Peggy llega temprano a mi casa, después de llevar a sus gemelos al jardín, bajo el pretexto de llevarme a trabajar. Ella hace este sacrificio solo porque no le he querido soltar detalles sobre cómo me fue en la famosa cena de Masera. Pero, por obvias razones, no se los puedo dar tan a la ligera, ya que terminó siendo un desastre y Arthur contribuyó bastante a ello. Supongo que en cuanto lo sepa, seguro le enviará muchas maldiciones; sin embargo, no quiero que eso nos amargue el delicioso desayuno que trajo de camino, adivinando perfectamente que no tengo nada en mi nevera.
Mientras la entretengo con las cosas buenas de la cena, como conocer a Rui y mi nueva hazaña, ella se emociona mucho al escucharme, especialmente cuando le cuento que conocí a una supermodelo que no dejaba de coquetearme.
—Seguro que también le gustas para hacer cositas sucias —se burla.
—¡Peg, no digas cochinadas! —exclamo, fulminándola con la mirada.
También soy lo suficientemente astuta como para saber que la elección de gustos entre hombres y mujeres es infinita; no obstante, prefiero no ahondar en esas veredas. Después de pasar un buen rato, se encarga de llevarme a casa de Masera, quien está metiendo algunas cajas y un maletín viajero en la parte de atrás de su camioneta. Esto confirma que es cierto que se va de viaje, aunque no ha mencionado a dónde.
Peggy lo saluda y se despide después de hacerle señas de que lo estará vigilando, lo que hace que él se ría. Y queda de pasar una tarde con su abuela.
—¿Entonces se va? —pregunto.
—Sí, y necesito pedirte un enorme favor.
—¿Cuál? —indago, interesada.
—Cuida bien de Nonna. Prometo que no será por mucho tiempo —dice cargando su acostumbrado maletín al hombro.
—¿Cuándo volverá?
—Ya te dije que se quede tranquila, no será por mucho tiempo —repite su respuesta.
Un indicio que me recuerda que no es mi asunto a dónde tiene que ir.
—Solo pregunto en caso de que tenga que localizarlo.
—Para eso está el teléfono; ya sabes cómo localizarme muy rápido.
Arrugo la cara.
—¿Por qué tan borde? ¿Acaso todavía está enojado?
Él me mira y exhala con fuerza, pasando la mano por su cabeza.
—No se trata de eso —responde, seco.
—Está bien, no me digas si no quiere. Tampoco me interesa.
—¿Segura?
—Más que usted —rechisto.
Entonces me sonríe.
—Es un viaje de trabajo, y me tomará algo de tiempo —dice y luego se dirige a su camioneta—. Ya sabes lo que tienes que hacer; nos veremos pronto —agrega, poniéndose en marcha.
Me quedo observándolo hasta que la voz de la anciana me espanta con su habitual manera de llamarme, cambiándome el nombre. Arrastro mi maleta y mi trasero hasta la casa y, tras instalarme en una de las habitaciones del segundo piso, le ayudo a preparar su frugal desayuno desabrido, mientras ella alardea que estaríamos las dos solitas por un tiempo y que nos íbamos a divertir.
Supongo que no mintió, porque desde que Marco se fue de viaje de trabajo, la rutina se ha incrementado, y, por desgracia, me estoy acostumbrando a ella. No obstante, él no ha dejado nada al azar y todo está controlado, desde los almuerzos que llegan puntuales del restaurante italiano, hasta las visitas de Elisse. Entre todo el jaleo en la casa, Puccini, los perros y la prometida visita de Peggy con sus gemelos, todo sigue marchando relativamente bien. A Nonna le encantó Peggy, y ni qué decir de sus gemelos; todos quedaron matriculados para el siguiente kermés.
Durante mi estadía con la abuela de Masera, decidí no hablar con Arthur, aprovechando la lejanía para aclarar un poco mi cabeza y meditar qué hacer. Después de lo ocurrido en la cena, he seguido evadiendo esa situación; sin embargo, sus palabras siguen resonando en mi mente, porque muy dentro de mí siento que se acerca el momento de tomar una decisión. También está la situación con mi madre y su viaje repentino; no sé si ha regresado porque no me contesta el teléfono. Como Erick no volvió de casa de Ray, lo llamé y me confirmó que se quedaría con él, lo que significa que debe estar en serios problemas por lo de sus peleas. Así que le dije que le avisara a Ray que iría a visitarlos. Se puso feliz con la noticia.
En medio de todo, la semana avanza rápido. Es viernes y ya ha caído la noche. Después de la cena, llevo a Nonna a su cuarto y, tras ayudarla con todos sus menesteres, la dejo allí y bajo a la cocina a rellenar su jarra de agua para que tome su medicina. Pero me detengo al pie de la escalera cuando escucho el sonido de llaves en la puerta de entrada. Me quedo atenta y, cuando se abre, Marco entra haciendo su aparición.
—¡Ha vuelto! —exclamo con un poco de tonta emoción.
—Vaya que te queda bien ese papel de esposa abnegada, y qué linda que quieras recibirme —dice con ironía, adentrando sus cosas.
Le hago una mueca de sarcasmo y pongo los ojos en blanco.
—Mio bello, ¿por qué no me avisaste que llegabas? —manifiesta su abuela, abalanzándose por las escaleras para saludarlo.
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Editado: 28.07.2025