*Recomendación, lágrimas aseguradas: Leer ecuchando Con te partiró y pañuelos kleenes o papel higiénico a la mano, en honor a la Nonna jejej!.
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Había pensado que nos demoraríamos un poco más en llegar a la clínica; sin embargo, debido a la hora, el tráfico es bastante benevolente y arribamos bastante rápido. Durante el trayecto, fue muy difícil evitar que se me notara demasiado la ansiedad por llegar. Una vez en la entrada, Nana me hace señas para que me adelante mientras ella va más despacio, agarrada al brazo de Arthur, quien le obedece a regañadientes, clavando su mirada descontenta en mí.
Pero no voy a detenerme, así que no pierdo tiempo y me dirijo a la recepción. Allí pregunto por el nombre de Ramona Cigliati, indicando que está en la UCE. La mujer tras el mostrador me confirma que sí está internada, después de buscar en el sistema, pero que ha sido trasladada a la zona de cuidados intermedios y que, si no soy familiar, no puede dejarme subir, a menos que tenga una autorización. Suspiro con fuerza porque ni siquiera sé si la tengo. Nana llega con Arthur cuando le estoy dando mi nombre para verificar, y luego de mirarme con cautela, dice que puedo subir al piso 404, donde me darán más información, sorprendiéndome enormemente.
Como Nana no puede subir, me pide que vaya. Arthur me llama cuando me acerco al ascensor, pero no me detengo a escucharle. Al llegar, espero a que el ascensor se detenga y, una vez dentro, pulso con ansiedad el botón del cuarto piso. Mientras sube, me pregunto si la han llevado allí porque su estado se ha agravado. La verdad es que me entristece pensar que lo que dijo Marco sobre el tiempo que le quedaba se esté convirtiendo en una cruel realidad. Pensar en él solo me recuerda la forma cobarde en que hui de su casa; sin embargo, si no me detuvo, es porque sabía que tarde o temprano tendría que irme, y no precisamente con él.
¿Qué estará pensando de mí? Me pregunto mientras miro el anillo en mi dedo. Me sacudo, porque quizás eso ya no le importe. Al fin y al cabo, mi mundo y el suyo parecen no encajar en nada. Cuando las puertas se abren, salgo apresurada hacia el punto de información. Durante el camino, me doy cuenta de que esta no es una clínica cualquiera y a leguas se nota que es cara. La verdad no me sorprende que Masera no escatime en gastos para darle la mejor atención a su abuela.
Pero, el hecho de que ella esté aquí, en esa situación, solo comprueba que no se había ido a Italia, como había imaginado que sucedería. Me sereno, porque yo tampoco debería pensar en eso. Tampoco estoy aquí por él; Lawra fue clara al recalcar que la petición había sido de Nonna, no suya. Esa realidad me hace sentir triste y patética.
Me despabilo justo cuando llego al mostrador.
—¿En qué le puedo ayudar? —pregunta la enfermera detrás del cubículo.
Por su expresión, seguro se está preguntando qué rayos hago allí, debido a la forma en que estoy vestida.
—Vengo a ver una paciente —contesto, haciendo a un lado mi dilación.
—Su nombre para verificar que esté autorizada.
—Mag... Marguerithe Sawyer.
—¿Y usted es familiar, señorita Sawyer?
¿Qué debería decir? ¡Que me parta un rayo! ¿Quién diablos me creo que soy?
—Hasta que por fin llegas.
La voz insidiosa que escucho es la de Lawra, quien me doy cuenta de que está detrás de mí cuando me doy la vuelta. La verdad es que esta será la primera vez que estaré agradecida con esa mujer. Ella hace un gesto con su boca que no sé si es por el disgusto de verme o por alivio porque, al fin, llegué.
No me dice nada más, solo pasa por mi lado y se acerca a la chica de recepción, indicándole algo acerca de mí, y esta asiente.
—Gracias —susurro melancólica y muy agradecida.
—¡Por todos los cielos! ¿A quién intentas invocar con esa cara de tragedia? —me regaña esa mujer.
Cielos, no tiene la edad de mi madre, pero se le parece mucho con ese carácter, que supongo que fue lo único que no heredé; por el contrario, lo saqué de mi padre, quien era un amor en todos los sentidos.
—¿Dónde está Nonna? —le pregunto.
Ella arruga la frente fijando su mirada en la hermosa piedra que sobresale en mi dedo, luego dirige su atención a mi cara y exhala con fuerza.
—Fue quien pidió verte, aunque Marco se negó —contesta con acritud—; así que atente a las consecuencias si te lo encuentras, y no lo dudo. Sígueme —ordena después de su advertencia.
—¿Por qué me llamaste? Tú eres más leal a él —expongo, haciendo que me mire.
—No te hagas la idiota, sabes que no lo hago por ti; es por ella. ¡Que te quede claro! —recalca, mostrándose afectada, como si quisiera llorar, pero no lo hace.
Ni lo hará, estoy segura de eso porque llorar siempre está asociado como una muestra de debilidad. De inmediato, comienza a caminar por el pasillo, y cada paso que da hace que mi corazón no deje de palpitar con fuerza dentro de mi pecho, como si fuera a salirse. Recuerdos de mi padre extendido en una litera, inerme y cubierto por una sábana, vienen a mi mente, causándome un escalofrío. Eso me provoca unos deseos inútiles de devorarme las uñas por la ansiedad, pero me detengo y trago con fuerza cuando nos detenemos y lo veo.
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Editado: 28.07.2025