. Atravesamos todo el salón atrayendo muchas miradas hasta llegar a una de las salas contiguas. Una un poco más pequeña y está solitaria. Allí suelta mi brazo como si s sacudiera de mí. Todas las mesas tienen un decorado bastante sobrio, y en el centro acaparando toda la atención hay un gran caballete cubierto con una sábana blanca donde debe reposar la portada aun sin revelar. Deduzco de forma tonta que tal vez es aquí donde se llevará a cabo la muestra final.
La lista de invitados para este evento, por lo general no es muy nutrida, porque Arthur sigue el ejemplo de su madre de hacer siempre una buena selección con sus asistentes.
―Creí que habías dejado eso ―habla luego de lo que parece una larga y silenciosa pausa.
―¿Dejar qué? ¿No lo estoy entendiendo? ―pregunto un poco atolondrada con todo lo que estaba pasando.
―Yo tampoco entiendo lo que estás haciendo ―replico.
Arthur tira mi abrigo en una de las mesas y vuelve a tomar mi brazo llevándome frente al gran caballete. Al estar allí empiezo a sentirme un poco avergonzada por lo que pueda haber debajo de la sábana. Él mira a su alrededor y luego posa su mirada en mí y lo que veo en ella, no me gusta para nada.
Odio.
¿Por qué me está odiando en este momento? Se supone que no sería así. Es mi gran noche.
―¿Es esto cierto? ―masculla la pregunta airado. Acto seguido retira la sábana con mucha brusquedad―. ¿Te creíste que ibas a ser la modelo en la portada?, o acaso, ¿te decepciona lo que ves? ―añade con un tono pérfido.
Mi mandíbula, mi ánimo, mi alma, todo, literalmente caen al piso. Tanto que no sale ninguna silaba de mi boca, tan solo un grito agudo que acallo tapándola con rapidez. Lo que hay en frente de mí no es una portada de revista, era una de las fotos que Masera me había tomado a tamaño gigante y no estaba cortada como las otras. No era nada parecida a las que yo había visto en mi monitor. Estaba completa.
―Eres colmo Maggie, ¿con esto no crees que solo eres una desvergonzada? ―me acusa rotundo.
Una vocecilla acusadora en mi interior grita que él tiene toda la razón porque le mentí. Y lo cruel es que yo le creo.
―¿Todo este tiempo sabias que era yo? ―pregunto aterrada.
En mi mente me restriego lo tonta que soy por preguntar lo evidente. Arthur me observa con altivez, tanto, que siento que poco a poco levanta un alto muro entre los dos. El de la decepción, separándonos para siempre.
―¡Está más que claro! Así que siento decepcionarte.
Sus palabras son duras. Llenas de reproche.
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Editado: 12.06.2025