Un bello y encantador Señor problema✓

57. Verdades que duelen

Otra vez no puedo dormir, y la causa son las palabras de Peg. Toco mi frente y creo que tengo algo de fiebre. Busco un analgésico para el dolor y lo tomo con un vaso de agua. Luego, me recuesto un rato sobre el conflictivo sillón Copenhague, esperando que el dolor disminuya. Reviso mi teléfono y veo que tengo varias llamadas perdidas de mamá y Arthur.

Miro la fecha y no puedo creer cuánto tiempo ha pasado desde que lo conocí. La película comienza a rodar en mi mente y me siento abochornada, especialmente porque, desde la muerte de Nonna, no le he vuelto a hablar ni a ver. Reviso mis contactos y ahí está su número, marcado como “número uno”, su famoso acceso rápido. Tengo la intención de pulsarlo, pero mi teléfono vibra en mi mano con un mensaje de Arthur.

Es una cita para cenar esta noche en el hotel Stellar. Le contesto que sí y dejo el teléfono a un lado. Tal vez parezca ingenua al aceptar cenar con él en ese lugar, porque ya intuyo que sus intenciones van más allá de una simple comida. Sin embargo, las mías están muy lejos de querer complacerlo. Cierro los ojos, meditativa, sintiendo que es momento de cerrar mi capítulo con él; de alguna manera, es el momento de confrontarlo.

Poco después, recibo una llamada de mi madre. Contesto. La conversación es breve y no hace falta que le cuente sobre la invitación de Arthur, porque ya lo sabe. La escucho darme toda clase de recomendaciones y precauciones para la noche, y el aviso de que me ha enviado un pequeño aporte para la ocasión. Después de colgar, tomo una larga siesta hasta que el dolor se alivia y luego me doy un baño, disfrutando mi tiempo bajo el agua.

Después de la súper ducha y tras dedicarme un buen rato a secar mi cabello, me coloco mis lentes y me planto frente al clóset. El recuerdo de Peggy buscando el vestido ideal para impactar a Masera me golpea en la mente.

Dentro del paquete de compras que me envió mamá, encuentro una delicada caja con lencería nueva, que me hace arrugar la cara. La dejo a un lado porque, para lo que tengo que hacer, eso no viene al caso. Escojo un vestido holgado color coral, sin mangas, atado al cuello y ceñido a la cintura. Mi estómago gruñe porque no he comido nada decente, así que me preparo un sencillo sándwich y eso como mientras espero que llegue la hora.

El timbre suena. Sé que es demasiado temprano para que Arthur me recoja y, de todas formas, quedé en llegar. Abro la puerta y me encuentro con Peggy.

—¿Qué haces aquí? —pregunto, confusa, porque no había quedado en nada con ella.

—Vengo por ti.

—¿Por qué no me avisaste? Quedé de cenar con Arthur y casi voy a salir.

—Ya veo por qué te pusiste hermosa, pero tranquila, no nos tomará mucho tiempo, y luego podrás llegar a tu cena con ese enclenque.

Ella junta sus manos en un ruego y pone una cara que no puedo resistir.

—Está bien —contesto resignada; la verdad es que quiero salir.

Voy por mi abrigo y mi cartera, y tras cerrar la puerta, nos vamos en su minivan. Durante el camino, ella no menciona nada sobre nuestra última conversación y, la verdad, casi ni hablamos. Me sorprendo cuando llegamos al hotel donde también quedé en verme con Arthur.

—¿Por qué me traes aquí? —pregunto, sintiendo que hay demasiado misterio en todo esto.

—¿Puedes confiar en mí? —ruega con esa expresión de inocencia.

—¿No me puedes decir de qué se trata? Así no tendré que salir huyendo.

—Por favor, es importante para las dos.

Es lo único que dice mientras caminamos hasta la recepción, confundiéndome un poco más. Ella le da nuestros nombres al recepcionista, quien, después de repararnos, nos da la bienvenida informándonos que podemos subir. La observo, aún más confundida que al principio.

—¿Quieres decirme de qué va todo esto? —inquiero.

—Solo espera un poco —responde, pulsando el botón del piso seis.

Llegamos y nos dirigimos hacia el número de habitación.

—¿Quién está allí dentro, Peggy? —exijo cuando llegamos ante la puerta.

—Ya lo sabrás —dice, tocándola.

Esta se abre sin demora, como si la persona que está adentro nos estuviera esperando con ansias. Al descubrir de quién se trata, me quedo de piedra.

—Qué placer volver a verla de nuevo, señorita Sawyer —dice una voz de antaño que provoca un dolor punzante en mi sien.

Ajusto mis lentes que amenazan con caerse y arrugo mi frente, tratando de soportar la sensación. Me estremezco al recordar que Marco Masera no era el único que solía llamarme así. El recuerdo hace que mis ojos se inunden de lágrimas.

—E-Ewan —balbuceo casi sin aire.

Busco a Peg, pero ella se ha quedado afuera. La miro y solo se encoge de hombros. ¿Qué es todo esto? Tiene que ser una mala broma del destino, porque él solo aparece después de tanto tiempo para recordarme que siempre creí en las mentiras disfrazadas de cariño de Arthur. Maldigo a Peggy interiormente por hacerme esto. Ella sabe lo mucho que Ewan significaba para mí y cómo sufrí con su engaño.

Le miro con horror.

—¿¡Qué haces aquí!? —le grito.

—Calma, estoy de regreso por negocios, y no sabes lo feliz que me puse al saber por Peggy que aún no te has casado con Arthur. De verdad que no puedo creerlo, después de imaginarlo por tanto tiempo. Creo que tú y yo necesitamos aclarar algunas cosas —responde.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.