Me despierto con el sonido del despertador. Tengo que admitir que casi no dormí pensando en mi nuevo trabajo, ya que es impensable que yo lo haga. O, más bien, que accediera a hacerlo. Después de haber tenido un trabajo de "estatus", ¡me lleva! Creo que mi mayor preocupación es que no va a ser tan fácil cuidar de la anciana refunfuñona, porque, de verdad, pone a prueba mi paciencia y mi cordura. Sin embargo, aunque me parece gracioso, en medio de todo eso me siento tranquila. Lo cierto es que Marco me ha devuelto un poco de mi extraviada humanidad.
Después de tomar un baño para quitarme el cansancio y la pereza, salgo de la habitación y me encamino hacia la cocina. Me detengo en el umbral de la puerta, observando a Erick sentado a la mesa tomando café. «Volvieron los desayunos». ¡Dios bendiga esas manos! «Amén, hermana», me parece estar escuchando a mi inconsciencia.
Me acerco y me siento con mucho disimulo en la mesa. Erick levanta una ceja al verme, parece analizar con lupa cada uno de mis movimientos.
—No estarás pensando en ir a trabajar con ese pedante, ¿cierto, Maggie? —me menciona justo cuando tengo una rebanada de pan untada con Nutella lista para llevar a mi boca.
—No —contesto, dándole un mordisco.
Él sirve más café y empuja la taza cerca de mí. La agarro y bebo un sorbo, porque él sí sabe prepararlo como me gusta, y me supo delicioso, recién hecho. ¿En qué rayos estoy pensando? Sacudo mi cabeza y vuelvo a mirarlo, porque continúa con su cautela. Exhalo fuerte y se lo cuento.
—Desde hoy empiezo a trabajar para Masera, así que quédate tranquilo.
Erick abre mucho los ojos.
—¡En serio, Mag!
Al parecer, la noticia le emociona más de lo que imaginaba.
—Sí, así que deja la regañina.
—Vale, pero ¿qué se supone que harás? —pregunta con expectante curiosidad.
Esa es una muy buena pregunta.
—Cuidar a su abuela.
Erick rompe en risas con mi respuesta y yo quiero ahorcarlo.
—¡Oye! —le espeto—. No te burles de tu hermana, jovencito. Es un trabajo como cualquiera y requiere mucha concentración.
—Si tú lo dices —continúa riendo, pero luego de mirar su teléfono se pone un poco serio.
—Mocoso —refunfuño—. ¿Es de mamá? —pregunto, porque eso solo lo pondría de malas.
—Es papá, ya llegaron por mí —avisa, y luego se acerca y se despide con un beso en la frente—. Espero que no te despida —agrega, yendo por su morral y saliendo de casa.
No dudo que Ray ya esté al tanto de todo, así que me asomo por la ventana para ver cómo uno de sus empleados ha venido a recogerlo. Termino mi desayuno y luego vuelvo a mi cuarto para prepararme y tomar un bolso más grande donde meto todo lo que creo necesitar. Me echo una última mirada al espejo y constato la hora en mi reloj de pulsera: son las siete de la mañana.
Como aún tengo tiempo, busco la agenda telefónica de mamá y marco el número del taller al que siempre acudimos para cualquier arreglo, y saber cuándo estará lista mi camioneta, porque la necesito de vuelta. Espero en la línea hasta que una voz de mujer me contesta. Con ella confirmo que, efectivamente, mi camioneta está allí y me asegura que solo falta un repuesto, el cual no tienen en bodega porque es un modelo bastante viejo y lo han solicitado a otra ciudad. Debido a eso, la entrega se demorará hasta la próxima semana.
La verdad es que me sorprendo con todo esto, porque no soy consciente de haber sufrido un accidente grave. Además, tengo entendido que solo fue un simple rasguño. Pregunto cuán grande es el daño y ella me responde algo que me deja muy intrigada porque, al igual que la noche de las fotos, tampoco lo recuerdo.
—Usted chocó con una moto de mensajería, señora.
Tal vez eso explica el supuesto reemplazo de Masera. No obstante, me quedo en un limbo hasta que escucho la voz insistente de la mujer al otro lado de la línea. Me espabilo volviendo a la llamada. Ella me informa que me enviarán la factura de los arreglos a mi oficina . y aprovecho para, disculparme porque, al parecer, me estaban confundiendo con mamá, y tengo que mencionarle mi nombre y la dirección exacta de donde enviar las facturas.
—Mil disculpas, señorita Sawyer. Este arreglo se pactó con la señora Winston.
Luego de colgar la llamada, medito un poco en todo ello y, la verdad, no sé de qué va todo este asunto. Pero sí sé que quien tiene todas las respuestas es mamá, ya que, al parecer, se hizo cargo de todo el problema. Sin embargo, desde ese día no la he vuelto a ver y tampoco contesta el teléfono. ¿A dónde se habrá metido mamá?
Me espabilo y salgo antes de que se me haga tarde. Mi intención es tomar un taxi en la calle; sin embargo, al salir, del otro lado de la acera está aparcada la Subaru Tribeca de Masera, y él está recostado en ella, con sus lentes de sol puestos. Me apresuro hacia él con una sonrisa tonta en la cara.
—¿También incluye transporte? —suelto burlona.
—No. Solo pasaba por aquí y ya me voy —dice, dando media vuelta para ir a su puesto de conductor.
—Vaya, qué rara coincidencia —vuelvo a mofarme.
—¡Suba! —demanda, gruñón.
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Editado: 28.07.2025