PRIMAVERA
Después de cargar las cajas con Diego, Aslan no regresó para ordenar su café de siempre. De hecho, no volvió más.
Algo muy extraño.
Quizás había exagerado mi reacción, quizás debí haberme quedado con él cargando las cajas y no tuve que haberlo despreciado de aquella manera. Catalina tenía razón, él solo quería ayudarme y yo lo había tratado mal.
¿Por qué eres así, Prim?
Mis pensamientos viajaban sin rumbo pero todos iban relacionados al estúpido de Aslan. Porque sí, era un estúpido por siempre girarse e irse. ¿Por qué aparecía en mi cabeza de repente y se alojaba allí por ratos que se sentían eternos? Todavía recordaba aquella mirada bajo la lluvia, cómo su pulgar acarició mi labio, cómo me ofreció su chaqueta.
Mis dedos paseaban por los frascos de cacao mientras seguía sumida en mis pensamientos.
— ¿Soñando despierta con muñequitos de nieve, Invierno?
Me incorporé de inmediato al reconocer su voz. Levanté la mirada y me encontré con sus ojos color miel y oliva más despampanantes que nunca con un brillo especial que rara vez solía estar allí. Sus labios estaban curveados hacia arriba regalándome una evidente y recatada sonrisa. De repente, todo pareció más luminoso, más ligero, más tranquilo. Mi pulso se aceleró sin saber porqué, sin embargo, hice lo posible por disimular ese cosquilleo que me invadió por completo.
—Alguien está alegre esta tarde —le sonreí de vuelta.
—Finalmente terminé un proyecto en el que llevaba semanas trabajando. Así que solo por hoy puedes disfrutar de mis sonrisas gratis. Desde mañana comienzan a ser pagas.
Me reí y negué con la cabeza, era tan extraño ser testigo de comentarios realmente jocosos de su parte. Él también se rio, enseñándome un brillo en su mirada que pacificaba todo no solo dentro de mí, sino entre nosotros. ¿Quién iba a pensar que Aslan podía ser agradable?
—Felicidades.
Intentó explicarme lo que había logrado hacer. Algo relacionado a una base de datos que aglomeraba más de veinte mil titulares de periódicos para medir la influencia de yo no sé quiénes. Sé que sonaba a algo político, pero mi cerebro se desconectó cuando intentó profundizar en el tema.
Aun así disfrutaba cuando hablaba de esa manera conmigo. Sin sarcasmos, sin barreras, sin malas caras. Solo era él, hablando de algo que le apasionaba y que él mismo había llevado a cabo.
Incluso cuando le entregué su café, se quedó allí en la barra hablado conmigo. Y ese cosquilleo nunca abandonó mi cuerpo, sino que se intensificó con el pasar de cada segundo.
—Prim —me llamó Cata y me indicó cuál era el siguiente pedido.
Cuando comencé a prepararlo, todavía atenta a las cosas que me contaba Aslan, una rubia se acercó a la barra. Él se calló de repente y de reojo vi que su sonrisa había desaparecido. Ahora estaba tenso con su ceño completamente fruncido.
— ¿Aslan? —habló la rubia con sorpresa, para luego sonreírle. Él no respondió— Por Dios, cuánto tiempo.
Él continuó ignorándola. La situación pareció ponerse tensa, así que me ocupé de prepararle el pedido a la rubia lo más rápido que pude para que pudiera dejarlo tranquilo.
—Han pasado… ¿cuánto, diez años? —continuó— Has cambiado bastante.
Ella puso su mano en el hombro de él, y este lo retiró de inmediato con cierto desagrado.
—No me toques, Cynthia. Creo que lo mejor para los dos es que finjamos que ni siquiera nos conocemos —tajó Aslan.
La rubia, Cynthia, se rio y paseó su mano por el brazo de Aslan.
— ¿Por qué no, pequeño Aslan? Si todos nuestros momentos fueron tan agradables. Creo que ya has crecido podemos ver qué cosas has aprendido.
Ella parecía un poco mayor que él, quizás unos dos o tres años más. Lo cual significaba que me llevaba a mí aproximadamente seis años, si mis cálculos eran correctos.
Aslan cogió la mano de Cynthia y la volvió a bajar, ahora de mala gana. Lo más extraño de aquello era que él ni siquiera se atrevía a mirarla, era como si estuviese dispuesto a negar su existencia.