ASLAN
Una canción se repetía en mi cabeza, por culpa de una persona que la escuchaba a través de sus audífonos en el autobús. Dado el volumen de la música, aquella chica se quedaría sorda más temprano que tarde. Por lo menos no tenía mal gusto, pues escuchaba «Use Somebody» de Kings of Leon.
Cogí aire al abrir la puerta y oí la campanilla anunciarme. Mis ojos recorrieron el lugar pero no se encontraron con Invierno, sino con su amiga que estaba en la caja con su atención fija en unas libretas y facturas.
Cuando estuve frente a ella, levantó la vista y me sonrió.
—Buenas tardes, Aslan. ¿Lo mismo de siempre?
Asentí sin mediar palabra mientras sacaba el dinero de mi billetera.
—Vaya —murmuró—, por lo visto la cortesía es solo con Primavera. —Esbozó una sonrisa traviesa.
—Y por lo visto no es asunto tuyo.
—Pues te diré cómo son las cosas, Aslan —musitó mientras me entregaba el cambio—. Prefiero tu indiferencia a la cual estoy acostumbrada, a que me trates de la patada. Yo no soy Primavera, y no tengo problemas en partirte el trasero como vuelvas a hablarme así. ¿Entendido?
No iba a negarlo, me sorprendió su reacción y me quedé atónito por unos instantes.
¿Es que acaso a las mujeres de esta cafetería les enseñan a ser contestatarias y altaneras?
En honor a la verdad, reacciones como las de Catalina o Invierno solo hacía que se ganaran mi respeto. Además, ella me había amenazado con patearme el trasero y dada su apariencia de cabello de colores extraños, piercings y tatuajes… Creo que era bastante capaz de dejarme llorando en el suelo. No había peor amenaza para otro ser humano que una mujer molesta.
—Como quieras. —Me encogí de hombros y ella se limitó a sonreír satisfecha con mi respuesta.
Paseé la mirada por el lugar, frustrándome un poco darme cuenta de que no había ninguna mesa vacía. Lo curioso de todo: una de las mesas estaba ocupada por una niña sola.
— ¿Qué padres son tan irresponsables para dejar a una chiquilla sola en una cafetería? —inquirí casi con indignación. La pequeña rubia permanecía coloreando cosas en un bloc mediano sin ningún tipo de compañía.
—Te recomiendo que no repitas eso frente a Primavera.
—No me digas que además de barista, Invierno trabaja como niñera al mismo tiempo. Porque déjame decirte que no está cumpliendo bien con ninguno de sus trabajos.
Catalina rodó los ojos y suspiró. Se acercó a mí y señaló a la pequeña niña rubia.
—Esa chiquilla se llama Belén y es la hija de Prim.
Belén.
«Belén es el único y verdadero amor de mi vida», me había dicho Invierno una vez.
Entonces Belén no era su amante, era su hija. Aquella pequeña bola rubia era la razón de su tatuaje y era lo que ella más quería en el mundo. Y yo había afirmado en voz alta que Belén era su amante. Estuve a punto de golpearme en la frente al darme cuenta de lo estúpido que podía ser a veces. Solo a veces.
Hija.
Pero…
— ¿Qué edad tienen Invierno y su hija? —le pregunté a Catalina finalmente saliendo de mi trance.
Invierno lucía menor que yo, especialmente cada vez que sonreía.
Catalina se cruzó de brazos frente a mí y me escudriñó por varios segundos, como si dudara sobre si responder a mi pregunta. Finalmente su cuerpo se relajó un poco y tras un suspiro, sus facciones se suavizaron y mi pregunta obtuvo su respuesta:
—Prim tiene veinte años, y Belén apenas cuatro.
Dieciséis. Había tenido una hija a los dieciséis años.
Miles de preguntas comenzaron a invadir mi cabeza: ¿acaso no sabía lo que eran los métodos anticonceptivos? ¿Por qué decidió tenerla? ¿Qué habrá hecho su familia? ¿Por qué la hija no se quedaba con el padre? ¿Por qué era tan irresponsable como para dejarla sola en una cafetería? ¿Belén era su única hija? ¿Qué otros secretos escondía Invierno?
Mis ojos viajaron hacia algo detrás de Catalina: la puerta que conectaba con la parte trasera del café. Aprecié la delgada figura de Invierno de un lado para otro en lo que parecía una especie de cocina. Movía cajas que lucían más pesadas de lo que ella parecía soportar. En un instante se recostó del marco de la puerta, y desde donde estaba pude ver cómo su rostro sudaba por el esfuerzo. Su mano fue hasta su cadera la cual acarició como si le doliera.