Un bello y encantador Señor problema✓

37. Reconciliación

Me quedo un poco en shock por la llamada repentina de Sheyla. Tanto que me quedo inmóvil en el mismo lugar, sin saber qué hacer ni a quién recurrir. Mi hermanito, al parecer, se encuentra en serios problemas. Peggy me mira intrigada, tratando de descifrar mi conmoción; está tan cerca de zarandearme que apenas puede contenerse.

—¿Qué pasa, Maggie? ¡Habla! —exclama.

—Es... Erick, está en graves problemas. Shey dijo que le van a golpear y son muchos.

—¡Eso es grave, Mag! ¿Qué hacemos ahora? —pregunta, angustiada

—¡No lo sé!

—¡Ya sé! ¿Por qué no llamas a Marco y le pides que te ayude?

—¡Estás loca! Debe ser que se metió en una pelea; mejor llamo a la policía.

—¡Maldita sea, Mag! —estalla Peggy, espantándome—. Le llamaría a mi Ed, pero seguro que también le golpearían al pobre, con lo pacífico que es. Además, tendrías que hacer una denuncia y eso lleva tiempo. Llama a Marco; lo otro lo hacemos después.

Medito en lo que dice Peggy y tiene razón; además, estoy perdiendo tiempo.

—Vale —respondo, asustada por su exagerada reacción.

Opto por llamar a Masera y probar eso que dijo sobre su supuesto "marcado rápido". Pulso el número uno y, en cuanto lo hago, empieza a sonar; al tercer tono, contesta.

—Vaya, ¿a qué debo tan gran honor de su llamada?

—¿Está ocupado?

—Depende.

—Entonces, disculpe la molestia.

—¡Vamos, Sawyer! ¿Es que no aguanta una broma? Estoy disponible, hable de una vez —me replica, haciéndome refunfuñar.

—Está bien, es mi hermano. Creo que se ha metido en una pelea y no tengo a nadie más a quien recurrir.

—¿En dónde está? —pregunta, y le digo la dirección del colegio, que está cerca de ese parque—. Ya salgo para allá. Y no se preocupe, solo manténgase al pendiente del teléfono —añade antes de colgar.

—¿Qué dijo, Maggie? —pregunta Peggy, acercándose.

—Que ya va para allá —repito lo que me dijo.

—¡Entonces vamos! Tenemos que ver cómo sale todo.

—Él dijo que me quedara atenta a sus noticias.

—Sí, pero es tu hermano y sabes de sobra que esto tiene que ver contigo. Así que llama a Sheyla y pregúntale en qué lado del parque está para llegar hasta ella —me apremia Peggy.

—Está bien —digo.

Enseguida, llamo a Shey. Me contesta igual de agitada y nos ponemos de acuerdo para que me espere en un lugar específico. Como no tenemos auto, pedimos un taxi. Al llegar, Shey nos está esperando en el lugar que nos indicó. Apenas nos ve llegar, se acerca a mí y se abraza, claramente asustada, porque ha estado siguiendo todo lo que ocurre con Erick y los cuatro chicos con los que se está enfrentando. Habla entrecortadamente, pero logro entender que se dio cuenta de lo que pasaba porque lo siguió cuando salió del colegio con esos chicos. Aunque trató de convencerlo de que no lo hiciera, Erick la empujó a un lado y por eso me llamó.

La pelea de mi hermano se lleva a cabo en la pequeña plaza de arena lisa. Algunos de los chicos son más grandes y lucen bastante bravucones. Desde donde estoy, noto que su cara luce peor que el día anterior. Me aterra no ver a Marco, y estoy decidida a intervenir para defenderlo.

—Mira, Mag, ya llegó —me alerta Peggy.

Levanto la mirada y veo cómo ya está al lado de Erick y frente a todos los chicos, además de dos uniformados que se dirigen muy intimidantes al grupo. Luego de eso, las tres esperamos atentas a cómo se desarrollará el asunto. Comienzan a dialogar con ellos de forma severa; los semblantes envalentonados de esos chicos empiezan a menguar, y uno a uno comienzan a abandonar el lugar junto a los policías, hasta quedar solo Erick.

La impaciencia hace que nos movamos y nos acerquemos al lugar. Me detengo cuando estamos a poca distancia de ellos, y las demás se quedan detrás de mí, observando cómo Erick se aferra a su hombro, llorando. Quizás lo que le dijeron lo ha hecho entrar en razón. Pero cuando levanta el rostro y me ve, su semblante se endurece.

—¿¡Qué haces aquí, traidora!? —me grita, enojado—. No entiendes que te odio y no quiero verte nunca más —sigue gritando, furioso, y siento una punzada en el corazón.

Me quedo inmóvil.

—¿Qué crees que haces, jovencito? ¿Acaso se te olvidaron los buenos modales? —le espeta Peggy, severa como una madre.

Él la mira con odio. Ni siquiera puedo articular una palabra para detenerlo cuando se aleja de Masera, quien me observa encogiéndose de hombros; supongo que entiende que, de momento, no puedo intervenir. Peggy se adelanta y se interpone en su camino.

—¿Qué crees que haces, vieja fea? ¡Apártate!

Peggy le abofetea con ganas, tanto que hasta a mí me duele observar el terrible estado de su cara.

—Solo te paso la rabieta porque estás enojado y muy equivocado —lo regaña con firmeza.

Enseguida, empuja un ejemplar físico de "Reina Vanidades", que él deja caer.

¿Cuándo tomó eso?




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