Supongo que, con o sin despertador, mi reloj biológico cumple su función. Abro los ojos y ya es de día. Por fortuna, descansé bien y no tuve pesadillas o sueños raros. Me desperezo y me levanto rápidamente para tomar un baño. Escojo ropa a mi gusto y, al salir de la habitación, voy directo a la cocina porque un olor agradable a café invade mi nariz.
Muy dentro de mí guardo la esperanza de que Erick esté allí, esperándome con una taza de café recién preparado. Me asomo a la entrada y, para mi desilusión, no es él; es mamá. Debí saberlo por el aroma demasiado fuerte. Como solo le gusta a ella.
—¡Buen día, hija mía! ¿Qué tal dormiste? —me pregunta con una sonrisa.
—Bien, mamá —contesto con desgano.
No porque sea ella, sino por la forma en que se desvanecen mis esperanzas de reconciliación con su presencia.
—¿Por qué esa cara? ¿Acaso te decepciona ver a tu madre?
—Algo parecido.
—¡Vamos, Marguerithe! ¿Y ahora qué es? —me riñe, cruzando los brazos.
—¿Lo preguntas en serio?, últimamente no te entiendo. —La miro abrumada—. Creí que te quedarías conmigo; y no, apareces y desapareces. ¿Por qué crees que va a ser? —me quejo.
—Maggie, deja de ser tan niña y un poco egoísta. Tengo infinidad de trabajo para arreglar este desastre; además, es obvio que ya no me necesitas. Para muestra, renunciaste a tu trabajo y aún no te has cortado las venas.
—Qué graciosa; renunciar es algo que debí hacer hace mucho tiempo.
Ella bebe un sorbo de su taza de café, la deja a un lado, se acomoda en la silla y se cruza de piernas. Yo tomo mi lugar en la mesa, sentándome frente a ella.
—¿Has hablado con Erick? —pregunto, cambiando de tema.
Ella jamás da su brazo a torcer.
—No —responde, seca.
—¿Por qué? —la increpo.
—Porque no tengo nada que hablar con ese niño rebelde; además, ya te lo dije: tú, más que nadie, conoces mi apretada agenda.
Mamá me hace resoplar.
—¿Sigues ayudándole a Arthur?
La verdad es que dudo que no lo esté haciendo. Si hay alguien que puede estar con Dios y con el diablo para lograr sus objetivos, es ella.
—No, Maggie, ya lo sabes; tampoco quiero discutir eso contigo. Basta de preguntar tonterías.
¿Por qué no le creo?
—¡Eres el colmo! Sabes que Arthur me desprecia y Erick no me habla. Me odia porque cree que acolité tu plan de avergonzarlo con ese artículo. ¿Cómo crees que me siento?
—Arthur no tardará en volver a la cordura, así que espéralo con el rabo entre las piernas. En cuanto a tu hermano, ya se le pasará la pataleta —responde con tanta serenidad que me espanta.
—No, mamá, Arthur jamás hará eso; y Erick... esta vez no es una pataleta, ¡haz algo con él! —alego.
—Maggie, basta. No quiero tus sermones acerca del tema de tu hermano. Te recuerdo que yo soy la madre aquí.
—¡Pues no lo pareces! Te deshaces conmigo recordándome lo bueno que vendrá para mí. Y a Erick solo lo ignoras. ¿Por qué? —sigo insistiendo, ofuscada.
Mamá se levanta de la mesa de un salto y camina hacia la sala sin inmutarse. La sigo, observando cómo recoge sus cosas del sofá, dispuesta a marcharse. Antes de hacerlo, se gira hacia mí y me mira con una expresión más amable.
—Te dije que quizás no entiendan ahora lo que hago por ustedes; sin embargo, estoy segura de que luego me lo agradecerán todavía más y dirán que yo tengo toda la razón —dicho esto, camina hacia la puerta.
—¡Mamá! —llamo su atención, deteniéndola—. ¿Haz algo con Erick o lo lamentarás? Ray va a odiarte. Recuérdalo.
—¿Y qué hará? Ya estamos separados. Que tengas buen día, nena.
Es lo único que dice antes de marcharse, cerrando la puerta tras de sí. El timbre suena poco después y salgo corriendo a abrir. Tengo la pequeña ilusión de que me ha prestado atención y se va a devolver, pero no, no es ella. Es Peggy.
—¡Hola, Mag! —me saluda con efusividad.
—¿Qué hay, Peg? —respondo con una sonrisa apretada.
—¿Pasa algo?
—No, nada. Bienvenida —digo, mostrándome más cordial.
—¡Oh, bien! —dice juntando las manos—. Entonces pongámonos manos a la obra, que las chicas no tardan en llegar a nuestra subasta.
—¿Hablas en serio con eso?
—¡Obvio que sí! No pensarás que estaba bromeando, ¡así que en marcha! Y a propósito —detiene en seco su emoción—. ¿Le pasa algo a tu madre?
—No. ¿Por? —contesto indiferente, sin querer recordar el tema.
—¡No sé! Es solo que se le notaba un mal semblante —responde confusa.
—Debe ser por todos sus cargos de conciencia —digo acariciando mi barbilla.
Peg se ríe de mí.
—¡Qué exagerada! Ya quisiera tener una mamá como la tuya —responde, risueña.
«Yo ya no la recomiendo», medito para mis adentros.
#90 en Otros
#46 en Humor
#391 en Novela romántica
romance, comedia y drama, comedia humor enredos aventuras romance
Editado: 28.07.2025