Un bello y encantador Señor problema✓

58. Confrontando a mamá

Mientras medito en que esto parece una pesadilla que anhelo que se acabe, Peggy conduce en silencio en el trayecto a casa de mamá. No dudo que le pique la lengua por preguntarme, así que le agradezco que se contenga. La expresión en mi rostro debe traducirle todo lo que estoy sintiendo.

Respiro profundo, tratando de pensar que todo esto es solo producto de un mal sueño. Ya no sé qué pensar de mi madre, después de escuchar las confesiones de Arthur. Recuerdo las muchas veces que le pregunté si tenía algo que ver en todo esto y ella solo lo negó o evadió, incluso en lo relacionado con mi camioneta. Luego me conformé con creer que sería una pérdida de tiempo preguntar cualquier cosa al respecto. Sin embargo, esta vez no voy a dejar que siga mintiéndome.

—¿¡No sé qué diablos pretende mamá!? —rompo el silencio sepulcral entre las dos. Peggy se ladea para mirarme un breve momento.

—No es por excusarla, pero eso tendrás que preguntárselo tú misma —dice, volviendo su mirada al frente.

Sigue conduciendo hasta que ambas nos distraemos, sorprendidas por el ruido ensordecedor de una motocicleta. Esta proviene de la dirección en donde mi madre tiene su condominio. Ella no le presta atención, o eso creo, porque no se inmuta y sigue aferrada al volante; sin embargo, tengo la leve impresión de que podría haber sido Masera. ¡Qué diablos!

Mejor deshago esa idea, pues ese hombre ya debe estar muy lejos y seguramente feliz. Llegamos y Peggy me deja en la entrada; luego de despedirse y darme toda clase de recomendaciones, se marcha.

Cuando voy a tocar la puerta, esta se abre con el viento gélido que sopla. Al entrar, el vestíbulo está a media luz y se escucha música de su cantante favorita, Édith Piaf, proveniente del segundo piso, donde están las habitaciones y su estudio personal.

Al pasar por el salón de la segunda planta, la chimenea está encendida y es allí donde está puesta la música. No la veo por ningún lado, pero me da la impresión de que está teniendo una fiesta privada. Me pregunto si es para festejar que su hija, por fin, va a perder su virginidad. No obstante, hay papeles regados por todos lados y tengo la curiosidad de hojear alguno. El que tomo en mi mano data de hace tres años, y lo más sorprendente es lo que está allí escrito.

Un baldado de agua fría, eso cae sobre mí al descubrir la farsa de mi madre, y que la locura con la que me sorprendió Erick aquella noche cuando huyó de su casa es totalmente cierta.

—Esto tiene que ser una broma —me digo, levantando el papel, luego otro y otro.

Los leo uno a uno y no doy crédito, porque además de las pruebas de las que hablaba Erick y que Ray guardaba en su caja fuerte, también hay copias de mi viejo diario y otras cartas enviadas a mi hermano, así como documentos de Australia y papeles de itinerarios de viaje hacia allí.

—¡Maggie! ¿Qué haces aquí? Tan rápido acabó todo.

Mamá me sorprende con su cara llena de felicidad. Trae una copa en una mano y la botella en la otra; por lo que sí, estaba festejando.

—¿Explícame esto, mamá? —levanto los papeles, que no solo son míos; también hay cartas de Charlie desde Australia para Erick.

—Eso es solo basura y estoy a punto de quemarlos —responde sonriente.

—¿Nuestros secretos solo son basura para ti, madre? —la inquiero.

Ella deja a un lado la botella, manteniendo la copa llena en su mano, y se acerca.

—No vayas a armar un lío de todo esto. No me arruines el momento, como parece que tú sí hiciste con el tuyo —me reprocha, fijándose en mi mano.

—¿Cómo puedes simplemente decir eso? Cuando solo nos usas para tu propio beneficio. ¿Qué ganaste haciéndolo? —le lanzo una de las cartas que tomé de Arthur porque la necesitaba para que no lo negara.

La carta resbala al suelo y ella la mira con asombro.

—¿De dónde sacaste eso?

—¡Arthur me lo contó todo!

—¡Ah, sí! ¿Lograste seducirlo para sacárselo? Vaya que, en el fondo, sí tienes tus alcances —festeja bebiendo un gran sorbo.

—Piensa lo que quieras, que no fue así. Y si crees que me voy a acostar con un hombre que nunca me quiso, estás loca.

—Eso solo quiere decir que lo arruinaste, de nuevo. Debí imaginarlo, pero ya lo reconsiderarás.

—¡Arruinar! Aquí la única que nos arruinó a todos fuiste tú. —Mamá parece no prestar atención a lo que le estoy gritando a la cara—. Típico de tu parte salirte por la tangente, y supongo que eso lo aprendí de ti.

Ella parece reaccionar por fin a mis palabras y me presta atención.

—Todo lo que he hecho es por su bien. Y algún día me lo agradecerán —repite su maldita frase trillada, haciéndome reír descompuesta.

—¡Sí, claro! Hacer mal por conseguir un bien, seguro que esa debe ser una ardua labor —le reclamo, mostrándole las cartas de Charlie para Erick, un pasaje de avión y el anuncio de su muerte—. Ya veo el porqué de tu maldita publicación. Ni siquiera le permitiste que se despidieran, ¿qué clase de madre hace eso?

Mis ojos se aguan al decir esto.

—Tengo mis razones. No iba a permitir que mi hijo desperdiciara su vida al lado de una moribunda; y si quería hacer algo bueno por él, era mejor que no se enterara.




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