Un bello y encantador Señor problema✓

54. Quiero que seas mi aire

Pensé en ir al baño, pero no tengo idea de dónde queda. Así que busco un escondite en las escaleras de emergencia y me agazapo allí, apretando mi cartera, que contiene lo que Nonna me dejó, sintiendo como si tuviera el alma rota. La melodía llega a su fin, marcando quizás también el de ella. Retiro mis lentes y cierro los ojos, abrazándome a mis rodillas, embargada por una extraña sensación de desamparo. Me repito una y otra vez que esto no debería afectarme tanto, aunque no es la primera vez que me siento así, como si alguien a quien amaba mucho me hubiera abandonado.

—Papá —sollozo.

A mi mente vienen los días posteriores a su muerte; fueron las mismas ocasiones en que estuve frente a una psicóloga que siempre me repetía que no me había quedado sola. Fue después de eso cuando decidí que lo mejor era olvidar, así ya no tendría nada que extrañar. No sé cuánto tiempo permanezco allí, sintiéndome tan inútil y descompuesta. Hasta que una voz me llama por mi nombre, sacándome de mi ensimismamiento.

Limpio mis ojos con las mangas del dorso de mi saco y alzo la mirada. Marco está detrás de mí, su rostro turbado. No dice nada, solo se acerca y se sienta a mi lado.

—¿Se ha ido? —musito la pregunta.

Tampoco responde, solo deja caer su cabeza en mi hombro. Tengo la horrible sensación de que eso lo confirma todo. Nonna ha muerto. Quiero abrazarlo, pero sé que eso no será suficiente consuelo; nada ni nadie podrá llenar el vacío que seguro está embargando su alma. Nos quedamos así, dejando que el silencio exprese lo que no diremos con palabras.

Le miro de reojo y me pregunto por qué no llora, aunque quizás no lo hace porque no quiere que lo vea así, cuando siempre se ha mostrado estoico y petulante. Hasta que vuelve a enderezarse.

—Gracias —susurra.

Me ladeo hacia él, y aunque quisiera ponerme los lentes, no lo hago. Decido mirarlo como realmente puedo verlo, en su máximo estado de fragilidad. Sin embargo, cuando lleva su mano a mi mejilla, puedo atisbar que está mirando mis labios. Trago con fuerza para hablar.

—Si quieres que haga algo, solo dímelo —digo, entreabriendo los labios y conteniendo un poco la respiración.

Supongo que solo he dicho una locura, pero no voy a arrepentirme como lo he hecho otras veces. Marco no dice nada, solo me mira incrédulo, pasando su pulgar por mis labios con una suave lentitud, tan cerca que puedo sentir su aliento cálido y embriagador.

—En este momento solo quiero que seas mi aire —susurra, y sus ojos, abatidos por la tristeza, parecen suplicarme que le complazca.

¿Su aire?

¿Por qué me pide eso cuando he sido yo quien lo ha dicho antes, como si fuera el último suspiro de un ahogado? No me muevo, tampoco me alejo. Me quedo anclada en esa mirada azul, triste y melancólica, que me escruta con un deseo fiero. Él inclina su rostro hasta que sus labios apenas rozan los míos. Esa acción me estremece y siento como si me fuera a desmayar, gimiendo por la cercanía, y porque a pesar de todo, percibo que sus intenciones hacia mí todavía están vivas.

Abro los ojos, descubriendo que lo deseo. Que, pese a todas mis retahílas mentales, anhelo sentir a qué saben sus besos. Es en ese instante cuando todo parece convertirse en una burbuja que nos envuelve solo a los dos, sin importar nada más. Marco presiona mis labios con su pulgar, haciendo que mi cara se cubra de un ardiente rubor. Entonces venzo la impotencia de mis manos y agarro sus mejillas para acabar con esa agonía.

—¡Maggie!

El llamado furioso de Arthur irrumpe justo cuando estoy a punto de besarle, dejándome estática, haciendo estallar la burbuja. Marco se aleja descompuesto, al igual que yo. Sin embargo, en su mirada no hay reproche. Nos ponemos en pie y nos volvemos hacia él, que se acerca apresurado y se interpone entre nosotros.

Inmediatamente, agarra mi mano, restregándole con enojo el anillo que llevo en el dedo, y que empieza a sentirse como una pesada carga.

—Qué bueno que te encontré, te estaba buscando. Ya me enteré, así que vamos, no hay nada más que hacer aquí —dice displicente—. Siento su pérdida, señor Masera —añade comedido, emprendiendo la marcha de inmediato y arrastrándome con él.

Marco no objeta nada, su rostro ni siquiera refleja enojo mientras soy llevada por Arthur. Solo sigue mirándome con esa misma impotencia que le vi aquella noche. Luego de alejarnos un buen trecho de donde lo habíamos dejado, Arthur se detiene y me lleva contra la pared.

No puedo mirarle, así que él mismo levanta mi mentón y trata de besarme, pero reacciono por instinto y ladeo mi cara, logrando que emita un fuerte suspiro. Me pongo mis lentes cuando sus palmas abiertas se estampan contra la pared con impotencia, y luego deja caer su cabeza sobre mi hombro.

—Ambos sabemos lo que se siente una pérdida; solo prométeme que no volverás a acercarte a él —masculla entre dientes, sin levantar el rostro de mi hombro.

Aprieto mis manos en puño.

—No puedo —susurro quedo.

—¡Maggie!

—Quiero acompañarle en su despedida, no puedes impedírmelo —suplico, aunque no debería hacerlo.

Quizás es por el peso del anillo.




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