Apenas llegamos a mi casa, él quita el seguro y abre la puerta sin bajarse de su camioneta. Le devuelvo su chaqueta y me dirijo a toda prisa dentro de la casa sin mirar atrás. En medio de todo, me siento confusa. Parte de mí quiere pegarle por haber golpeado a Arthur, y la otra desea abrazarlo y decirle: gracias por defenderme.
Una vez entro y cierro la puerta, recostándome en ella, mamá ya me espera, tomando un Earl Grey.
―Hola, Maggie ―dice al verme, con una voz dolida que no encaja con su estilo glamoroso.
Deja su taza y se pone en pie, extendiendo los brazos.
―Mamá ―chillo, llorosa.
Mis ojos empiezan a arder, ya no lo soporto más y rompo a llorar, sin nada que me contenga. Me lanzo a sus brazos. Ella me sostiene con fuerza, y lo curioso es que no deja de disculparse en todo momento, como si tuviera la culpa de algo. Cuando la culpa no era más que de su inútil hija. Yo.
Después de eso, se queda conmigo el resto del día, mientras sigo llorando a mares, hasta que se me congestionan la nariz y me cuesta respirar. A diferencia de otras ocasiones, esta vez su actitud es diferente. Siento que me cuida.
Después de lavarme la cara en el baño y volver al comedor un poco más calmada, le pregunto si sabe dónde está Erick porque no lo he visto y, hasta ayer, se estaba quedando conmigo. Me dice, de forma escueta, que cuando ella llegó, él ya no estaba que debía estar en la escuela. Pienso en él porque me preocupa, además de que con todo el enredo en mi cabeza no he tenido tiempo de mirar si ha salido la publicación, y mamá no menciona nada sobre el tema.
―No has dicho nada sobre Arthur ―comento, picando un poco de la ensalada.
―¿Qué quieres que te diga?
―No dirás algo como: ¡Te lo advertí! Eso es a lo que me refería, hija, cuando evité que te derritieras en los brazos de Arthur.
―Deja el sarcasmo. No es gracioso.
―¿Y qué hay de Marco?
―Sabía que estabas con él porque me lo avisó e iba a recogerte, pero me dijo que casi te tomaste su Cabernet y que, después de eso, te desplomaste como un muerto. Por lo menos, para algo te sirve tu intolerancia al alcohol.
―¿Quién contrató a Masera, mamá? ¿Quién quería armar todo esto para arruinar mi imagen frente a Arthur? ¿Quién no quiere que yo me case con él? ―sollozo de nuevo, atacándola a preguntas.
―No lo sé ―responde, dejándome en el mismo limbo.
―Marco dijo que debía averiguarlo por mí misma, así que: ¿acaso ya sabías algo de esto?
―¡No! Ya te lo dije. ¿Por qué debería saberlo? Pero ya lo averiguaré.
―Me cuesta creerte, luego de que siempre me tuviste sobreprotegida de Arthur, como si intuyeras que algo así iba a pasar. Sin dejar de lado tu actitud tan borde con él.
―Maggie, admito que sí intuía sus intenciones, pero nunca imaginé que te haría pasar por esto. Eso me tiene muy indignada y ya se lo dejé bien claro.
―¡Yo lo quiero, mamá! Y me duele. Lo peor es que no sé qué hacer o cómo arreglar este desastre.
―¡De momento no harás nada! ―exclama, espantándome con sus palabras―. Recuerda que lo que no te mata, te fortalece.
―Pero no es tan fácil ―me quejo, derrotada.
―Lo será si tú te lo haces más fácil.
―Es tan fácil para ti decirlo, pero se te olvida que ya no soy una niña para creer que todo se resolverá mágicamente. Eso no dejará de doler. El saber que... me botó de forma tan humillante me hace pensar que quizás deba desaparecer de esta tierra…
Una vez digo esas palabras, mamá me agarra de los brazos y me zarandea con fuerza, mirándome con indignación y luego me abofetea de manera inmisericorde, dejándome tiesa, más despierta que nunca y muda.
―En tu vida vuelvas a decir algo tan estúpido como eso, y escúchame bien lo que te voy a decir. No todos los hombres son ineptos; pero algunos de ellos sí, y son aquellos que se conforman con poco porque no alcanzan a ver lo que tienen delante de sus ojos, y se vuelven aún más ineptos cuando solo juzgan lo poco que sí ven. Y si ese inútil no va a valorarte, no podrá tenerte y olvídate de que vas a morirte. Ni siquiera por él. ¡Me entendiste, Marguerithe! ―explota mamá, dejándome en shock sobre su teoría de la ineptitud de un hombre y por qué no debo pensar en darle ese gusto a ninguno.
Asiento, asustada por su reacción, mientras ella se calma y acaricia mi mejilla adolorida. Es en ese instante cuando el timbre de la puerta suena. Me deja allí, recomponiéndome de la fuerte impresión, y se dirige a abrir, tratándose de recomponer con rapidez, como si intuyera quién estaba afuera.
Segundos después, me parece escuchar la voz materno-infantil de ¿Peggy?, ¿qué hace aquí? ¡Cielos! ¿Habrá sido idea de mamá? ¿Pero no puede verme así?
―¡Oh, Maggie!
Peggy me saluda, extendiéndome sus brazos y acercándose a mí apenas hace su entrada en la cocina donde me encuentro sentada como una piltrafa humana. Me quedo inmóvil, mirando de reojo a mamá. Ella solo se encoge de hombros.
―¿Q-Qué haces aquí?
―¿¡Qué pregunta es esa!? ―me riñe cariñosa―. ¿Cómo no iba a venir a verte? En momentos como estos, lo único que necesitas es la compañía de tu madre y tu mejor amiga ―agrega, risueña.
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Editado: 28.07.2025