Entro al salón abarrotado y, tras una breve charla con Clara, decido buscar algo de bebida para soportar el ambiente. En mi camino hacia la mesa del ponche, tropece ligeramente con alguien que está mirando distraído el árbol de Navidad
El impacto hace que el vaso vacío que el tenía en la mano caiga al suelo y rebote, lo que provoca un momento incómodamente silencioso.
Emma: (con sarcasmo)
Bueno, al menos no estaba lleno de ponche. Creo que deberíamos celebrar esta pequeña victoria.
Lucas: (sin perder la compostura)
Y aquí pensé que los accidentes navideños incluían bolas de nieve y renos descontrolados. Claramente subestimé el peligro humano.
Emma alza una ceja, algo sorprendida por su rápida respuesta. Mientras Lucas recoge su vaso, Emma nota su expresión seria y neutral, lo que le recuerda un poco a sí misma
Emma:
Tienes suerte de estar al lado del árbol. Puede que Santa te perdone por tu mal humor si te ve aquí.
Lucas: (mirando el árbol con desdén)
Si Santa existiera, tal vez podría pedirle que me saque de aquí.
Ambos comparten una sonrisa fugaz, el tipo de sonrisa que surge entre dos personas que entienden lo incómodo que es sentirse fuera de lugar.
Lucas y yo terminamos hablando por pura casualidad, ambos buscabamos alejarnos del bullicio de la fiesta.
Emma: (señalando el suéter gris de Lucas)
Déjame adivinar, ¿perdiste una apuesta? Porque no veo renos, ni copos de nieve, ni luces parpadeantes en ese suéter.
Lucas:
Prefiero no contribuir a la contaminación visual que ya domina este lugar. Pero por favor, dime que esos calcetines con pingüinos no son un reflejo de tu espíritu navideño.
Me rei, más de lo que esperaba, saque un pie ligeramente para mostrarle los calcetines.
Emma:
Son cómodos. Y, para ser justos, me los puse porque pensé que nadie los notaría.
Lucas:
Entonces subestimaste mi habilidad para detectar pequeñas atrocidades navideñas.
La conversación continuo de manera ligera, entre bromas y comentarios sarcásticos sobre las tradiciones navideñas exageradas que nos rodeaban. Aunque ambos nos muestramos distantes y sarcásticos, empezo a formarse una sutil conexión. Ninguno de los dos nos sentimos particularmente obligados a ser amablea, y eso nos hace sentirse curiosamente cómodos.