Marco entrelaza nuestros dedos con mucha propiedad, y su rostro se adorna nuevamente con su reconocida sonrisa traviesa, curvando un poco los labios. Trago con fuerza, recordando lo que implica descubrir sus buenas intenciones.
Cuando recuerdo que tengo la maleta, Edward corre a entregársela a Marco, quien me impide que la agarre. Después de eso, ellos se despiden y se van, mientras nosotros tomamos nuestro propio camino.
―Gracias ―digo.
―¿De qué? ―pregunta, curioso.
―Ya sé lo que hiciste con lo de la revista. No tenías por qué hacerlo.
―No me agradezcas por eso. En parte, también fue mi culpa que te expusieran de esa forma. Tenía que resolverlo.
―De todos modos, quiero agradecértelo.
―Vale ―aduce.
No sé a dónde vamos, pero creo que es al estacionamiento donde tiene aparcada su camioneta.
―¿Aún estás triste por lo de Nonna? ―pregunto.
―¿Todavía quieres consolarme por eso? ―arguye, entrecerrando la mirada.
―¿Qué crees? ―pregunto, adelantándome, haciendo que enarque las cejas.
―Que sí ―responde, esbozando una sonrisa―. Pero pierdes tu tiempo.
―No te confundas, Marco, solo es que me preocupaba por cómo lo estarías llevando.
―Bueno, ya deja de preocuparte por eso. Ya he sobrevivido antes a la pérdida, ¿por qué no hacerlo ahora? Además, Nonna no me lo perdonaría. Y, a propósito, ¿viste cómo eso no dolió?
―¿Qué cosa?
―Tomarle confianza. No creas que no lo noté. Además, suena muy lindo cuando la mencionas; lástima que esperaras a que se muriera ―dice con algo de socarronería.
―¡Eres un pesado! ¿Sabes? ―mascullo, espantada―. Ella también se molestaría por hacer bromas como esas. Solo era cuestión de acostumbrarme, y ya lo... hice... hace mucho rato ―admito, y él vuelve a darme una de sus fantásticas sonrisas.
Sí, esas sonrisas con las que no sabes si pegarle, abrazarle o, lo que llevo queriendo desde hace un tiempo, besarlo. Llegamos hasta su Subaru, postergando mi oculto deseo mientras me acomodo en el asiento. Cuando me coloco el cinturón, siento que lo he extrañado.
Él vuelve luego de guardar mi maleta en la parte de atrás, se sube y de inmediato pone en marcha el motor. Conduce rápido, alejándonos del aeropuerto y tomando una vía alterna que nos lleva hasta lo que parece un hangar cercano, porque no demoramos mucho en llegar
―¿Qué hacemos aquí? ―pregunto apenas entramos a ese lugar.
No contesta, y espero mientras busca un lugar donde estacionar. Allí apaga el motor, dejando las llaves puestas. Luego se gira hacia mí, y poco a poco se acerca, haciendo que me pegue al asiento cuando su cara está muy cerca de la mía.
―¿Tan desesperada estás por llegar? ―susurra la pregunta, rozando mis labios con su aliento mientras yo le miro extasiada, preguntándome si él también tiene ganas de besarme.
Siento cómo su mano apresa la mía con suavidad, acariciando cada dedo, constatando quizás que he roto con Arthur para siempre. En su rostro hay una gran satisfacción y empiezo a imaginar el porqué. Sin embargo, no dejo de mirarle mientras él hace esto, y él tampoco aparta la vista. Mi pecho sube y baja agitado por su cercanía y el olor de su perfume embriagador.
Tiempo atrás habría pensado que era malo, terrible, impensable, etc.; ahora me siento libre, feliz. Condenadamente feliz.
―No es eso ―respondo, sacudiendo suavemente la cabeza.
Él ríe como si intimidarme le complaciera.
―Quédate tranquila, aún tenemos tiempo ―dice, rozando mis labios con la punta de su lengua, haciendo que me exalte.
Luego sonríe ampliamente con mi respuesta, como un niño que disfruta de sus travesuras. Bello. Sin embargo, soy yo quien no puede aguantar la espera y, en un intenso arrebato, suelto el cinturón. Después de liberarme, coloco mis manos alrededor de su cuello, atrayéndolo hacia mí, sintiendo cómo se tensa y arquea las cejas con sorpresa.
―Ya olvidaste que tengo una cláusula ―dice, inclinándose y volviendo a rozar mis labios con los suyos, mostrándome un oscuro destello en sus ojos, de un azul profundo emulando la calma que antecede a una tormenta.
―Mientes ―respondo, dejándome hechizar por ese brillo.
Lo cierto es que, a pesar de mi arrebato, por dentro estoy temblando por la forma tan osada en que me estoy comportando; no obstante, él solo me sonríe complacido y, sin más preámbulos, demoras ni esperas, por fin me besa, provocando que jadee al contacto de sus labios sobre los míos, comenzando a devorar mi boca, quitándome el aire.
Sin embargo, mientras sus labios se mueven sobre los míos, tengo la sensación de que ya los he probado antes. Pese a ello, su boca es irresistible y deliciosa, y su lengua es un pecado desconocido, que me deja extasiada y muy atolondrada.
Su beso es tan apasionado que me aferro a su cuello para mantenerle cerca y no separarme de sus labios, mientras sus brazos me rodean, sosteniéndome contra su cuerpo. No me inmuto por eso, porque he esperado tanto para saber, de forma consciente, a qué saben sus besos. Y lo he conseguido. Saben a hombre, a euforia, a magia, y definitivamente… a él. Y lo quiero.
#262 en Otros
#121 en Humor
#892 en Novela romántica
romance, comedia y drama, comedia humor enredos aventuras romance
Editado: 28.07.2025