La cara agonizante de George, apoyando con fuerza su mano sobre su corazón y quejándose de dolor, fue lo primero que me encontré al llegar al campamento al lado la pista de aterrizaje de los paracaidistas. Ese era el resultado de su gran hazaña. Aunque, a esa edad los riesgos suelen tener un alto costo; incluso pueden llevarse tu propia vida. Sin embargo, son contingencias que para él valen la pena, sobre todo cuando eres un febril aficionado a las aventuras extremas y tienes un corazón apasionado que todavía se cree de veinte años, a pesar de estar en sus buenos sesentas.
Sin duda, podría haberlo manejado mucho mejor si fuese más joven; aun así, el riesgo y la aventura es algo que no dejará de hacer aun si eso lo llevan a la tumba. Pero esa es su convicción, no la de Lawra, quien está a poco de amarrarlo para que ya no haga locuras de quinceañero.
—George, un día de estos soy yo la que va a morir de un infarto —se quejó ella, cuando debería estar socorriéndole.
—Cariño, solo es un poco de arritmia y ya se me está pasando —jadeó George, tendido en la camilla mientras el paramédico le revisa el pecho.
—¿Qué tal te fue?
Me mira luego de torcer su mirada, y su genio no mengua. Esa mujer nunca dejará de hacerme sentir como el niño de quince años, que llegó a ser el ambicioso pupilo de el gran George Moriarty, y eso que por esas épocas solo me llevaba tres años.
—Excelente —contesté.
Ella se refiere a mi última cita médica con Elisse, la médica tratante de Nonna y quien estaba haciéndole seguimiento a la última infección viral que contraje en un infierno que no quiero recordar.
—Es bueno escuchar eso; pero ni se te ocurra volver a hacer esa maldita locura —repuso, seria.
Lawra aflojó el moño que contenía su melena rubia. Era evidente su mal humor, y seguramente el dolor de cabeza que le estaba causando toda la situación que he estado viviendo estos últimos tres años; y con la hazaña de George, la temperatura le subía más. Somos los niños problema para ella, pero es increíble que se haya apoderado del rol de madre. A mis veintisiete, y los setenta y seis de George. ¡Qué ridículo!
—Olvídate de que saltarás al bungee —espetó Lawra a George, y todos, incluido el paramédico, reímos porque para eso tendrá que amarrarlo.
«Tampoco creo que George esté para más saltos, no con sus supuestas leves arritmias», pensé, estando muy de acuerdo con ella.
—Salgamos —la invité, señalándole la salida—. Necesitas un respiro, y que revisen a George con calma.
Él nos miró y asintió a mi petición. Ella acepta con renuencia, cruzándose de brazos exhalando fuerte. Salimos de la carpa que se había establecido como punto de recuperación la tercera prueba del Challenge, por si algo salía mal durante los aterrizajes de los paracaidistas. De los diez que saltamos, solo George fue el afectado. Le tomé del codo para que fuéramos un poco más lejos; intuía que ella se pondría a gritar, y no quería alarmar a los demás.
George, y yo practicamos abiertamente el no tener temor a la muerte, es algo que le heredé; porque creemos que es lo único que no se puede evitar. Sin embargo, la partida de un ser querido nunca será una carga fácil de llevar, y no me gusta pensar en lo que he perdido. Eso solo te carcome, pero evita que te duela tanto como para tener que llorar. Hacerte de nervios de acero es uno de los requisitos más importantes si se quiere sobrellevar una afición como la mía: el peligro, los riesgos y, sobre todo, los grandes retos.
Cuanto más difíciles son, más allá de lo que mi ego de macho me permite aceptar, son los que se llevan toda mi maldita devoción. Siempre estoy viviendo al límite. Pensando en esto, me pregunto si sentiré algo cuando Pipo se muera. Reí; porque sonó algo sádico, pero quizás él también pensó así cuando murió mi madre.
—¡Marco! —chilló Lawra sacándome de esos pensamientos—. En serio me alegra que todo haya salido bien.
—Yo soy el más complacido con eso —respondí, seguro de lo que decía.
—Pero te advierto que no quiero volver a enterarme de que volviste con esa maldita mujer —espetó, y yo bufé con un "no más de lo mismo".
Ya tuve suficiente con Elisse en la consulta de ayer. ¿¡Qué les pasa a estas mujeres!?
—No sucederá.
—Será que te creo.
—Vamos, Lawra. También necesito un respiro.
—Está bien —emitió sosegándose un poco.
—¿Y qué hay de George? ¿Seguirá adelante con su participación en el Challenge?
—Espero que no —gruñó.
—Ya le conoces. No lo dejará hasta el final.
—Sí, pero no volverá a saltar. He dicho —sentenció.
Esa temible mujer me hace reír.
—De acuerdo con eso. Y tranquila, me encargaré de que no lo haga —le aseguré—. ¿Tenemos modelo? —pregunto, estamos a un mes de ello.
—¡No! Ese es el otro dilema. Krisha canceló.
—Es una pena… —me detuve al ver cómo comenzaba a torcer el gesto con disgusto—. Pero seguro que encontraremos a alguien dispuesta.
—No lo creo. Ninguna quiere saltar. Se consideran demasiado glamorosas para llenarse de sudor y polvo.
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Editado: 28.07.2025