Un bello y encantador Señor problema✓

33. Afrontando la realidad

Un nuevo día ha llegado, y con él, mi nueva realidad. Todo lo que he estado construyendo durante veintitrés años se ha desmoronado en menos de lo que canta un gallo. En este momento, me siento sin ilusiones para el futuro, ya que todas mis esperanzas han sido despedazadas sin clemencia. Supongo que ningún mal dura cien años, como si sucede en uno de mis libros favoritos; sin embargo, no me siento capaz de soportar lo suficiente.

Me hallo perdida en un túnel sin salida; tanto, que me resulta imposible pensar en un futuro, y menos aún en uno... con alguien. Me han abandonado y, para colmo, ¡me voy a quedar sin trabajo! ¿De qué voy a vivir?

Sé que estoy exagerando, pero trabajar es una motivación fundamental para mí.

—¡Peggy, estás loca! Aún no estoy convencida de querer renunciar —protesto ante su idea.

Lo había planteado anoche, y no le di importancia porque andaba sumida en mi frustración, pero hoy, que su propuesta se ha convertido en una realidad, me lo pienso bastante. Renunciar significa alejarme más y más de Arthur, porque de alguna manera eso nos mantenía cercanos.

Ella me mira ceñuda mientras acomoda dos tazones, una caja de cereal, leche y café recién preparado en la mesa del comedor.

—Vamos, no seas tonta; es lo mejor que puedes hacer. No estarás pensando en ir a pedirle cacao a ese zopenco —me murmura Peggy al sentarse.

Luego, sirve dos vasos de jugo de naranja de caja y empuja uno hacia mi lado de la mesa. Nos hemos levantado un poco tarde, y Peggy, sin que yo me diera cuenta, clausuró el estudio y decomisó todos mis aparatos tecnológicos, incluyendo el reloj despertador. Son pasadas las nueve de la mañana y, a esta hora, ya debería estar sentada frente a mi montaña de papeles.

Desayunamos cereal, puesto que es prácticamente imposible encontrar algo preparado por Erick, quien debe haberse marchado muy temprano. De todos modos, me odia a muerte y no creo que quiera verme la cara en mucho tiempo. Peggy empieza a verter la leche en su tazón de cereal, mirándome con renuencia.

—Claro que no; es solo que yo soy muy seria y responsable en mi trabajo —argumento resignada.

—Pareces más bien una ignorante esclava de tu propio capitalismo.

—¿De qué hablas?

En serio, me deja boba con sus locuaces palabras.

—¡Marguerithe Sawyer! Esto no tiene discusión. Es más, yo misma te voy a acompañar. Muero de ganas por verle la cara a ese señor —declara con seriedad.

—¿Y qué piensas hacer?

—¡Yo nada! Lo harás tú, por supuesto —responde de lo más casual, y luego me apura para que desayunemos rápido.

Según ella, hay mucho que hacer, así que, después de ordenar todo en la cocina, regresamos a mi habitación y me manda a duchar mientras ella hace un par de llamadas. Sin más remedio, obedezco a "mamá dos".

—¿Qué son todas estas bellezas, Maggie? —me sorprende Peggy con su pregunta apenas salgo del baño.

—¿Qué cosa?

Me pongo mis lentes y me doy cuenta de que está de pie contemplando el "closet abandonado".

—¡Esto! —exclama conmocionada, alzando un hermoso vestido azul de seda y bastante glamoroso.

—Déjalo ahí; todos son regalos de Arthur. No creo que me los ponga alguna vez —le suelto con tristeza, mientras lo tira lejos como si tuviera algún maleficio.

—¿En serio, Maggie?

—Sí, son todos y cada uno de los regalos que me ha traído de sus viajes; siempre estaba empeñado en que me los pusiera. —Suspiro profundo—. Me llegué a sentir mal por no ponérmelos en ninguna ocasión, y ahora, ya no le veo el caso —añado, sentándome en la cama un poco compungida.

Ella se acerca y me rodea en un cálido abrazo, acompañándome en mi minuto de silencio. Cumplida la breve pausa, se aleja de golpe, colocándose frente a mí.

—Cambia esa cara, tonta; vamos a hacer cambios, y unos muy radicales. ¿Te dolería si desaparecieran de tu closet? —pregunta con su cara llena de malicia.

—¿A qué te refieres?

La observo bastante incrédula.

—A que no tienen la culpa y va a ser un dolor deshacerse de todos ellos, pero si vamos a erradicar esa peste de tu vida, esto también tiene que salir de tu closet —responde inflexible.

—Peggy, ¿de qué hablas?

Me llevo las manos a la cabeza, porque no haría eso por iniciativa propia; sin embargo, si lo hago, cada vez me quedarán menos lazos con Arthur.

—Ya despierta; estos son solo recuerdos que te matarán si no te deshaces de ellos. Además, date cuenta: no son más que la muestra del remordimiento culpable de Arthur, contentándote con migajas.

—Tampoco es así.

«Si lo es», me digo antes de que ella me lo recuerde.

—Maggie, dije que iba a ayudarte y lo voy a hacer, siempre y cuando quieras salir de este hoyo. Aunque, si lo prefieres, puedes quedarte en él. Yo pasé por uno igual, quizás más duro que el tuyo; ¡y mírame! Pude sobreponerme. ¿Aún quieres mi ayuda?

Peggy tiene razón; ya es hora de decidir qué quiero hacer con mi vida. ¿Voy a preferir encerrarme en esta casa y llorar mi desdicha hasta consumirme como Rebeca Buendía lo hizo por José Arcadio, o voy a hacer lo posible por salir de este hueco en el que me encuentro? Soy Marguerithe Sawyer, y no puedo dejarme tumbar tan fácil. Además, Peggy tiene razón, me falta mucho para envejecer.




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