De forma tonta, pensé que mamá no iba a acercarse por aquí; sin embargo, erré en mi escasa apreciación, porque me llamó para avisar que el viernes por la noche tendríamos una cena familiar, con la que Ray estaba de acuerdo. Arthur y la nana también asistirían. Ni siquiera pregunto por los detalles, porque ya me los sé. Además, Ray está al tanto de sus planes para que me case con Arthur. Nunca estuvo de acuerdo con ello y tampoco interfirió, respetando su decisión y la mía.
Aprovecho el tiempo libre que tengo por la mañana para ir, por fin, a recoger mi camioneta: mi vieja y adorada Toyota Land Rover. Era de papá y, cuando él murió, mamá planeaba venderla. Yo le pedí que no lo hiciera y que me dejara conservarla hasta que aprendiera a conducir. Así lo hice, a pesar de que siempre amenazaba con deshacerse de ese cacharro, que mientras yo crecía, se hacía más viejo.
—Puede decirle a la señora Wiston que tiene mucha suerte de que todo el arreglo haya salido bien —dice el encargado de la reparación de la aseguradora.
¿Mi madre otra vez?
—¿Por qué lo dice? —pregunto, haciéndome la despistada.
El hombre se recompone, como si hubiera caído en cuenta de algo que quizás no debiera mencionar. Luego sonríe.
—Es porque fue un buen golpe y el modelo es bastante viejo —alega, omitiendo algún detalle.
Quise detenerlo para pedirle más información, pero me entrega el resto de las constancias del arreglo y mis llaves para que pueda llevarme mi camioneta. Se despide y lo dejo pasar. Meto los papeles en mi bolso y eso me recuerda que Agnes aún no me ha enviado mis cosas. También que hay unos documentos que ya no tienen razón de ser.
Me dirijo a la agencia sin avisar a Arthur, quien, de seguro, debe estar ocupado. La verdad es que planeo hacerlo rápido. Me comunico con Agnes en el camino y ella me confirma que, en efecto, está fuera en una reunión de negocios en el hotel Radisson. Llego a la agencia unos minutos después. Me demoro un poco en acomodar la camioneta en el estacionamiento de visitantes, pero me pego un susto cuando alguien golpea el vidrio de mi ventana.
Al asomarme, me sorprendo al ver el rostro sonriente de Martin, uno de los mensajeros de la agencia.
—Qué gusto verla de nuevo, señorita.
Me digo para mis adentros que Marco estaba equivocado, porque yo sí reconozco a la gente del personal. Pero… ¿desde cuándo no le veía?
—Igual, yo —respondo.
Al repararle mejor, noto que lleva puesto el habitual uniforme (nada parecido a lo que usaba Marco ese día), su maletín para el correo y… ¿un bastón
—¿Le pasó algo? —pregunto, sacudiendo los malos pensamientos.
—Esto —responde, señalando su pierna—. No, ya pasó lo peor, y dígale a su madre que no se preocupe; estoy muy agradecido con toda su ayuda.
¿Mi madre? ¿Ella otra vez?
—¿Qué se supone que le pasó? —cuestiono.
—Ah, no fue nada, señorita Sawyer, no debe preocuparse por ello —continúa, sacudiendo sus manos y sonriéndome.
Después de eso se aleja y no puedo seguirlo porque no me he quitado el cinturón, y mi teléfono vibrando me recuerda que es Agnes avisando que me espera. Luego de colgar, Martin ya ha desaparecido en el interior del edificio. Medito que eso es algo más para preguntarle a mi madre, quien parece estar guardándome muchos secretos que ya no puedo pasar por alto. Agnes me espera en su puesto de trabajo. Verla me hace sentir un poco de nostalgia, como si no hubiesen pasado semanas, sino meses, desde que decidí renunciar. A pesar de esto, no siento deseos de regresar a trabajar allí.
Ella me mira con efusividad, aunque me da la impresión de que esconde algo.
—¿Pasa algo, Agnes? —pregunto, haciéndola reaccionar.
—No es nada, jefa —responde sonriente.
—Gracias por el detalle; pero recuerda que ya no soy tu jefa.
—Eso nunca va a cambiar —dice, volviendo a mostrar su efusividad—. Se me ordenó no enviarle nada, por eso no lo hice; pero espero que haya visto mi mensaje. Voy por ella —agrega, disculpándose.
Asiento, aunque la verdad es que no lo he hecho.
—Vale, mientras tanto debo recoger algo privado —digo, señalando lo que fue mi antigua oficina.
Ella me da una mirada comprensiva antes de ir por mi caja. Tomo aire y camino hasta allí. Toco dos veces y, a la tercera, una impaciente y descolocada Dafne abre la puerta.
—¿Qué quieres? —pregunta irascible.
—¿Sucede algo, Dafne? —digo, intentando ser conciliadora.
—¡No es tu maldito asunto! —farfulla.
Me hace resoplar, pero no vine a pelear. No me interesa hacerlo con ella.
—Bien, si es así, solo vengo por algo. ¿Puedo pasar?
—¿Qué cosa quieres? Si ya todo está en tu nuevo lugar. Dirígete allá y no me hagas perder mi tiempo.
—¿Puedo? —insisto.
Ella abre la puerta de par en par y yo paso directo al archivador, pero apenas estoy enfrente, noto que algo ha cambiado: el seguro.
—¿Lo cambiaste? —cuestiono volviéndome hacia ella.
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Editado: 28.07.2025