Un bello y encantador Señor problema✓

55. Despedida

Cuando despierto, nana aún duerme con su cubreojos puestos. Al rato, se levanta y me mira somnolienta, con curiosidad. Su habitación es inmensa, al igual que su cama queen size.

―¿Te quedaste allí? ―pregunta con voz ronca.

―No quería incomodarte ―respondo.

―¿En esta cama tan grande? ―repone jocosa, haciendo que riamos ambas; luego el peso de la realidad nos hace callar―. Ven y ayúdame a salir, ya es hora de prepararnos ―añade y, de inmediato, nos ponemos manos a la obra.

Después de ayudarla, la dejo en manos de su asistente en casa, la señora Polter, quien está pendiente de su cuidado en general. Me voy a una de las habitaciones de huéspedes y llamo a mamá, porque mi teléfono está lleno de sus llamadas. Le comento un poco y, muy atenta, se ofrece a traerme un vestido adecuado para la ocasión. De paso, me da un buen regaño por desobedecerle.

Ella llega durante el desayuno y se une a nosotros en la terraza. Al terminar, se va conmigo con el pretexto de ayudarme, aunque lo más seguro es que va a molestarme con lo mismo, como si fuera una niña pequeña. No obstante, después de esa noche, siento que algo ha cambiado dentro de mí. Quizás lo único que me falta es valor para afrontar ese cambio.

―Lo viste, ¿verdad? ―me increpa, haciendo que arrugue el ceño.

Pongo los ojos en blanco.

―Sí, mamá, y fue inevitable, pero ya no quiero seguir hablando del tema. Se lo prometí a Arthur. ¡Contenta!

―Entonces hubo algo entre ustedes ―sigue interrogándome, haciendo que resople.

Debería decirle que no pasó ni la mitad de lo que hubiera deseado.

―Claro que no ―respondo, mordiéndome la lengua para no empezar una discusión.

Es tan extraño que esto ocurra ahora entre nosotras. Debe ser porque poco a poco se está desdibujando ante mí su imagen de madre perfecta.

―Me parece perfecto que lo tengas claro, después de todo él va a ser tu marido y tendrás, quieras o no, que obedecerle. Ese anillo lo vale.

La miro refunfuñando.

―¡Tampoco exageres!, o harás que cambie de opinión ―exclamo, sintiendo unas enormes ganas de quitármelo y ponérselo a ella.

―¡Ni se te ocurra! ―me espeta.

Suspiro con fuerza, porque ganas no me faltan.

―¿Vas a ir con nosotros?

―Por qué no ―responde, alzando los hombros con mucho orgullo―. Tampoco soy indiferente al dolor ajeno.

Arrugo la cara.

―Odias a Marco, mamá, y no creo que apreciaras a su abuela. Ni siquiera sé las razones de nana para sentirse cercana.

―¿Por qué dices eso? ¿No crees que es cruel de tu parte pensar así de tu madre?

―No lo sé. Primero mencionaste que yo le admiraba y hasta me regañaste por no reconocerle, y luego... simplemente empezaste a objetar cualquier encuentro con él.

―Maggie, deja la idiotez y métete esto en la cabeza. Ese hombre solo fue una pieza removible en todo esto, y no te conviene, ni aquí ni en la otra vida. Así que olvídalo y concéntrate en lo que sí te beneficia: tu futuro con Arthur Eindheart. Andrew estaría muy feliz si estuviera vivo para verlos, te lo aseguro ―sentencia mamá, con un poco de nostalgia en su rostro.

¿Olvidarlo?

«No lo creo».

Salimos de la casa Eindheart, y esta vez es Arthur quien conduce el Porsche negro para llevarnos a la sala de velación de la iglesia San Helen, y con quien solo he cruzado las palabras necesarias. Fue la información que me envió Lawra, como si se tratara de un memorando.

Según la abuela, que parece haber indagado mucho más, el cuerpo de Ramona permanecerá allí en cámara ardiente hasta su cremación, porque ella pidió ser cremado y que sus cenizas fueran llevadas a su natal Bolonia para esparcirlas en un lago. Cuando llegamos al sitio, ocupamos los asientos no tan cercanos y, mientras nana y mamá van a presentar sus condolencias ante el féretro donde Marco recibe a todos, Arthur y yo permanecemos sentados.

―¿Estás enojado? ―le pregunto.

―No, ¿por qué lo estaría? ―responde con acritud.

―Por lo que dije.

Él se ladea y me mira asombrado.

―¿Tanto deseas nuestra luna de miel? ―pregunta, ladino, alzando una ceja.

―¿Me creerías si te digo que estoy ansiosa por ello?

Arthur resopla una risa y es su único gesto antes de volver a mirar al frente, cuando la sala empieza a llenarse. Nana y mamá regresan con nosotros y permanecemos en silencio escuchando la intervención de los más allegados a Nonna, sorprendida de lo mucho que la conocían. Todos resaltan que, después de su abuelo, el célebre fotógrafo Marco Filippo Masera, ella era la que más impulsaba a Marco a seguir con su brillante carrera después de sus baches. Marco habla al final, agradeciendo a todos conmovido, y luego de escuchar por última vez a Puccini, esta llega a su fin.

Salimos al patio, donde llega el momento de despedirnos y marcharnos. Mientras espero para ello, porque no dejan ni un instante solo a Marco, me fijo en que no veo a Rui o Ruri.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.