Un beso por medialunas

Capítulo 01

PRIMAVERA

La campanilla del Café Porteño sonó anunciando mi llegada. Crucé el mostrador saludando a Cata con la mano y siguiendo hasta la cocina al fondo del lugar, donde se encontraba el pequeño cuarto en el cual guardábamos nuestras pertenencias. Me recogí el cabello en una coleta alta, coloqué mi delantal y tras un sonoro suspiro me dispuse a dar lo mejor de mí en otro día rutinario de trabajo.

Necesitas esto. Necesitas dinero. Sonríe y trabaja, Prim.

A veces, cuando mi cuerpo estaba exhausto, me repetía tales palabras en la cabeza como si eso pudiera aliviar un poco el dolor o el cansancio. La verdad era que en ese sentido nunca funcionaba, pero al menos me recordaba mi prioridad: no morir de hambre.

Agradece que tienes un trabajo.

Caminé hasta el mostrador para ubicarme junto a Cata en la caja. Había llegado unos minutos tarde y dado que la chica del turno anterior no me esperó para poderse marchar, Cata estaba sola y perdiendo la cabeza con los pedidos.

— ¿Mañana difícil? —preguntó limpiando un poco su sudor cuando terminamos las órdenes pendientes.

Ahora con todos los clientes sentados y satisfechos, nos apoyamos en el mostrador disfrutando de un poco de tranquilidad antes de que alguien más apareciera en la línea.

—Lo usual. —Me encogí de hombros—. He escuchado en el canal del tiempo que se predice tormenta eléctrica para hoy y mañana.

Ella y yo sabíamos lo que eso significaba: en los días de lluvia y especialmente de tormenta eléctrica, la afluencia de personas en el café era mucho menor. Eso se traducía en menos estrés en el trabajo. No obstante, llegar a nuestras casas podría ser un proceso laborioso y largo.

Como si el cielo escuchara nuestra no tan entretenida conversación, a través del cristal de la ventana se observó un rayo entre el cielo nublado y se escuchó un escalofriante estruendo.

Así podían ser los otoños en Buenos Aires: algunos días fríos, otros calientes, otros con lluvia suave, y otros con una endemoniada tormenta capaz de dejar sin luz varios edificios.

—Que esta lluvia traiga un hombre bueno. —Cata abrió los brazos y miró al techo como si estuviese suplicándole un milagro a los dioses—. Un hombre que esté bueno, corrijo.

Rodé los ojos y me reí. Cata tenía una manera peculiar de vivir su vida y lo que más me gustaba de ella era precisamente eso: disfrutaba de su sexualidad tanto con hombres como mujeres, era activista y no temía expresar sus opiniones, defendía hasta al perro de la esquina, no le prestaba atención a lo que los demás dijeran de ella, tenía una confianza en sí misma completamente envidiable, sonreía ante todo, y era adicta a las apuestas.

Esto último no era algo realmente positivo, pero a veces era bueno para mis finanzas.

Cata apostaba por todo. Incluyendo: quién terminaba más rápido un pedido, quién llegaba más temprano a casa, en cuánto tiempo hacía acabar a su pareja, y demás. Apostábamos dinero pero la mayoría de las veces chocolates.

La campanilla del lugar sonó y un chico entró al Café Porteño. Lo había visto una que otra vez, pero era Cata quien solía tomar su orden y la preparaba. Usualmente pedía medialunas y café para luego sentarse en una mesa y quedarse frente a su laptop por varias horas.

—Tu voz ha sido escuchada —murmuré señalando al chico con una mueca en los labios en la medida que se acercaba a nosotras.

Cata volteó en la dirección que apunté y luego hizo un gesto de fastidio.

—No lo creo. Ése es Aslan, un hueso muy difícil de roer.

Se acercó con una sonrisa de oreja a oreja para atender al chico llamado Aslan, cuyos ojos no se tomaron la molestia de mirarla mientras pronunciaba el nombre del café que quería. Parecía interesado en el menú del mostrador, en el frasco de propinas, incluso en los nuevos servilleteros, en cualquier cosa que no fuese Catalina, la chica que amablemente estaba tomando su pedido.

— ¿Sin medialunas esta tarde? —preguntó ella antes de cobrarle.

Finalmente el chico la miró con fastidio y casi obligación.

—No. —Se limitó a contestar.

Sacó su cartera y le ofreció los billetes a Cata incluso antes de que ella le dijera el total de su cuenta. Sin esperar cambio, siguió hacia la barra de entrega con el mismo gesto de fastidio y cierto grado de molestia en su rostro.

Después de observar la escena, me acerqué a Cata por detrás mientras ella terminaba de cobrar y guardar el cambio en el envase de propinas.




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