PRIMAVERA
Incertidumbre.
No me gustaba la incertidumbre, el no saber exactamente cuándo o cómo pasarán las cosas. A veces Aslan representaba eso: incertidumbre. No sabías cuándo diría algo bueno o algo malo, no sabías cómo reaccionaría ante las situaciones, y lo más extrañamente desesperante, no sabías cuándo pasaría por el café.
No tenía un horario fijo, como el señor Lucas u otros clientes. No pasaba nunca los mismos días ni a las mismas horas. Simplemente llegaba un día, rompiendo mi rutina y desconcentrándome de mis labores. Incluso cuando él no estaba en el café me distraía y ponía nerviosa, porque no sabía si llegaría en cualquier momento o si vendría ese día en lo absoluto.
No es que me importara.
Pero no me gustaba la incertidumbre.
— ¿Estás lista? —me susurró Catalina detrás de mi oreja mientras yo preparaba un pedido.
— ¿Para qué? —le respondí sin siquiera voltear a verla.
—Aslan entrará en cuatro, tres, dos…
Levanté la mirada hasta que mis ojos se encontraron con su figura perfectamente visible detrás de las ventanas del café hasta llegar a la puerta. Sentí como si se hubiese abierto un hueco infinito debajo de mis pies y solo mi estómago estuviese desapareciendo, dejándome con una sensación de vacío inexplicable. Tragué fuerte y bajé de nuevo la mirada, pretendiendo no haberle visto. Por razones desconocidas mi pulso se disparó y casi confundí la canela con el cacao, estando a punto de arruinar el pedido que preparaba.
—…uno —agregó Catalina, al mismo tiempo que la campanilla sonó notificando la llegada de Aslan.
Me pregunté si ese día él sería agradable, o si sería un engreído, un patán, o si simplemente me ignoraría.
Una vez le entregué el café al cliente que estaba frente a mí y Cata abandonó mi lado, me acerqué a la máquina de expresos y vi mi reflejo en ella para cerciorarme que mi coleta estaba en su lugar. Mi rostro lucía grasoso y brillaba más que una patata frita de McDonald’s pero ya era demasiado tarde para ir arreglarme.
No le des importancia, Prim. No le des importancia a lo que él piense de ti. No busques más complicaciones. No involucres a otros en tus problemas.
Suspiré. Ni siquiera sabía porqué estaba tan ansiosa, pero aquella sensación solo terminó de explotar e incendiarme por dentro cuando Aslan caminó hacia mi lado de la barra con su rostro sereno y despreocupado, sus ojos más sobrios que los demás días, su cabello ligeramente más alborotado que de costumbre, su barba más descuidada, las sombras debajo de sus ojos un poco más oscuras, y las manos en los bolsillos de su chaqueta.
Algo me decía que él no había estado teniendo días sencillos, así que ante la incapacidad de predecir cómo me trataría aquella tarde, preferí quedarme callada hasta que él rompiera el silencio. Recibí la comanda de su orden y comencé a preparar el café que siempre pedía.
—Ni después de besarte la mano eres capaz de darme las buenas tardes y preparar mi café con una sonrisa. —Apoyó los antebrazos en la barra quedando un poco más cerca de mí, pero no demasiado—. Muy mal, Invierno, muy mal.
Mordí mi labio inferior para contener una sonrisa, y negué con la cabeza.
—No puedes culparme por tantear el terreno cada vez que vienes. Un día eres luz y al siguiente, oscuridad.
—Pues es allí donde te equivocas.
Le entregué su café para finalmente encontrarme directamente con su mirada cargada de preguntas y de curiosidad, al mismo tiempo que parecía querer adentrarse en la mía, perdiéndose en los tonos azules de mis ojos.
Enarqué una ceja.
— ¿En qué se supone que me equivoco?
—Todos los días soy oscuridad. Cuando muestro luz me temo que no es propia, sino un reflejo de la de los demás.
Me quedé un segundo analizando aquellas palabras y hasta llegué a preguntarme si me estaba diciendo que yo portaba un poco de luz contrastando con su oscuridad.
—Te sorprendería descubrir que también mi vida está cargada de oscuridad —confesé sin saber de dónde vino eso.
Deja de abrirte de manera imprudente, Prim.
—Allí vuelves a equivocarte, Invierno.