PRIMAVERA
Leyó el nombre que estaba escrito en la plaquita de mi delantal, luego levantó la vista con despreocupación y serenidad, como si no hubiese prestado atención a lo que yo acababa de hacer.
— ¿Te llamas Primavera? —preguntó con diversión.
—Es lo que marca la placa, ¿no? —le respondí con el mismo tono que él había usado antes conmigo.
—Creo que te queda mejor el nombre «Invierno», por parecer fría y repelente.
Sentí una corriente gélida recorrer mi espina dorsal, pero hice lo posible por mantenerme tranquila. Sopesé mis opciones: podía verterle leche hirviendo en la cabeza, pero eso me haría perder el empleo que necesitaba para sobrevivir, así que la descarté de inmediato. Podía limitarme a ignorarlo y salir de allí, dejándolo hablando solo, pero igual él podría elevarle una queja a mi jefe, lo cual ponía también en riesgo mi empleo. Podía echarle veneno de ratas en su próxima bebida, no mucho, solo lo suficiente para asustarlo y para que aprendiera su lección, pero sabía que yo no llegaba a esos límites.
Lo decepcionante, es que opté por la opción más tonta de todas:
No hice nada.
Me limité a apretar la mandíbula mientras rezaba a todos los dioses para que lo apartaran de mi vista y así no atentar contra su integridad física.
—Gracias por el café, Invierno —pronunció cuando no obtuvo respuesta de mi parte, haciendo énfasis en el ridículo apodo que me había puesto.
Cogió su vaso, se dio media vuelta y se sentó en uno de los sofás libres.
Mi nombre es Primavera, quise corregirlo. Pero lo mejor era que se alejara de mí lo antes posible, por el bien de ambos.
ASLAN
Yo era de los que creían que las comidas y bebidas que preparabas reflejaban tu estado de ánimo del momento. Si cocinabas estando enojado, tus platillos se lo demostrarían a las demás personas. Tal fenómeno también ocurría con un simple café.
Aunque ella me hubiese preparado un café con evidente e indiscutible molestia, era sin duda uno de los mejores que había probado en esa pequeña cafetería. Ni siquiera sabía cómo pude permitir que su compañera me atendiera antes.
El café también había dejado una huella de ella en su sabor: fiereza.
Era la primera vez que trataba con Primavera en tantos meses, y dentro de todo, agradecía no haberlo hecho antes ya que no me había caído bien.
Había tenido un muy mal día y hacerla perder la paciencia fue lo único que pudo distraerme y alegrarme la tarde un poco, especialmente al notar cómo la tonalidad azul de sus ojos se oscurecía a medida que sus emociones emergían visiblemente.
Sin duda a ella no le habían enseñado nada sobre atención al público donde las reglas eran básicas: incluso si tu cliente era todo un descortés, como yo había sido con ella, debías mantenerte firme con una sonrisa y demostrarle que él, como cliente, siempre tendría la razón. No era algo muy complejo o difícil de comprender.
La chica no tenía respeto alguno. ¿No entendía que su sueldo dependía de su capacidad de tolerar a quienes entraban por la puerta de la cafetería?
Pude haberme marchado ante su altanería. Pude haber hecho que la despidieran por tratarme como lo hizo. Podría no regresar más a esta cafetería tan pequeña pero con wifi veloz. Pero no haría nada de eso, porque algo me había resultado entretenido en sus reacciones tan poco usuales y completamente rebeldes.
Porque sus ojos azules y profundos eran tan atrayentes como el invierno.
Porque su cabello castaño con destellos anaranjados y naturales eran como un perfecto otoño.
Porque su voz era tan cálida como el más esperado verano.
Y porque su nombre era el más extraño que había escuchado: Primavera.
Así que saqué mi laptop y me dediqué a trabajar, como solía hacer en esa cafetería varias veces a la semana. Intenté concentrarme en mi nuevo proyecto, pero después de una hora sin detenerme, estrujé mis ojos sin paciencia intentando que la fatiga en ellos se alejara un rato y así poder continuar.
Me recosté de mi asiento para darle un descanso a mi espalda y solté un mínimo quejido de dolor. Me dediqué a pasear la mirada por la cafetería para observar a la decena de personas que se encontraba allí, absorta en burbujas invisibles de conversaciones posiblemente vacías pero humanamente necesarias.