Un bello y encantador Señor problema✓

59. Tomando firmes decisiones

Mamá sigue gritando que la abuela Elsa estará muy decepcionada de mí y yo le respondo que eso será mi problema, no suyo, y que debería indemnizar a Martin, el mensajero de la agencia, por haberlo atropellado con mi camioneta. Cuando acelero, lo último que me grita es que me voy a arrepentir porque me conoce y sabe que jamás tomo buenas decisiones.

Y tal vez tiene razón, pero no lo comprobaré si no empiezo a hacerlo por mí misma. Durante el trayecto, escribo un mensaje a Erick diciéndole que voy a pasar a recogerlo para almorzar juntos. Él solo responde: “¡Súper!”. Luego pienso que esa emoción quizás se desvanecerá cuando le cuente la cruel verdad que tengo que decirle.

Como quedamos, después de esperar a que terminen sus clases, lo recojo en la acera afuera de su colegio. Lo primero que hace al subirse a mi camioneta, tras despedirse de su conductor, es inspeccionarme la mano. Su rostro se ilumina de felicidad al ver que no llevo el anillo. Siento que, aunque deseo decirle la verdad, tal vez no es el momento de romper también sus ilusiones.

Con mi drama, basta y sobra por el momento. Suspiro mientras guardo las cartas en mi bolso. Sin embargo, tengo que hacer que mamá asuma su responsabilidad.

—No traes el anillo, ¿qué pasó? —pregunta cauteloso.

—¿Es lo único que vas a decir? —lo espeto, y me abrumo al ver la cara que pone, así que tengo que tranquilizarlo—. No te preocupes, no me lo volverás a ver puesto otra vez.

—Créetelo tú y después te creeré yo —dice, frívolo, mientras se pone los auriculares y se acomoda en la silla y yo quiero fulminarlo con la mirada.

Conduzco hasta Chicanos, un restaurante de comidas rápidas, y buscamos una mesa situada en un rincón aislado, con asientos solo para dos.

—¿Qué tal si pedimos y luego hablamos?

—¡Vale! Muero de hambre —festeja.

Le dejo elegir lo que quiera, y después de la comida, Erick hace a un lado su plato y me encara, captando mi intención.

—Si te hubiera hecho caso aquella noche que acusaste a mamá, tal vez nada de esto hubiera pasado. Lamento mucho no haberte creído, hermanito —le confieso.

—¡Gracias! Aunque me creíste tarde —dice Erick, lleno de ironía, y con sobrada razón—. La había visto revisando tus cosas..., pero tampoco ibas a creerme si te lo decía, ¿verdad? Mamá siempre ha estado para ti en un pedestal —me recrimina.

No lo dudo y medito en que todos pensaban igual. Eso me hace sentir como una imbécil.

—Pero se me ha caído de allí —exhalo con fuerza—. Total, ya no hay caso.

Erick me mira seriamente.

—Sabes, nunca entendí su empeño por casarte con ese pedante; y lo peor de todo es que logró todo lo contrario, o ¿vas a negarme que no piensas en Marco?

¿Marco? Supongo que ya era hora de decirle la verdad.

—Masera ya se ha marchado —digo con pesar, restregándome lo desalentador que suena eso.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque él dijo que regresaría a su tierra; además, su Nonna murió y sus trabajos ya acabaron... ya no tenía nada que hacer aquí.

—¿Y tú qué harás?

—Nada, y no te preocupes, ya sé de sobra que tengo tu consentimiento si alguna vez me lo vuelvo a tropezar —rio como una tontarrona.

—¡No te burles, tonta! Marco me cae muy bien, y ha dicho que cuando quiera puedo ir a visitarle a su casa en Bolonia.

—Bien por ti.

—También puedes ir si quieres —menciona de manera sugestiva mientras sorbe lo último de su malteada.

—¿Vas a estar bien con mamá? Parece que se quedará mucho tiempo en casa de Ray.

Cambio mi expresión a una más seria.

—Que haga lo que quiera, tampoco pienso dirigirle la palabra —contesta refunfuñando.

—Ella tal vez tenga algo que confesarte, y lo más probable es que no te guste.

—Sea lo que sea, no voy a escucharla.

Cielos, me parece que estoy escuchándome a mí misma. Eso me hace reír.

—Tendrás que hacerlo, Erick. Será importante para ti y quizás influya en tus futuras decisiones.

—Cielos, todavía no quiero pensar en eso —dice mostrándose aterrado.

—Tiene que ver con tu amiga Charlie —revelo, y él se queda callado por un breve momento.

—Bien, ya déjalo. Cualquier cosa que me diga de ella me tiene sin cuidado.

Ojalá fuera así. Solo espero que mamá esta vez haga lo correcto con él, aunque me aseguraré de que lo haga.

—Está bien, no insisto más. ¿Por qué no invitas a Shey y pasas la tarde con ella?

—¿Shey?

—¡Sí, claro! Ella puede ser una buena amiga para ti.

—Ella me cae bien; pero... ¿Qué crees que hará mamá si hago eso? —cuestiona, ladino, porque sabe que no tolera ver a la hija del tío Simón.

Todo se remonta a que papá murió por su culpa. Eso me hizo creer, pero sé que hay más de fondo y Sheyla no tiene la culpa de eso.




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