PRIMAVERA
—Veinte pesos. —Rodé los ojos mientras le entregaba el billete a Cata—. No puedo creer que de verdad le tocaras el trasero al señor Lucas. Podría ser tu abuelo, por el amor de Dios.
Sí. Catalina le había tocado las posaderas al amable y adorable señor Lucas por veinte paupérrimos pesos.
A ella le encantaba retarme con cosas ridículas en ocasiones, así que esa tarde del viernes aproveché para desafiarla a tocarle las posaderas a un señor que nos veía como parte de su familia. No pensé que fuese capaz de hacerlo, pero Cata siempre podía sorprenderte con algún aspecto de su vida o su personalidad.
No solo le tocó las posaderas al señor Lucas, sino que hasta se las apretó.
A él no le cupo la sorpresa en el rostro y formó una perfecta “o” con los labios, hasta que soltó una risa contagiosa.
Ya él se había marchado para seguir acompañando a su esposa, pero las risas entre nosotras no cesaban.
—Pero no es mi abuelo —enfatizó Catalina con su dedo índice—, además seguro le he hecho un favor. Podría morir cualquiera de estos días, y al menos una jovencita le hizo sentir un poco más joven por unos segundos. Esto es beneficencia.
—Espero que ese argumento te deje dormir esta noche —bromeé mientras dejaba la barra limpia.
Había llovido toda la tarde y la afluencia de clientes era poca, así que estuve varios minutos recostada de la barra riéndome con Cata de las cosas poco usuales que veíamos día a día en el café.
La campanilla sonó anunciando la llegada de una persona y ambas volteamos al mismo tiempo. Su pelo castaño de mechones rubios estaba humedecido por la lluvia, pero no del todo. Peinó su cabello hacia atrás con los dedos dejando a la vista esos ojos oliva con miel que parecían inspeccionar hasta el más mínimo detalle de cada cosa, animal o persona que estuviese frente a ellos.
—Te apuesto cien pesos a que no le sacas un beso a Aslan —murmuró Cata con una sonrisa picarona mientras este caminaba hacia nosotras a un paso lento y flojo.
— ¿Te estás drogando, Catalina? ¿Qué estás consumiendo?
Una cosa era apostar por hacer ridiculeces usualmente divertidas. Otra muy distinta era sacarle un beso a una persona. Y definitivamente jamás en mi vida besaría a un hombre tan despreciable como aquel.
— ¿Qué? —Frunció el ceño y los labios—. En primer lugar, sabes que lo mío son los cannabis. En segundo lugar, solo será un beso inocente. No tiene que ser en los labios.
—Muy tentadora tu apuesta, pero paso —tajé.
Cata no tuvo tiempo de contestarme de nuevo pues Aslan había llegado a la caja para hacer su pedido. Sus ojos miel y oliva se encontraron primero con Catalina y se detuvieron en su cabello, que ahora era rosado. Aslan ladeó la cabeza sin disimulo como si intentara encontrarle algún sentido al aspecto de mi amiga, pero luego la sacudió como si no tuviese remedio.
Ordenó lo de siempre, esta vez con sus ojos fijos en los míos y con un semblante serio pero no tan agrio como las veces anteriores. De hecho, hoy parecía un poco más… accesible. Miré mis pies cuando consideré que habíamos excedido del tiempo recomendado para intercambiar miradas con otra persona.
—Muchas gracias, Aslan. —Le sonrió Cata—. Espera en la barra, mi compañera preparará tu pedido en breve.
Él asintió sin corresponder su sonrisa y nos dejó solas de nuevo. Catalina me entregó el vaso de Aslan y me susurró rápido de forma casi incomprensible:
—Todas las propinas de hoy. Todo lo que se haga en propinas hoy será tuyo.
Abrí mis ojos ante la sorpresa. Vale, hoy el día había estado flojo pero podía llevarme unos trescientos pesos con una sola apuesta. Catalina estaba loca en ofrecerme aquello, y yo muy loca para rechazarlo.
—Todas las propinas y que ninguna de tus futuras apuestas tenga que ver con Aslan. Solo así accederé. —La miré con los ojos entrecerrados.
Debía ponerle un punto final o esta mujer terminaría retándome a algo mucho más grave que un beso.
—Trato hecho. —Aceptó con refunfuño y labios fruncidos.
Suspiré con pesadez y me encaminé a la barra hasta encontrarme con aquellos ojos casi multicolores. Necesitaba el dinero, y me convencí de que todo esto lo hacía por Belén.
Ya le había sacado a aquel hombre una sonrisa. Un beso en la mejilla —porque no sería en otro sitio— no debía ser tan arduo.